Lucas y Mario correteaban por la biblioteca. No era porque estuviesen jugando, aunque desearían que fuera eso. Los dos, en un momento de paz mutua, compartieron unos billetes para salir a comprar dulces después de pedir permiso al supervisor del curso.

Todo iba bien hasta que a uno de ellos se le ocurrió guardar los billetes en uno de los libros que tomaron de la biblioteca del internado y, sin sacarlos del tomo, los devolvieron y ahora están desesperados por encontrarlos.

Desde el fondo en penumbras de uno de los pasillos, los dos se miraron apoyados en la pared. Roberto les hizo señas para que se acercaran. Suspirando y rendidos, se acercaron y se sentaron con él. Les dio un par de caramelos que tenía guardados en los bolsillos y, una vez que se calmaron, les dijo el nombre de uno de los textos de consulta que el profesor de matemáticas les recomendó y se paró a buscarlo. Cuando volvió a la mesa, abrió el texto y, cuando llegó a la parte que debían revisar, los dos billetes brillaron de forma metafórica entre las páginas.

Los dos le agradecieron y Lucas, aliviado y aún así paranoico, guardó los billetes en sus bolsillos. Los tres se quedaron conversando hasta que la bibliotecaria regañó a Roberto por no limpiarse los zapatos antes de entrar.

El joven le pidió disculpas y siguió conversando con con sus compañeros. La verdad, es que Roberto esperaba que el charco se hubiese caído o soltado en el camino desde la estación de tren hasta llegar hasta aquí, que el trayecto era largo y esperaba que nadie se percatara de eso.

—¿Y dónde estabas? — le preguntó Mario.

—Es una historia larga. Cuando descanse te contaré.

Si quieren leer las historias desde el principio, aquí están los enlaces:

Microrrelatos
Microrrelatos (II)
Microrrelatos (III)
Microrrelatos (IV)
Microrrelatos (V)
Microrrelatos (VI)
Microrrelatos (VII)