Transitando en el Tiempo
Me detuve frente a ese reloj de sol como quien se cruza con una pregunta antigua, de esas que no exigen respuesta inmediata. El concreto inclinado, firme y silencioso, sostenía las líneas que marcaban las horas con una precisión austera, casi humilde. El cielo abierto por encima, limpio y vasto, parecía completar la escena como si todo estuviera dispuesto para recordar que el tiempo no siempre corre: a veces simplemente se posa, se apoya suavemente sobre las cosas y las deja ser. Me quedé allí varios minutos, inmóvil, observando cómo la sombra avanzaba con una lentitud casi imperceptible, un movimiento tan sutil que solo se descubre cuando uno decide mirar de verdad. Pensé en cuántas personas habrán pasado por ese mismo lugar a lo largo de los años, tal vez con prisa, tal vez en silencio, o quizás deteniéndose un instante como yo, dejando que el día los alcance sin oponer resistencia.
El viento apenas movía las hojas de los árboles cercanos, produciendo un murmullo suave, constante, como un susurro que acompaña pero no interrumpe. No había urgencia en el aire, ninguna necesidad de acelerar nada. Todo estaba envuelto en una calma que no se discute ni se explica: se acepta. En ese momento entendí que ese reloj no medía solo horas, sino también pausas, respiros, instantes en los que uno se permite estar presente sin pensar en lo que sigue.
Más tarde, cuando tuve la oportunidad de elevarme y mirar el paisaje desde lo alto, sentí que esa misma idea del tiempo se transformaba. El horizonte se abrió ante mis ojos como una promesa antigua y siempre renovada. Caminos de tierra se perdían entre el verde ralo, dibujando trayectos inciertos; aparecían manchas de bosque, claros irregulares, y a lo lejos el brillo del agua abrazando la ciudad, reflejando la luz como si quisiera llamar la atención sin levantar la voz. Desde esa altura, todo parecía ordenarse de otra manera. Lo que antes era detalle, ahora era conjunto; lo que abajo se sentía lento, desde arriba encontraba su ritmo.
Fue entonces cuando comprendí que el reloj de sol no solo marcaba horas, sino también distancias, viajes, decisiones tomadas y otras que aún esperan su momento. Marcaba historias mínimas que se cruzan sin tocarse, vidas que avanzan en paralelo, cada una con su propio compás. Mirando ese territorio inmenso pensé inevitablemente en mis propios recorridos, en las rutas elegidas y en aquellas que dejé atrás, pero también en las que todavía aguardan, silenciosas, como caminos sin huellas.
Abajo, el tiempo parecía estirarse; desde arriba, todo cobraba sentido. Y en ese contraste entendí algo simple pero profundo: esas dos imágenes eran una sola. El tiempo que pasa y el camino que sigo no están separados. Avanzan juntos, incluso cuando creo estar detenido. Porque aun en la quietud, algo se mueve. Y aunque a veces parezca que nada cambia, el viaje continúa, siempre, marcando su sombra sobre mi propia historia.
Fotografías y texto de mi autoria.



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