Estatus: No regreso
Mi estatus se denomina “no-regreso”. El exilio que me tocó no tiene fecha de caducidad, ni medidas sentimentales que desarmen mi lejanía. Las circunstancias no están lo suficientemente claras, ni siquiera para el que encarna la pena de sobrevivir bajo un régimen cínico, impío y sin escrúpulos. No sé cuándo acabará, ni vislumbro hacia donde se dirige. Sólo sé que es profundamente inhumano. Su arma es la crueldad, la manipulación a través del hambre, la ignorancia a gran escala. No sé cuándo regresaré, pero sé que no será para quedarme.
El precio del exilio es dejar de ser para ser otra cosa. La adaptación requiere que transitemos caminos misteriosos en los que nunca más volvemos a encontrar lo que fue. Identifico mi gentilicio, recuerdo el mar que me bautizó al nacer y también reconozco el olor de la casa que dejé, pero hay un extraño fenómeno que te expande desde las entrañas y no sólo somos de donde fuimos, sino que somos de otro lugar al que no sabemos cómo llegar; ese lugar nos acompaña en los pasos, pero no tiene una parada de llegada. No es precisamente del nuevo lugar que habitamos porque siempre serás extranjero. Con suerte, al oriundo le interesarás para satisfacer su curiosidad, para extender la mano que ayuda y para nutrirse de tu humanidad. Con suerte… La falta de ella sólo estará llena de prejuicios, culpas que no tienen sentido y un rechazo despiadado. Yo he gozado de la más dulce suerte, y por esa razón, doy las gracias.
Cada vez que pienso “no regreso”, pienso también en los escenarios de mi memoria. ¿Volver a los lugares en los que fui feliz? Esa pregunta orada lo más sensible de mi ser. No es posible, esta vez no es posible regresar a esos lugares. Y no es precisamente porque no quiera, o no pueda… Es que ya no existen. Un huracán de miseria arrebató la luz de mi tierra. Otros se esfuerzan en brillar, pero no es la luz, la bendición y la abundancia que sé… Hubo. Mis buenos recuerdos se han convertido en un pretérito inalcanzable e inacabable. Sólo el presente me conforta ante tal pérdida. No hay una extensión de mis memorias. Quién sabe si es una lección espiritual necesaria, si tenía que desprenderme del pasado perdiéndolo todo.
No regreso y sólo pienso que no hay cohesión en mi familia. Me siento lejana, distante. Tengo miedo de que mi sobrino no me reconozca cuando lo vuelva a ver. Ayer pensé en dar una orden, una recomendación casi imperativa a mi hermano mayor para que le muestre mis fotografías, vídeos, o cualquier cosa que despierte mi olor, mi presencia y mis ganas de amarlo en su vida cotidiana. Luego reflexioné sobre la imposibilidad de que nuestra unión se diluya. La sangre es fuerte y el alma amarra más que un abrazo. Honestamente, abandoné la idea de forzar la realidad.
Me pregunto si un día mi estatus cambiará. Pero por ahora, tengo mucho que lograr en tierras lejanas, amadas por necesidad y apreciadas con la profunda gratitud de alguien que huyó de una tierra herida, de una vida que ningún ser humano en nuestro planeta debería merecer... Y fue recibida sin muchas preguntas. La oportunidad es mía y valdrá la pena. Mientras tanto, canto Noche Sin Luceros cuando quiero llorar sin que nadie me interrumpa para morir con la esperanza de renacer. Mi exilio dice “no regreso”, pero mi legado es eterno como el de cada persona que ha sido desplazada de su tierra.
Que hora nos está tocando vivir, espero que esto nos haga más fuertes y mejores personas y ciudadanos, te recomiendo este artículo de prodavinci
https://prodavinci.com/la-poesia-del-exilio-de-bertolt-brecht/
Eso esperamos, Raúl. ¡Muchas gracias por tu aporte!