Una mujer sola guerreando con sus 4 hijos un padre inestable emocionalmente transformaba a nuestra familia como disfuncional con alto contenido de violencia doméstica, acrecentaba mi responsabilidad ya que asumiría no solo el rol de cuidado de mis otros dos hermanos más pequeños, sino que sería el estímulo moral de mi hermano enfermo y de mi valiente madre que se aferraba a la fe.

Así fueron pasando algunos días y las condiciones de salud mermaban el cuadro febril fue la gota que derramo el vaso, Pasamos la noche en velo, recuerdo que yo le colocaba compresas húmedas en la frente y nuestra progenitora por el endeble cuerpecito, masajeando sus piernas.

Apenas a mis 8 años de edad pude enfrentar una situación como acompañante, cuidador, o cualquier sinónimo que logremos situar la responsabilidad con la cual se asiste al convaleciente, además estoy seguro que para mis familiares representaba un estímulo adicional. Recuerdo que en ese entonces no estaba muy claro definir mis emociones, en momento estaba muy triste porque mi compañero de juego yacía postrado en una cama, a rato abrigaba la esperanza abrumadora que todo iba a finalizar y pronto estaríamos corriendo los pasillos de la escuela donde cursamos la primaria. Sentir la necesidad de contribuir financieramente me frustraba, mi adelantamiento en la niñez no era suficiente para alcázar la posibilidad de aportar dinero, aunado a eso también acompañaba a mis dos hermanos menores.

Concebir la idea que un niño apenas de 8 años que por razones circunstanciales le toco asumir el rol de cuidador, pueda definir el impacto psicológico que pudo acarrear la atención y el cuidado del aquejado, es posible que no atine en la credibilidad y tal vez me tilden de exagerado, la verdad estará siempre sujeta a los testigos de aquellos días. Una de las razones que se vio alterada fueron las etapas de la niñez sin duda que fue por amor, nada obligado, quería contribuir y esa era la razón que me mantenía al lado de mi hermano mientras estuvo en casa. Hoy psicológicamente esta experiencia alimenta mi ser, fortalece los lazos de la fraternidad, hermandad, solidaridad, la entereza, el altruismo, consolido una cosmovisión distinta respecto a la entrega para alivianar el peso de cualquier circunstancia que comprometa la vida.

El cuidador es esa persona que desinteresadamente se determina en generar en el convaleciente la seguridad que todo va estar bien, caracterizándose por el optimismo, en ocasiones disimula sus propias emociones con la intensión de estimular pensamientos positivos.

Todo esto produce un nivel de agotamiento que abruma y no puede exteriorizar el cuidador, provocando en algunos casos niveles de ansiedad que pueden modificar valores en su cuerpo.

El cuidador es un ser humano que padece el sufrimiento y las angustias del convaleciente, también el riesgo de contagiarse y padecer virus o infecciones crónicas propias de ambiente hospitalario o de la patología del enfermo.

Sin duda el cuidador necesita la cooperación, el equipo, el estímulo de todos los implicados, es imprescindible propiciar el reconocimiento loable de estas personas que sacrifican su propia vida con tal de garantizar la de otros.

El estado emocional, las condiciones físicas del cuidador debemos conservarlas facilitando recursos, logística, todo lo concerniente que le permita tranquilidad, equilibrio, confianza, emotividad para realizar el cuido con la ventaja de disminuir la desesperanzas y los niveles de estrés.

Para finalizar podemos referir que el cuidador es el apoyo emocional, espiritual que constituye un ambiente de seguridad entre el proceso que se padece y la franca mejoría. Funge como el consolador, siempre dispuesto en promover la recuperación, es símbolo de alegría, es el amigo. El Cuidador merece como reconocimiento un día en el calendario para rememorar con todos los adagios posibles e inmortalizar lo que con amor hacen. Para citar dos cuidadores que en vida fueron la excelencia en amar y cuidar a los abatidos por la enfermedad. José Gregorio Hernández, la Madre Teresa De Calcuta.