Un amigo inesperado. Por: @alexander062

in Writing & Reviews2 years ago (edited)
Un gran saludo a todos, he escrito un relato sobre un compañero de viajes inesperado ambientado en la península de Araya. A cualquiera de nosotros nos ha pasado que conocemos a alguien durante una travesía y disfrutamos de su compañía, pues este es un caso muy común pero al mismo tiempo algo raro. Espero que les guste.

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Con el cantar de los gallos salí expedito de mi hogar, directo al pueblo de Araya, mi encargo llevar diez kilos de queso de cabra al mercado principal. Emprendí mi marcha bajo la oscuridad de aquellos días de enero donde el sol sale ya tarde, empujado por la brisa fría de los vientos del norte, que golpean la costa con un rugir despiadado. Qué raro sentir tanto frio en aquel lugar tan desértico pensaba yo, el mundo está cambiando.

Con paso firme aborde aquel camino pedregoso, escuchado mis pasos entre el tronar de las piedras. A lo lejos se veía la crepúsculo matutino, sabía que hacia haya era mi destino. Todavía a esa hora la luna rondaba los cielos, alumbrando quedamente mí andar, solitaria en el firmamento las estrellas ya la habían abandonado.

En un instante llego la mañana con su luz y el paisaje se desplego como una cortina de colores. Aun lado podía divisar el azul del mar y del otro aquellas colinas ásperas y desérticas, llenas de cactus y cuantas plantas xerófilas existen.

Tarareaba una canción para entretenerme y aceleraba el paso de vez en cuando, para llegar cuanto antes a mi destino y evitar el sol calcínate del mediodía. De repente sentí algo a mi lado y pegue un salto del susto. Un pequeño perro se unía a mi andanza, con la mayor confianza de quien conoce a alguien desde hace muchos años. Que feo pero pensé, su cabeza era más grande que su cuerpo, pareciera que no lo hubiesen alimentado bien durante su vida.

Continúe mi camino, mientras el perro mestizo se aferraba a mí andar. Si me paraba él se paraba y si caminaba el avanzaba. Siempre mirando hacia adelante, mi compañero de caminos no se distraía por nada, serio y silencioso marchaba encerrando un misterio que solo él podría saber. ¿Cuál era su origen?, ¿A dónde quería llegar?, eran preguntas indescifrables.

Por momentos me olvidaba de aquel perro rabo frito, pensando que era una alucinación, pero al voltear la mirada ahí estaba, sin quejarse, marchando como un soldado, sin decir nada. Durante cinco horas transitamos juntos aquellos parajes rechazando el agua que le ofrecía de vez en cuando.

Por fin llegamos a una bifurcación del camino donde comienza el pueblo de Araya. Esta divergencia en nuestra trocha nos separó a mí y mi amigo de andanzas, pues silenciosamente continuo rumbo a Punta Arenas. Sin decir palabras, ni siquiera un adiós se fue alejando en la inmensidad del camino, mientras yo observándolo ya lo extrañaba. Por un momento en nuestro andar sentí que sería mi amigo para siempre, pero solo fue un compañero inesperado que apareció como una estrella fugas.

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