La palabra madre está asociada a grandes aspectos como lo son la transmisión de la vida, la protección, el bienestar, la seguridad emocional, la alimentación, la fertilidad, por nombrar solo algunos de los muchos conceptos que nos remiten a su significado.

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Todas estas nociones nos son cercanas, familiares y están presentes en nuestra vida ya que tanto hombres como mujeres nacemos, crecemos y nos desarrollamos bajo la figura materna, que se erige culturalmente como una de las más preponderantes en nuestra formación. De allí, el rol tan importante que la imagen de la madre tiene en las sociedades, sean estas primitivas, antiguas o modernas.

La idea de madre ha sido representada a lo largo de la historia de la humanidad de diversas maneras. Así tenemos a la diosa madre del mundo occidental a la que se le conoce como la Madre Tierra, y simboliza la energía y la fertilidad. Para los pueblos indígenas de Latinoamérica la tierra se denomina Pachamama, madre del universo, de los lugares y del tiempo. A ella se le agradece por la abundancia de los frutos y cosechas, por la vida en toda su extensión, por el suelo fértil, por el oxígeno que se respira, por el agua que se consume.

Esta idea de madre no escapa del interés de artistas y creadores, y si bien es cierto que en muchas ocasiones se destaca dentro del arte el lado bondadoso y entregado de la madre para con sus hijos, su familia, su entorno, también lo es que no deja de ser vista desde un ángulo distinto, cargado de misterio, e influido por circunstancias difíciles, oscuras, nefastas.

Un ejemplo de esto lo encontramos en la obra trágica Medea, escrita en la antigua Grecia por Eurípides, y en la que Medea, esposa de Jasón, al verse traicionada por este, decide vengarse dando muerte a los dos hijos producto de su unión, con lo que se pone de manifiesto la negación de su instinto maternal y la transgresión del orden social.

Esta situación no escapa de las artes plásticas. Tomemos el óleo Las malas madres (1894), de Giovanni Segantini, el pintor que nos ocupa en esta edición 89. En él podemos observar la figura de una mujer cuyo cuerpo y cabellos rojizos están enmarañados en las ramas de un árbol retorcido, despojado de sus hojas; que luce sus prominentes pechos y gruesos brazos descubiertos, con un rostro relajado, que la hace ausente del mundo, y la sitúa en un lugar extraviado, lejano. La maternidad se pone de manifiesto en este cuadro toda vez que vemos cómo un bebé, sin tener contacto con los brazos de la mujer, succiona sus pechos para alimentarse, para mantener la vida a pesar del gélido y solitario paisaje que lo rodea.

Podríamos pensar que esta mujer-madre suspendida y al vaivén del viento, está absorta de otra realidad; ella solo está allí, agarrada de una de las ramas, dejando que todo pase a su alrededor sin establecer contacto con lo circundante, sin siquiera mirar a los ojos del niño que se amamanta de ella, desconectada de cualquier afecto y sentimiento que se pueda relacionar con lo maternal. Solo notamos cómo posa discretamente su mano sobre un vientre prominente que advierte que ha albergado alguna vez vida en él.

Invito a participar en esta edición a @sacra97. Aquí dejo el Enlace