La Flor de Cala Blanca
La Flor de Cala Blanca
En las profundidades del Mar Mediterráneo, donde las aguas besaban la costa de una isla cubierta de pinares, existía un pueblo pesquero llamado Cala Blanca. Su nombre provenía de la arena fina y nívea de su playa, tan inmaculada que parecía reflejar la luz de la luna.
El pueblo era conocido por una leyenda: se decía que solo una persona con un corazón absolutamente puro y una fe inquebrantable podía ver nacer la Flor de Cala Blanca, una planta mística que florecía una única vez al año, justo antes del amanecer más largo. Su pétalo era del color del coral más pálido, y su centro, de un blanco tan intenso como la espuma del mar.
En Cala Blanca vivía una joven llamada Elara, hija de un viejo pescador. Elara no era rica, ni la más bella, pero su corazón era un pozo de bondad. Ella dedicaba sus días a tejer redes para su padre y a cuidar de las gaviotas heridas. La gente del pueblo, inmersa en las trivialidades cotidianas, se había olvidado de la leyenda.
Una noche de vientos fuertes, el barco de su padre se perdió en una tormenta. Los hombres del pueblo dijeron que era inútil buscar; el mar se había cobrado su precio. Pero Elara se negó a aceptarlo. Con una pequeña linterna y sin más herramienta que su esperanza, caminó a la orilla. Recordó la leyenda: la flor mística, decían, tenía el poder de guiar a los perdidos y devolver lo robado por el mar.
Se arrodilló sobre la arena helada, no para pedir un milagro, sino para prometer algo: "Si me devuelves a mi padre, cuidaré de este mar y de sus criaturas con el mismo amor con el que cuido mi propia vida."
Mientras hablaba, una luz suave comenzó a emanar de una pequeña grieta entre las rocas de mármol. Allí, brotando del mineral más duro, estaba la Flor de Cala Blanca. Era diminuta, pero su resplandor era cálido y poderoso. En lugar de ser de coral pálido, esta flor era completamente blanca, del color de la arena y el alma de Elara.
La joven comprendió: el color de la flor no era fijo; tomaba el color de la pureza de quien la invocaba. La flor se abrió completamente, y su polen, como polvo de estrellas, se elevó en el aire y formó una estela brillante que apuntó directamente hacia el horizonte.
Elara siguió el camino de luz hasta la punta del acantilado. Al amanecer, la estela la guio hasta una pequeña cala oculta donde encontró el barco de su padre, encallado pero intacto. Él estaba débil, pero vivo.
Al regresar a Cala Blanca, la gente se maravilló de su rescate. Elara nunca alardeó de la flor. Simplemente plantó una pequeña semilla en el corazón de la aldea. Desde aquel día, la aldea prosperó, y la historia de Elara y la Flor de Cala Blanca se convirtió en la verdadera enseñanza del pueblo: la mayor magia se encuentra no en el poder, sino en la pureza del amor y la esperanza inquebrantable.

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