Rayar o no rayar, he ahí el dilema
Para mí es imposible leer un libro sin un bolígrafo en la mano. Uso tintas negras y azules; jamás resaltador. Mi subrayado es un diálogo con el autor. Un artilugio en favor de mis ulteriores análisis. Quien lea alguno de los libros en mis pequeñas pero verdaderas bibliotecas* inevitablemente tendrá que lidiar con mis asteríscos, llaves, corchetes, flechas, subrayados y notas a pie de página. Le darán la sensación de que estoy allí, a su lado, leyendo también; o quizá alcance a interpelarle con alguna sentencia, haciéndole pensar más a fondo en relación al texto. Tal vez lo remita a otra fuente, o simplemente le ahorre caminar y gastar las suelas de sus zapatos hasta llegar a un lejano diccionario. De lo contrario, pues adquiera su propio ejemplar y vaya a freír monos.
Eso de que un libro no se raya sólo aplica para cuando es prestado. Como aquel chiste que decía: ese es mi gato y yo hago con mi gato lo que me da la gana...
*Vale mencionar que la correcta concepción de un biblioteca son los libros que hemos leído, los que estamos leyendo, y los que leeremos; lo demás es un adorno inanimado, como un Pinocchio muerto.