|| El día de las rosas

in #historia7 years ago (edited)

Si hubiese dependido de él probablemente no estaría entre los presentes, no por pecar de antisocial, sino por el simple hecho de que las grandes multitudes, de esas en donde no podía moverse con completa libertad, le causaban una extraña ansiedad que lograba disimular con esa lustrosa sonrisa de frívolo engaño. De terno y bien vestido, con esos lujos que el hurto le brindaba, Xerxes ignoraba la presencia del rey, tanto por su falta de respeto hacia éste como la tensa relación que mantenían en detenciones que ya lo habían hecho conocido incluso hasta para el monarca. Sostenía un fino vaso de vidrio en cuyo contenido sólo yacía un líquido anaranjado, probablemente jugo de pomelo, y lo bebía de a sorbos mientras hacía oídos sordos al escándalo que se iba generando poco a poco alrededor de la llegada de los alarmados soldados, y tras ellos, las noticias que portaban sus desesperados rostros.

No era muy amigo de la empatía, pero no podía darse el lujo de parecer como el único desinteresado en la situación en la que se encontraban. En la medida en que el conglomerado de gente comenzó a moverse, a alzar sus armas o directamente ir tras ellas para la protección del distrito, Xerxes lentamente avanzó hacia la mesa más cercana, depositó el vaso semi-vacío sobre la superficie de la misma y tanteó el borde del objeto con el dígito, negando un par de veces para suspirar con exasperación. - Vaya pleito -Susurró por lo bajo, e incluso si lo musitaba a viva voz, probablemente no iba a ser oído por el escándalo que se armaba entorno a las agrupaciones que se formaban para ir a la defensa del reino.

Poco a poco el gremio del hurto que en un comienzo se reunió junto con el resto de los grupos, fue apartándose hasta encaminarse a una parte un poco más despejada del patio real, en donde entre cuchicheos los recientes reclutas intercambiaban ideas que el tamaitachi podía oír pero no por ello replicar. Algunos hablaban de que ésta figuraba como una oportunidad perfecta para el robo sin forcejeo, una penalización muy baja en relación a trabajos más sofisticados; otros tanteaban la idea de la manipulación de soldados para la obtención de beneficios sin la necesidad de mover un dedo, una forma de trabajo por encargo donde el crédito finalmente se lo llevarían ellos y no sus peones, y así. Muchas ideas eran intercambiadas e incluso compartidas por figuras de alto liderazgo, y al no ser parte ni de los intereses ni de las intenciones del ladrón, éste prefirió hacer acto de presencia silenciosa, aguantar unos minutos en el mugroso ambiente que su gremio generaba, y partir por cuenta propia en dirección al distrito afectado por los hechos.

Pero no se engañen, Xerxes no era un héroe, y nunca iba a serlo; aunque sus conductas son y siempre han sido efecto de una condición, él no actúa para ayudar a otros, pero tampoco para perjudicarlos siempre y cuando aquello no le cause algún tipo de placer. Mas, ¿Qué gracia tendría que Xerxes le robara a los desvalidos, cuando éstos ya estaban sumidos en la desgracia de la potencial pérdida? ¡Ninguna! Pensaba. Sería más divertido incluso robarle un dulce al ricachón de Cedric III en medio de una guerra que intentar quitarle su bastón a una anciana que corría en búsqueda de refugio contra los espectros.

