En una tarde lluviosa a las afuera de la ciudad, se encontraban 3 parejas: Juan y Carmen; Antonio y María; Carlos y Martha. Como todo joven, querían pasar un fin de semana diferente, saliendo de la rutina y del ruido urbano. Alquilaron una cabaña bastante acogedora, a pesar de estar aislada, tenían a disposición todos los servicios que necesitaban para disfrutar de un buen fin de semana.

Después de tres horas de navegación, al llegar a su lugar de destino, se bajaron de la lancha con sonrisas en sus caras, no sin antes despedirse del conductor, quien no dio respuesta, no soltó una palabra durante el recorrido, sólo lo básico. Entrada la noche en medio del frío y la neblina, se abrigaron, salieron y se sentaron alrededor de una fogata a cantar, bailar, comer y tomarse sus tragos. Juan tocaba la guitarra y su novia Carmen cantaba alegres canciones. Los demás animados, cantando el coro les acompañaban. Hubo un momento sus risas se confundieron con un grito que salió detrás de los matorrales. Todo quedó en silencio, sólo se escuchaba el sonido de la madera consumirse con las llamas.

Sintiendo que un gran escalofrío recorrió sus cuerpos, al punto de quedarse petrificados. Hasta que el sonido de una rama seca al desprenderse de uno de los árboles cayó al piso, los sacó del trance. Cerca se escuchó el crujir de las hojas ocasionados, por unos pasos que se acercaban. Corrieron a la cabaña, pero la suerte no parecía estar de su lado, tropezaron con algunas piedras que estaban en el camino y cayeron al suelo. Los pasos se sentían más cerca. Otro grito más inquietante retumbaba en todo el bosque. Martha al abrir sus ojos, miró a sus compañeros sorprendidos y les preguntó que había pasado porque la miraban de esa forma. Ellos respondieron que se había quedado dormida y gritaba como loca. Luego Martha escuchó los pasos que se alejaban.