El trauma de no poder contarlo
(trece líneas tachadas después) Francamente no sé. Francamente no puedo. Fórmulas para quitarse un poco el colesterol mental, anímico, espiritual. Un remedio de uso no tan corriente (tachado) -creo- como el alguien debería, que (tachado) da la ilusión de alargarle la vida al deseo.
En todo caso, un remedio al que no he acudido suficiente. O al que creo que pude haber acudido más seguido: francamente no podía y francamente no sabía que no podía (o no quería saber para no tener que decirlo). Muchas veces, (tachado) todas las veces quise traducir literalmente un trauma a la ficción. Más las veces que un recuerdo revelador, excitante o insólito se fue volviendo trauma a medida que intentaba -o paralizado pensaba en intentar- traducirlo literalmente a la ficción. Más las veces que más ruido hacen: cuando confluyen ambos movimientos y el trauma se multiplica por sí mismo varias veces.
El VW Escarabajo que se me voltea en un túnel sin frenos ni cinturón de seguridad, y no me pasa nada pero cuando pido un teléfono en la pantalla está el nombre del dueño, que es mi nombre, y el nombre de mi abuelo muerto dueño del carro; Katia y sus colegas putas que me ofrecen su dúplex de lujo para pasar la noche cuando me encuentran varado y perdido a las diez de la noche recién llegado a París; el amigo de primaria que se nos fue volviendo extraño en bachilerato a medida que leía (tachado) historia de las religiones y veía porno comiendo y series japonesas en señal abierta, y que la última vez que lo veo protagoniza un posible episodio de telekinesis (tachado).
La serie no es infinita pero sí podría seguir muchas líneas más. Y detenerse en una que de algún modo explica o trata de justificar o argumentar el rechazo a (tachado) el remedio de reconocer el límite: en diciembre de 2010 inicia un relato seriado, que cuenta, que va a contar lo que va a pasar, lo que está pasando, mientras cuenta las horas, días, minutos, segundos, que quedan (es regresiva) para que se acabe "el mundo" según la cuenta maya mal traducida por la escatología occidental.
Con el peor agregado de que el relato trata de explicar en una ficcionalización forzada y pueril una teoría análoga a la de guerra de cuarta generación, donde el Pueblo -algo así como la fuerza de las raíces antropológicas, los afectos y los lazos con la tierra y el prójimo- y el Águila -una red de ejércitos y corporaciones enajenadas- se disputan el planeta a merced de Dio$ -el imperio universal del valor de cambio, aliado del Águila por regla general, pero ingobernable.
La obsesión de control no permitió que floreciera lo único que valía la pena de ese disparate (tachado): el recorrido que comenzaba a partir de reconocer su imposibilidad. O el modo como al reconocimiento de esa imposibilidad se le sobrepone el temor de después, más nunca, poder contarla.
Y entonces, contra toda posibilidad, contra todo poder, seguir avanzando.
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