En el camino fue encontrándose con distintos escenarios, pero ninguno le conmovió. Fue arremangándose el terono, desajustándose la corbata y soltándose la camisa, y mientras avanzaba por las calles cada vez más despobladas del segmento del reino logró encontrarse con los primeros efectos del ataque: cuerpos caídos, ensangrentados, algunos incluso con marcas visibles de forcejeo, que se traducían en pedazos de piel y tendones extendidos, toscos, y desagradablemente expuestos hasta donde la tensión lo permitía. Xerxes se detuvo a un par de pasos de la escena, con la mirada fría y los párpados entrecerrados. Se inclinó para repasar el contorno del pecho de una mujer semi-desnuda, recorriendo su seno, el pezón, dándole un pequeño golpe al mismo, y luego descendiendo por su vientre y hasta su ombligo, en donde ejerció una ligera presión. El cuerpo estaba tieso, reacio al contacto, e incluso si estaba tibio, ya empezaba a hincharse, y perdía la exquisitez que en otros momentos hubiera sido evidente para el ojo selectivo del joven. Sin embargo todo aquel acto de tocación, tan explícito y tan falto de respeto fue realizado sin ningún tipo de asco o perversión; parecía incluso que lo hacía con una curiosidad infante, con las pupilas dilatadas y la mirada fija en el camino de sus dígitos, como si contemplara algo que ansiaba haber sido él el ocasionante de aquello.

Su trance acabó tan pronto como un gruñido desagarrador quebró el silencio y obligó a las aves carroñeras del sitio a levantar vuelo. Rápidamente, el ladrón se irguió y buscó con la mirada algún objeto que le sirviera de arma, pues había salido sin ningún tipo de protección mayor que sus manos, y sabía que enfrentarse a las bestias fuera de los muros así no iba a tener el mismo resultado que el de un paladín cuando forcejeaba sus huidas. Para su suerte, en el cinturón de la misma joven que ultrajó se encontraba un pequeña daga con la que pudo haberse defendido, pero con la que probablemente no tuvo tiempo de reaccionar ante la ferocidad de los invasores, y no la culpaba: cuando uno enfrenta por primera vez a la muerte sin conocerla, es difícil reaccionar sin que el miedo nos domine.

Se hizo de la cuchilla y se escondió detrás de la muralla de una casa, justo en el momento en que un espectro se arrastró devorando los cuerpos que frente a Xerxes descansaban desmembrados. Tras de éste una serie de otros semejantes dieron luces de ser la primera ola de enfrentamiento, y para la mala suerte del hurón, era el único que se encontraba en la zona para hacerles frente. Pero un buen ladrón no es tal si no tiene ciertas estrategias, y él tenía una, y muy sencilla por lo demás: huir. No había nada que proteger, nada que salvar más allá del arma fina que llevaba entre sus manos, y lo único de valor al menos en esa parte del distrito era su propia vida, y no iba a perderla por intentar ser el héroe no reconocido de la festividad. Rápido y ágil, se movilizó avanzando a escondidas entre murallas, techadumbres y otros, hasta que un paso mal dado lo hizo ceder sobre una de sus rodillas y perder el equilibrio sobre el tejado de una vivienda en mal estado. En lo que tardó en recuperarse, su otra pierna cedió al peso de su cuerpo o al menos eso pensó, hasta que al intentar retomar la postura, notó que su pierna no respondía al llamado de su cuerpo.

Giró rápidamente la cabeza hasta perfilarse sobre su hombro y sus ojos se abrieron grandes y expectantes, pero no por ello cegados por el miedo. Un espectro de un tamaño parecido al suyo, por lo tanto no precisamente pequeño, sujetaba con fuerza el pie del tamaitachi, quien dejaba de forcejear sólo para analizar rápidamente la situación en la que se encontraba. Herir a un espectro sólo atraería más, intentar razonar con éstos era imposible, pero ya había sido alcanzado por uno, ¿Qué podría hacer?

Pensó, pensó tan ágilmente como se le permitió y en un acto de acción no premeditada, se giró en sí mismo a cuestas de su tobillo con una fuerza que torció el miembro, pero le permitió golpear fuertemente con el pie libre una patada en lo que era la cabeza de la criatura de oscuridad. Éste, deformándose por el calibre del golpe, soltó el pie dislocado de Xerxes por unos segundos, valiosos para el último, quien no dudó en dejarse caer del tejado hacia un cajón con follaje, gracias al cual se amortiguó el golpe de su caída. No fue por ésta sino por el dolor de su pie a raíz de lo cuál muecó el rostro con un dolor retraído, pero no se dio tiempo para sentir pena por su propia decisión que a su juicio ya era bastante poco inteligente y digna de haber sido realizada. Se irguió en su pierna hábil, y sujetándose de las paredes, comenzó a avanzar entre saltos en búsqueda de un grupo más grande al cual solicitar ayuda, sin divisar nada más que incendios, humo, cuerpos dispersos y una pizca de su propia desesperación.

