El niño salió caminando por el largo y amplio pasillo en donde se ubicaban las muchas puertas de entrada de las habitaciones de la casa. Al llegar al final de este, entra en la habitación que hace de cuarto de menesteres.

Al cabo de un rato, sale de allí llevando en su mano una cinta métrica. Entre de nuevo a su habitación. Un instante después sale de ella y toma el pasillo en dirección contraria al viaje anterior.

Entra en donde se encuentra la biblioteca familiar. Pasaron algunos minutos. Sale de la misma y se dirige nuevamente a su habitación. El padre ha estado viendo silenciosamente todos los movimientos del pequeño.

Le causa gracia ver los movimientos de su hijo. Aunque esto le alegra un poco, existe también un sentimiento de curiosidad. – ¿Qué tanto camina de aquí para allá? ¿Qué es lo que está haciendo con esa cinta métrica? – Fueron algunas de las interrogantes que se formulo el progenitor

Avanzaron mas minutos y el niño salió de la biblioteca encogido de hombros y mostrando una gran desilusión en su rostro. El padre al ver al pequeño de ese ánimo se apresuró a hablar con el

– ¿Hijo, te paso algo? – Pregunto el padre acercando al niño de manera apresurada. Al estar frente a él, se agacho y con una de sus manos tomo la quijada del infante levantando su rostro.

Vio sus ojos humedecido. Mostraban una gran tristeza. Intento bajar de nuevo el rostro pero la mano de su padre lo impedía. Con más angustia el padre pregunto – ¿Te duele algo? ¿Te sientes mal? ¿Te golpeaste con algo? –

El niño rompió su silencio y con palabras tímida contesto – No me he hecho daño padre, tampoco me duele algo. – En el rostro del padre se dibujaba una gran incógnita. Esto lo vio el niño que inmediatamente comenzó a comentar lo que sucedía

– Es que fui a buscar la cinta métrica en el cuarto de menesteres – Movió su mano que estaba colocada en su espalda y colocando en el frente de su padre abrió la misma mostrando la cinta métrica. – Quería medir el tamaño de tu biblioteca –

– ¿Y eso para que hijo? – Preguntó el padre con algo de asombro. – Es que tu biblioteca es bastante grande. En cambio, la mía es muy pequeña. Solo tiene 15 libros. La tuya tiene muchísimos y quería ver como podía hacer para que la mía fuese tan grande como la tuya y así poder tener bastantes libros como tú. –

El padre recobro la tranquilidad y luego de dar un gran suspiro tomo al niño y lo cargo entre sus brazos. No era tarea fácil ya él tenía 8 años de edad y el peso este no permitía la misma movilidad que hacia cuando contaba con menos edad.

Camino con el niño en brazos, haciendo un esfuerzo extra hasta la biblioteca. Estando allí se sentó en el gran sofá que había en la habitación, colocando al niño sobre sus piernas

– Veraz hijo – Empezó diciendo el adulto – Todos esos libros los he leído durante gran parte de mi vida. El leer es algo que es muy importante para mí. Gracias a esos libros he podido descubrir, aprender, disfrutar de muchas cosas importantes en la vida. –

– ¿Entonces es mucho lo que has aprendido? – Pregunto el pequeño con sus ojos llenos de curiosidad. –Sí, he aprendido mucho con ellos. Cada uno de ellos han sido un poco de libertad. – Contesto el padre.

– ¿Libertad? – Pregunto el niño con bastante intriga – Si, Libertad hijo – contesto el progenitor. Veía como el rostro del niño estaba invadido por la confusión. Sonrió levemente, quito al niño sus piernas colocándolo en un lado del sofá y sentándose más cómodo comenzó a explicarle.