Disfrutando la vida
Hay días que empiezan sin avisar que van a ser especiales. Días en los que uno se despierta con una sensación distinta, como si algo en el aire dijera que vale la pena salir, respirar hondo y dejarse llevar. Este domingo pasado fue exactamente así. Antes de que el sol terminara de asomarse, sentí esas ganas irresistibles de buscar un momento para mí, de desconectar un poco del ruido de la semana y volver a ese lugar donde siempre encuentro paz: la costa del río.
Sin pensarlo mucho, cargué las cosas en el auto y emprendí el viaje. La ruta estaba tranquila, el aire fresco entraba por la ventanilla y el cielo comenzaba a pintarse con esos tonos que sólo la mañana sabe crear. Cada kilómetro me relajaba un poco más; sabía que me esperaba un día de esos que le hacen bien al alma.
Apenas llegué, el río ya estaba ahí, sereno, con ese sonido suave que parece conversar con uno. Siempre dije que el río es más generoso que el mar, y aquel día me lo volvió a demostrar. Pescar siempre fue mi cable a tierra, mi manera de frenar el mundo un ratito. Y como tantas otras veces, me regaló lo que necesitaba: el ingrediente principal para la comida que ya me estaba imaginando.
Con los peces listos, era hora de comenzar el ritual del fuego. No hay apuro en esos momentos; el fuego se enciende despacio, como si también él disfrutara del ambiente. Y cuando las brasas estuvieron listas, saqué uno de mis tesoros: el disco de arado. Para muchos puede ser sólo un utensilio, pero para mí es casi un símbolo de encuentro, de sabor, de tradición. Esa forma cóncava —ni olla, ni sartén, algo intermedio— le da a todo lo que toca un gusto que no se compara con nada.
Empecé a cortar los ingredientes con calma, disfrutando cada paso. Morrón, cebolla, verdeo, ajo… El aceite chisporroteando anunciaba que el disco estaba listo para recibirlo todo. Y así fui agregando cada cosa, dejando que los aromas se mezclaran en una danza perfecta. El pescado, tierno y fresco, se fundió con los condimentos y en pocos minutos la preparación ya perfumaba todo el lugar.
Mientras cocinaba, me quedé un momento mirando el río. Pensé en cuántas veces había buscado respuestas ahí, cuántas veces había encontrado tranquilidad simplemente escuchando el agua correr. Hay momentos en los que uno se da cuenta de que la felicidad está justo en esas pequeñas cosas: en el fuego encendido, en el aroma del disco, en el viento suave de la mañana, en sentirse vivo.
Cuando finalmente serví el plato, lo acompañé con un buen pan y un poco de vino. Y ahí, sentado frente al río, con el sonido del agua y el calor del fuego todavía cerca, supe que ese instante iba a quedar grabado entre mis mejores recuerdos. No por lo que comí —aunque estaba para chuparse los dedos—, sino por lo que sentí: esa paz profunda que sólo aparece cuando uno se regala un día para estar consigo mismo.
Un día simple, sí. Pero de esos que alimentan, que reconectan, y que curan.





Hola,
Muchas gracias por publicar en nuestra comunidad. Espero estés teniendo un bendecido día.
Te sigo animando a seguir publicando contenido de calidad como este todos los dias en cotina.
Saludos amigo xgerard. Era de las que pensaba que no se podía disfrutar de momentos sol@. Pero me equivoqué si se puede. Y si es en contacto con la naturaleza mejor. Te felicito por regalarte ese día tan especial en el río pescando y comiendo sabroso. Feliz tarde