LLUVIA DE RANAS
Juan Luis Guerra en su ya clásico musical “Aojalá que llueva café en el campo”, nos transporta a una bella y extraña irracionalidad. La lluvia, siempre la lluvia, con su simbólico significado de fertilidad, desde la lluvia de oro de Zeus que seduce y fertiliza a Dánae, hasta llegar a la sensibilidad y genio del gran lírico griego Alceo de Mitilene, quien contrapone a la lluvia del dios, el calor del vino y la poesía. No sólo es la voz del dominicano la que hace que nuestra imaginación vuele, sino los elementos de la tierra que sustentan la vida, el desandar de cada día del hombre común entre alegrías y tristezas, y sobre todo la esperanza de lo fértil, lo luminoso, invocado a través de la música, la danza como en un ritual mágico. Un texto de Johann Peter Hebel me hace decir estas palabras, dado en su libro “El amigo de la casa”. Comienza el mismo con estas palabra: “También se habla de lluvia de ranas. Pero nadie habrá visto llover ranas del cielo”. Nadie ha visto llover café en el campo, pero cuánto deseo, cuánta esperanza lleva consigo esta invocación. Me hubiera gustado que el texto de Peter Hebel terminara, al menos deleitándose en la pasión del hombre por el asombro, los enigmas. Les presento el relato completo del autor alemán:
También se habla de lluvia de ranas. Pero nadie habrá visto llover ranas del cielo. El asunto, para ser concisos, se produce de la manera siguiente. Resulta que en verano, cuando el calor seco se mantiene durante días, un tipo de ranas se retira a los bosques y arbustos lindantes porque encuentra allí más fresca y más húmeda y se comporta en ese lugar en absoluto silencio, escondido de tal forma que nadie se percate de su presencia. Luego, cuando cae una lluvia tenue, reaparecen en grandes cantidades y se recrean en la hierba, húmeda y fresca. Así pues, quien se halla en una zona de estas y ve tal cantidad de ranitas donde antes no se veía ni una, no consigue explicarse de dónde han aparecido tantas de golpe; y los ingenuos se figuran que han llovido ranas. Pues por culpa de la querida pereza preferimos dar validez a las cosas más irracionales, en vez de esforzarnos en reflexionar sobre las causas racionales o preguntarnos por aquello que no logramos comprender.