III Semana de Pascua . La Santa Misa
III Semana de Pascua . La Santa Misa
Oración de presencia de Dios: Haz, ¡oh Jesús!, que yo comprenda cada vez mejor valor y significado tu de tu Sacrificio eucarístico.
La Santa Misa es el centro del culto litúrgico. Como la obra redentora de Jesús culmina en el Calvario con su muerte de cruz, así la acción litúrgica, que prolonga la obra de Jesús en el mundo, culmina en la santa Misa, qué renueva y perpetúa en nuestros altares el sacrificio de la Cruz. Jesús quiso que los preciosos frutos de redención merecidos por Él en el calvario para todo el género humano, fuesen aplicados y transmitidos a cada creyente individualmente por su participación en el sacrificio eucarístico.
De nuestros altares fluye sin cesar la fuente de gracia que hizo brotar Jesús en el Calvario, fuente a la que todo fiel está obligado a acercarse una vez al menos cada semana, asistiendo a la misa festiva, pero a la cual nos es dado aproximarnos todos los días, todas las veces que tomamos parte en el Sacrificio del altar.
La santa Misa es la fuente de la vida. Jesús repite sin interrupción, al ofrecerse inmolarse sobre los altares: "Quien tenga sed, venga a Mí y beba" (Jo, 7, 37)
Dice la encíclica Mediator Dei: "El augusto Sacrificio del altar no es una mera y siempre conmemoración de la pasión y muerte de Jesucristo, sino un verdadero y estricto sacrificio, en el que el Sumo Sacerdote, inmolándose incruentamente, repite lo que una vez hizo sobre la Cruz".
Idéntica a la Víctima, idéntico el Sacerdote, sólo es diverso el modo de hacer la oferta: sobre el Calvario de modo cruento, en el altar de modo incruento.
Si nosotros no vemos en la santa Misa, como María Santísima lo vio en el Calvario, el Cuerpo ensangrentado de Cristo y su Sangre manando de las heridas, los tenemos, sin embargo, realmente presentes en la fuerza de la Consagración. Además, realizándose está divina presencia bajo distintas especies, se renueva místicamente la muerte cruenta acaecida en el Calvario con la separación real del Cuerpo y de la Sangre del Salvador.
¡Oh Eterno Padre!, permíteme ofrecerte el Corazón de Jesús, tu Hijo amadísimo, como él mismo se te ofrece en el santo Sacrificio del altar. Acepta, si te place, por mí esta oferta; acepta todos los deseos, los sentimientos, los afectos, los movimientos y actos de su Corazón sacrosanto. Todos son míos porque Él los sacrifica por mí, y protesto no tener en el futuro otros deseos que los suyos. Recíbelos en satisfacción por mis pecados y en agradecimiento por tus beneficios; recíbelos para concederme, en virtud de sus méritos, todas las gracias que necesito, principalmente la de la perseverancia final. Recíbelos como otros tantos saltos de amor, de adoración, de alabanza, que ofrezco a tu Majestad divina, pues sólo con ellos eres dignamente honrado y glorificado.
¡Dios mío!, te ofrezco a tu amado Hijo en agradecimiento por el bien que me haces, como petición, ofrecimiento, adoración mía, y como mi todo. Recíbelo, ¡oh Padre Eterno!, por todo lo que de me deseas, pues nada digno tengo para ofrecerte, sino Aquél de quien con tanto amor me concedes gozar (Santa Margarita M. Alacoque)
@okutavio. Recibiste el poder de la Mitología. Gracias por ser parte de nuestro TRAIL MINOTAUROTOTAL
"EL PODER ESTÁ EN TI"