Cuando aquel perro llegó a la vida de Tomasa, estaba famélico y con llagas, herido de guerras callejeras. Ella también estaba adolorida: acababa de enterrar a su único hijo. Así que cuando vio al perro en la entrada de su casa, su primera reacción fue cerrarle la puerta, no solo por el aspecto del perro sino por temor a encariñarse. El sufrimiento le había hecho una coraza de mil latones.

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Sin embargo y a pesar del poco cariño que recibía, el perro se quedó allí, al frente de la casa de Tomasa, tal vez esperando la muerte o algún gesto de amor. Tomasa, movida sabrá por qué cosa, un día le sanó las heridas y luego le puso comida y agua. Así cada día, en silencio, se acercaba al perro que ni hacía movimiento para morderla, y le dejaba alimentos y agua cerca de las patas.

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Un día el perro amaneció parado y brincando en torno a ella. Este gesto infantil sacó mil sonrisas del rostro de Tomasa, quien no tuvo más remedio que abrazar al animal que se paraba en dos patas. Desde ese día, el animal es el más fiel acompañante de Tomasa y cuando la gente dice que el perro se ganó la lotería con ella, Tomasa responde que es ella la que le da gracias a la vida.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS