Un legado maldito en América Latina: El Socialismo tergiversado
# Salud, estimados estemians. Siempre me he preguntado acerca de las razones por las que "izquierda" y "derecha", las dos tendencias políticas más importantes, se guarden tanto resentimiento y rencor. A tal punto es así que, en algunos casos, como en Venezuela ahora mismo, cada una de ellas quiera ver desaparecida a la otra. He acá algunas ideas para empezar a entender ese entuerto, que tanto daño ha causado a los ciudadanos de Latinoamérica, pues lo creo la principal dificultad para que la región empiece a despegar hacia el desarrollo sostenido.
La izquierda parece haber llegado a una profunda crisis en América Latina después de una reaparición en la que dio la impresión de un renacer estelar, al ocupar el poder en varios países de la región. Hoy, en efecto, quizás con la excepción de Chile, donde ha empezado a tomar un lugar institucional, lo que va dejando es un sentimiento de frustración y, en los casos extremos de Venezuela y Nicaragua, la colosal corrupción, un reguero de instituciones destruidas, la vuelta de la odiosa figura del dictador latinoamericano y muchos cadáveres.
Sin embargo, el fracaso de la izquierda en nuestras tierras no debería tomarse como el fracaso de los postulados del Socialismo que, en líneas generales, la defensa de la igualdad social, continúan teniendo vigencia, sino que estos en realidad han sido tergiversados, ya por conveniencia, ya por ignorancia y resentimiento, para, unos, desahogar resentimientos y patologías; y otros, decisivamente maleantes y oportunistas de oficio, para aprovecharse descaradamente del poder.
Prueba de que las fallidas y aun bribonas arremetidas de la llamada “izquierda” latinoamericana, que tiene por cumbre ese montón de políticos-facinerosos con ideas ya casposas llamado “Foro de Sao Paulo” (llamada también “Izquierda necrofílica”) han sembrado una idea equivocada del socialismo, es que hemos llegado a la creencia generalizada de que, al ganar esa tendencia en cualquier país, se instalará allí la misma monstruosidad que en Venezuela o Nicaragua, como se ha evidenciado hace pocas lunas con el triunfo de AMLO en México. Es hora de reconsiderar esto, pues una de las virtudes de la razón es la de poder desdecirse.
Personalmente, tres cosas me han hecho repensar el asunto: saber, por una de sus últimas entrevistas, que Jürgen Habermas continúa creyendo en el socialismo como instrumento útil para un mejor gobierno de las mayorías, y que tales creencias se han efectivizado en otros países. Un coloquio entre tres jóvenes nicaragüenses frente a las cámaras de la TV alemana. Y un estupendo artículo de Patrick Iver sobre el triunfo de Alexandria Ocasio-Cortez ver, una joven descendiente de latinos, en las internas del partido demócrata el pasado 26 de junio, sobre uno de los senadores conocidos de esta organización, Joseph Crowley, en el Distrito 14 de Nueva York, que incluye zonas menos opulentas de la gran manzana, como el Bronx y Queens; y quien puntea las encuestas para convertirse en senadora.
Esta señorita dice ser “socialista” por la calle del medio y está siendo escuchada por los norteamericanos, quienes suelen ser alérgicos a esta palabrita. Claro que ella, al explicar su posición, la aclara: dice creer en un “socialismo democrático”, acepción utilizada por Bernie Sanders, aquel candidato a la Presidencia que en otras elecciones internas de los demócratas puso en aprietos a Hillary Clinton; y que toma su modelo, no de la Cuba castrista o de la Rusia leninista o estalinista, la copia bizarra en que nos formamos muchos de los latinoamericanos, sino de los países más felices de la tierra, como Finlandia.
La otra motivación fue una discusión entre tres jóvenes de Nicaragua, país víctima hoy de otro engendro de la misma raíz que el venezolano, que me hizo volver a dos de las ideas que me han rondado estos últimos tiempos: que la estructura política en los países sin estabilidad democrática, por ser esta condición sine qua non para lograr un mejor lugar para sus ciudadanos, se desmorona sin remedio y sin importar cuán grado de avance tecnológico o industrial o de riquezas hayan alcanzado; y que en nuestra Latinoamérica la gran responsable del atraso y la pobreza es la forma equivocada, o más bien sesgada, de entender las diferencias entre las dos vertientes de la política –o de la política económica— llamadas por comodidad “izquierda” y “derecha”.
Aquellos tres jóvenes se referían a un tema vital, el gobierno Ortega-Murillo, desde esas dos perspectivas parcializadas –uno de ellos, más que defenderlo, lo excusaba, como aún haría cualquier chavista empobrecido en Venezuela—, aunque la muchacha lucía como más equilibrada. Y me dije: “podrían estar horas y horas en lo mismo y terminaría la discusión”, como así fue, “sin ponerse de acuerdo en lo más importante: el sufrimiento del pueblo nicaragüense que debe cesar”.
Olvidaban, como suelen olvidar en general “izquierdistas” y “derechistas”, que el venezolano, el nica ni ningún otro pueblo nunca es de una u otra tendencia, pues su ansia más íntima y sentida es habitar, ser parte, durante su corta permanencia en la tierra, de un lugar con los medios necesarios para tratar de ser feliz. Precisamente aquel fin que calcaron en sus banderas los proponentes del socialismo en los comienzos de la Revolución Industrial --a mediados del Siglo XIX--, impulsada esta por los capitalistas con la misma intención.
Los problema de América Latina se reducirían de forma considerable si se normalizara la interrelación entre las dos tendencias políticas, cuestión que se da ahora como si fueran irreconciliables enemigas. Y es síntoma alentador cerciorarse de que en los países encaminados a lograr la felicidad de sus gentes se ha establecido un respeto y hasta cierta armonía en esa cohabitación. He allí Chile como ejemplo local, toda vez que en ese país se va logrando que las dos posiciones funcionen, cada una, como una alternativa válida a la que los ciudadanos se vuelven a mirar con esperanza cuando la tendencia gobernante no ha satisfecho sus reivindicaciones. De cierta forma, la existencia de ambas –y aun de otras, si las hubiere— es parte necesaria de los Estados.
Y su enfrentamiento, más atizado, ciertamente, desde la llamada “izquierda”, ha servido para que individuos de moral muy laxa y con ciertas patologías mentales lleguen al extremo de exterminar a sus propios hermanos, como están haciendo los mal llamados “gobiernos progresistas” en Venezuela y Nicaragua, parapetados detrás de la etiqueta de “revolucionarios” y salidos de un “socialismo” deformado a conveniencia.