Mi domingo empezó a las 7:30 am, desperté sin necesidad de alarma porque estaba pendiente de que debía realizar varios quehaceres del hogar. Agradecí a Dios por un nuevo día y pasé al baño por mi respectivo aseo personal. Como aún no tenía mucha hambre y mi mamá estaba colando café, lo primero que ingerí fue una pequeña taza de café junto a unas rosquillas que había comprado mi papá el día anterior.

Ya cuando casi eran las 9 am mi mamá preparó las arepas de harina de maíz, la mía la acompañé con huevo frito y nuevamente una pequeña taza de café negro bien caliente.

Para el almuerzo, que serví a las 2 pm, mi papá había preparado pasta corta con la salsa de tomate, cebolla, pimentón y ají dulce que tanto nos gusta. A los niños les recalenté carne molida y para los adultos carne guisada que había quedado de comidas anteriores y por supuesto las infaltables tajadas de plátano frito.

Pero justo cuando estaba tomando la foto de las comidas empecé a sentir un mareo y la vista se me empezó a poner temblorosa, aunque traté de hacer un esfuerzo por quedarme en la mesa y comer con los niños, le pedí a mi que los acompañará porque el malestar no cedía y ya asomaba que vendría un dolor de cabeza. Y así fue, me acosté y a los pocos minutos me ví en la necesidad de tomar un analgésico de 650mg porque el dolor era muy fuerte.

Creo que eran las 6 o las 7 de la noche cuando desperté nuevamente de ese descanso obligatorio, los niños gracias a mis padres ya habían merendando y estaban por cenar, pero yo aún no tenía apetito. Fue como a las 9:30 pm que decidí comer un pan con berenjena asada que preparó mi papá y a la cual le agregó, cebolla, pimentón, aceite de oliva, vinagre y sal. Comida que acompañe con una vaso de limonada.