Lo que quise ser cuando era pequeño

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Cuando era un niño que aún no había comenzado el colegio me enfermaba constantemente, siempre el diagnóstico era el mismo: amigdalitis, comúnmente conocida como anginas. Para quienes no están familiarizados con estos términos le cuento que es una inflamación de las amígdalas palatinas provocada por una infección viral o bacteriana.

El médico de la familia recomendó una operación para quitarlas y de esa manera ya no tendría que soportar el inconveniente. Allí fui, o mejor dicho me llevaron. Es uno de los pocos recuerdos de esa temprana edad que mantengo vívido en mi memoria, seguramente por la impresión y el shock emocional que me provocó esa intervención quirúrgica.

Pasé toda una semana sin hablar y apenas comiendo algunos pocos alimentos líquidos o pastosos, pero nada sólido, el puré de papas era uno de ellos y el helado otro. Para que olvidara pronto el trauma mis padres me hicieron dos regalos: un juego con una diligencia, vaqueros e indios y un mecano, un set de materiales y herramientas de metal, fue justamente este último juguete ideado para construir cosas que provocó en mi la idea de ser ingeniero y constructor.

Como dije al principio tenía escasos 5 años y como todos los de esa edad el entusiasmo por el juguete duró poco, casi tan poco como la idea de ser ingeniero. La reemplacé por otras más acordes con la madurez de esa edad: pasé por la etapa del bombero, del policía, hasta en algún momento pensé en ser repartidor de soda.

La casualidad me llevó por el camino de los bits y los bytes y finalmente me convertí en un ingeniero de sistemas, aunque no sea ese el título que tengo colgado en mi oficina.