El testamento.

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El testamento.

No se imaginaba Don Genaro, que ayudar a cosechar aquellos higos, le traería tal desgracia. Y es que en su afán por ayudar, no pensó en las consecuencias. Don Genaro, que ya contaba con 89 años, se sentía fuerte, lúcido y con mucha energía. No contemplaba la idea de quedarse postrado o de permanecer sin nada que hacer. Mucho menos cuando sus hijos tenían que cosechar todo aquel higo.

La cosecha de aquel año se veía abundante, al parecer los ruegos de Doña Mercedes a todos sus Santos, habían funcionado y ahora por fin las higueras estaban tan cargadas que daba gusto caminar entre ellas y disfrutar de todo aquel espectáculo de abundancia que ofrecían aquellos árboles, que fácil, alcanzaban a medir de 7 a 10 metros de alto.

"Faltarán manos" Repetía Don Genaro, sabedor de qué sus dos hijos, por muy ágiles y fuertes que fueran, no se darían abasto ante aquella gran cantidad de frutos. Alberto y Jonás, le repetían una y otra vez, que no se preocupara. Pues ellos habían localizado a varios jornaleros que a cambio de unas cuantas cestas de higo, les ayudarían a cosechar. Pero a Don Genaro aquello le parecía un despilfarro. "Perderemos higos" decía. No razonaba ni entendía, que había tantos higos, que era preferible entregar algunas cestas que perderlos en el suelo.

Una mañana muy temprano, mientras sus hijos y los jornaleros trabajaban en los campos de higueras, Don Genaro, se armó con sendas cestas de recolección y con sigilo se escabulló entre los árboles para que no lo vieran y así poder ayudar a recolectar. Aún conservaba la fuerza que antaño en su juventud le caracterizó. Se sintió orgulloso de sí mismo, por tomar aquella decisión. ¿Qué sabía su familia de cómo se sentía él? Si fue él quién fundó aquella granja, si fue él quien los sacó adelante durante años, sembrando y cosechando el higo. Lo consideraban un vejestorio, porque el tiempo era traicionero y no dejaba de pasar, pero él se sentía fuerte, ágil y esas cualidades no se podían desperdiciar, cuando había tanto que cosechar.

Sumido estaba en sus pensamientos, y encaramado como estaba, no se percató de que daba un paso en falso, creyendo que se afianzaba en la siguiente rama y terminó cayendo al suelo con rapidez y estrépito. El sonido de las ramas cuando su cuerpo las rozó, más sus gritos, alertaron a todos. Lo encontraron inconsciente y rodeado de mucha sangre.

Cuando despertó dos horas después, ya se encontraba en su cama, vestido con ropa limpia y con la cabeza vendada. Intentó incorporarse y el dolor agudo que sintió a un lado de su cabeza, lo convenció de quedarse quietecito. Sabía que en la mesita de noche, al lado de su cama había un espejo de mano, así que con tiento estiró la mano y logró alcanzarlo. Se miró y el gran manchón de sangre que se dibujaba en la venda lo asustó muchísimo. Cerró los ojos y se concentró en relajarse y aceptar lo inevitable.

Un buen rato después su hijo Alberto entró a la habitación, para ver cómo se encontraba su padre, y su inmensa sorpresa, fue encontrarlo sentado al frente de su pequeño escritorio, escribiendo. Alarmado le preguntó qué hacía allí, si lo que tenía que hacer era guardar reposo. Don Genaro, muy solemnemente le explicó, que estaba escribiendo su testamento, pues al ver la mancha de sangre en sus vendas y al recordar esa terrible caída, ya sabía que no sobreviviría. Así que estaba repartiendo su granja de higos entre sus hijos y su esposa.

Su hijo sorprendido, le preguntó que, por qué creía que moriría, si apenas se había lastimado. Fue una caída peligrosa, eso estaba claro, pero el médico lo había revisado y comprobó que se encontraba bien. Aquella mancha de sangre, era porque, como todos saben, la cabeza es escandalosa y cuando te cortas ahí, la sangre sale a borbotones como para que a nadie se olvide, de que en la cabeza no hay que aporrearse. Don Genaro permaneció en silencio durante un buen rato. Luego se levantó y le entregó un pequeño sobre a su hijo, diciéndole: "Fui terco, y creí que mis habilidades todavía estaban al 100%, pero me equivoqué. No creo que vuelva a trepar a un árbol, pero por si acaso, me ocurre algún accidente más grave que esta caída y me toca partir, prefiero dejar todo listo y que tengan ustedes sus herencias bien repartidas. Así que, llévale esto a Don Cirilo y dile que quiero que prepare mi testamento. Porque cuando un árbol de higo te lanza al suelo, es mejor que acomodes tus cosas, porque nunca se sabe cuando te toca recoger las maletas.

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Este relato ha sido creado para participar en el "Concurso de Arte y Escritura #122"

Puedes leer las pautas para participar acá en este link

Invito a participar a @lacharrakey y a @zorajaime.

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Hay gente que ni llevando golpes se cuida.
Jejeje

Si, no reconocen que ya es tiempo de descansar y no de andar inventando je,je,je. Abrazos

Gracias por publicar en #VenezolanosSteem
Mi amiga, qué grato leerte y que estés de vuelta en Steemit. Tu relato es impecable. Retratas con maestría la manera de ser y de actuar de la gente mayor: son inquietos y odian sentirse inútiles. Gracias por estar. Un abrazo. Espero que mi amiga @charjaim se sienta mejor de salud.

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Me alegra mucho que te guste. A mí en lo personal me agradó bastante escribirlo, porque me hizo recordar esa terquedad de los mayores al querer realizar actividades que en su juventud realizaban y que ya no pueden o no deberían.

Gracias por tus apreciaciones.