Era extraño que aquel espectro no hubiera seguido a Xerxes incluso después de aquel arrebato que éste último había tenido al haberle golpeado, y eso preocupaba al ladrón, quien descansaba contra el marco de una puerta hundida para recuperar el aliento. Miraba a su alrededor y no veía peligro, pero sabía que ahí estaba, y cuando menos lo esperara iba a caer encima de él. Y así fue: mientras se hacía de tiempo para recobrar energías, un golpe seco en su pierna hábil lo hizo caer contra el piso, y tras ello, un fuerte impacto justo en la cervical lo dejó inconsciente e inutilizado.

Al abrir los ojos lo primero que pensó era si seguía vivo. Nuboso y con poca nitidez, sus ojos a penas enfocaban lo que tenía al frente, y sólo veía leves señas que a penas podía identificar más allá de borrones que cegaban la luz que entraba por sus pupilas. Sin embargo, una voz más allá de lo que podía distinguir con el sentido de la visión le permitió darse cuenta que aún contaba como parte del reino, y es que la voz del mismo monarca se alzó en el silencio ordenándole a Xerxes que se levantara. - Levántate, saco inútil -Espetó el joven rey, golpeando con fuerza su bastón contra el piso para exaltar los ánimos, y especialmente, despertar más conscientemente al desfallecido muchacho. Éste se contrajo en una mueca de desagrado, negando, pues lo que menos esperaba oír en su lecho de imprudente muerte era la voz de aquel sabandija como el decoroso rey de Aseannor. - Pobre, habrá quedado sordo, o por ahí al fin se le terminaron de desconectar los cables. -Continuó Cedric III hablándole a quien sería el líder del gremio de magia, a quien luego le haría una indicación con el rostro para que éste se acercara al cuerpo del susodicho. -Levántenlo y llévenlo a un lugar donde no sea un estorbo. Lo quiero vivo para que pueda pagar sus penas: no que muera a causa de un tobillo torcido y un golpe en la cabeza. Qué burdo.-

Han pasado algunos días desde el incidente, y desde entonces Xerxes no ha dejado de culparse a sí mismo por su estúpido accionar al preferir el escape antes del enfrentamiento contra el espectro, a costa de la estabilidad de su pierna izquierda. Desde entonces y contando como uno de los soldados heridos yace refugiado en las guarniciones del reino, siendo cuidado y custodiado recelosamente a pedido del rey, pues no sólo deberá pagar las penas que se le inculpan desde antaño, sino también, el ultraje a un cuerpo moribundo y posterior robo al mismo en irrespetuoso acto contra el desfallecimiento de su víctima. En otras palabras, tan pronto como se recuperase, debería ir a la corte para abogar por el abuso táctil a un cuerpo fallecido, y por luego robar del mismo un instrumento que tampoco utilizó.

La suerte de Xerxes en el gremio del hurto no ha sido mucha, pues uno de sus propios compañeros lo sentenció al declarar en su contra frente a las fuerzas de seguridad de Aseannor. La resignación queda a manos del herido, pero, ¿Quién dice que estará por siempre en la camilla que le han asignado?

Quizás sea cosa de tiempo y que vuelva a sentir más que dolor en sus huesos, para que repentinamente, no lo volvamos a ver más hasta que se refugie en el hangar y las normas que lo protegen dentro de su propio gremio.
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omg this is amazing hoping for moreeeeeee

Buena historia^^