MI MESA VACÍA POR LA AUSENCIA DE MIS HIJOS - VENEZUELA
Observo la mesa del comedor vacía, se evidencia la prolongada ausencia de mis hijos. Me pregunto ¿Cuándo volveré a verlos sentados compartiendo mi mesa como en aquellos Domingos de reunión familiar donde con gritos y exclamaciones presenciamos una final de béisbol, un mundial de fútbol, o cualquier otro evento deportivo.
Los cumpleaños que era la excusa perfecta para emparrillarnos hasta el ocaso del día? Pero enseguida me pregunto ¿Qué le ofrecería que no sea más que el profundo amor que siento por ellos? ¿Acaso tengo el derecho de soñar con su retorno al hogar y someterlos a tanta escasez, tanta inseguridad, a tantas limitaciones? ¿No será mezquina mi posición porque al final lo que deseo de todo corazón es que vivan sus vidas, porque yo ya viví la mía?
No tengo derecho a someterlos a esta estafa de revolución que se ha agravado desde sus partidas. Pero es que me hace tanta falta el calor de sus abrazos, sentar a mi nieta en mis rodillas y convertirme el receptor de sus besos y caricias. Aún recuerdo como al sonar de la campana del heladero salíamos tomados de la mano a complacer su gusto por esa exquisitez. Son cosas normales, mundanas, no me parece mucho lo que pido, cosas simples, de rutina, cosas que llevo en mis recuerdos así como a ellos los llevo en mi corazón.
Al final de mis cavilaciones concluyo que todo este sacrificio y sufrimiento de no tenerlos a mi lado vale la pena si tengo la certeza de que les va bien, que en la medida de sus posibilidades se han adaptado a su nuevos entornos y que con desbordante juventud son capaces de seguir adelante y comerse el mundo, llevarme en su corazón y recordar que como siempre contaran con mi bendición.
En inevitable tropel llegaron los decembrinos días y lejos de mejorar la situación todo se agrava. Serán nuevamente días donde los afectos emergen a flor de piel y el presagio de tristeza, cual verdugo, se posesiona del ambiente hogareño una vez más, ante la mirada de la mesa del comedor vacía.