Minerva y los libros

_Fuente

-El amor está sobrevalorado- comentaba Minerva para sus adentros mientras cerraba uno de los libros de la aclamada autora Jane Austen. Minerva tenía estándares altos, porque sabía que no merecía menos. Con esta idea se hizo adulta y la vida seguía avanzando y así, también fue avanzando la decepción de jamás encontrar el amor, no el enamoramiento, las miradas furtivas del momento y las sonrisas nerviosas del primer encuentro, amor de verdad, para toda la vida, ese que debería sentirse especial. Minerva imaginaba que debía sentirse maravilloso, pero eso, solo lo imaginaba, porque se negaba a creer que lo que había encontrado hasta ahora era amor, porque si lo era, estaba sobrevalorado.

Terminó de acomodar el libro romántico de Austen en el aparador y volvió a la caja de la librería donde trabajaba, se había acercado un cliente mientras vagaba en sus pensamientos esos segundos. Al llegar, se preparó para dar su cordial saludo acostumbrado a la clientela. Se detuvo un momento al cruzar miradas con el extraño, había… Algo. -Algo sin importancia- se dijo a sí misma, sacudió el pensamiento, encuadró los hombros y erguida y segura le ofreció las palabras más genéricas de toda la tienda -¡Bienvenido! ¿En qué puedo ayudarlo?- acompañadas claro de una minúscula e indulgente sonrisa.

El hombre también hizo una pausa, al darle la cara a Minerva, él también vio algo en ella, pero lo descartó de inmediato, ya estaba lo suficientemente roto como para una vez más, involucrarse de manera impulsiva con la primera mujer que se le “atravesaba”, más ahora que recién llegaba a ese lugar a rehacer su vida. Así que contestó -¡Hola! quisiera comprar este libro por favor- ¿Hola? pensó para sí, se sintió como si hubiese hablado como un niño pero ignoró su propio pensamiento cuando aquella cajera que hasta ahora no había sido tan relevante, lo iluminó como el Sol a la mañana al sonreírle sinceramente, emocionada porque él iba a comprar uno de sus libros de ficción favoritos.

Ella empezó a hablar y él escuchó atentamente -se sintió… Refrescante- pensó.

Minerva en algún punto se dio cuenta de lo mucho que había hablado, así que se detuvo y procedió a tomar los datos del desconocido para la factura, fue entonces que supo que él se llamaba Mateo. Se despidieron amablemente ese día.

Mateo va ahora a la librería de Minerva regularmente, ambos se sienten bien con la compañía del otro, ambos piensan que son afortunados de tenerse y poco a poco, ambos, reparan sus corazones rotos.

-Fin-