Puerto Ayacucho era el destino
Puerto Ayacucho era el destino, y más aún el destino, estar con los Piaroas, y un destino aún mayor, estar con el abuelo Bolívar, pero no nos engañemos, todos sabíamos nuestro verdadero destino, probar el Yopo. Honestamente yo no tenía tanto ánimo como mis otros compañeros de probar la tan poderosa planta, pero igual agarré ánimos y como quería viajar, pues decidí probarla. Llegamos al aeropuerto y ya nos esperaba un miembro de la familia del abuelo, saludamos y nos montamos, listos. Luego de pasar por un largo trayecto con algunas paradas de mirada extraña (compra de marihuana) llegamos a zonas con mayor densidad selvática, y al cruzar por un puente apunto de caerse llegamos a donde se ubicaban las churuatas. Llegamos ya pasada la tarde, la luna era jodidamente imponente y las nubes en su usual tarea de dibujar formas extrañas se mezclaban con las miles de millones de estrellas, el lugar era magia pura (menos los mosquitos, y el calor, aunque ya hacía frío, también hacía calor de alguna manera, siempre el calor estaba por ahí detrás del frío). En la mañana nos recibieron los mosquitos, miles de ellos sobre cada uno de nosotros, a veces agarraban a Isaac y otro día a mi, luego perseguían a Jesús y dormían con Andrea, los mosquitos nos desangraban y no hayamos en todos los seis días, quitarnos los mosquitos de encima.
Improvisamos una cocina y nos pusimos de chef, armamos un buen desayuno la verdad, teníamos demasiada comida, especialmente Isaac, el cual trajo tanta cantidad que hubiésemos podido alimentar a todo Puerto Ayacucho por un minuto. Yo traje una lata de tomate y un cocosette, Jesús y Andrea trajeron un chivo para la leche. Ya por la tarde nos pasearon por el pueblo y pudimos ver el mercado Indígena, logré comprarme con el ajustado efectivo que cargaba un palo de serpiente, que sirve para espantar serpientes. Isaac recuerdo que se compró un bolígrafo y Jesús y Andrea una regla de titanio, no sé que estaban tramando esos tres con esos utensilios, pero luego supe la razón y me robaron mi palo para espantar serpientes. Al regresar volvimos a pasar por el puente y todos apretábamos el culo, el puente se estaba cayendo y nadie decía nada (típica estrategia) y todos lo sabían, pero todos reían entre miradas, y claro, rezaban a la virgen de que ese no fuera el día en que el puente colapsara.
ya era de noche, pero esta noche era distinta, este miércoles nos esperaba la poderosa planta medicinal llamada Yopo. Nos dijeron que no cenáramos esa noche, lástima, porque iba a preparar una napolitana con mi lata de tomate, optamos por algunos frutos secos y frutos no secos. Por fin pudimos conocer al abuelo, ya cerca de las ocho de la noche, ¿o lo conocimos antes?, Dios mío no lo sé, el punto es que el abuelo llegó de entre la selva junto a su esposa, cargaba un machete, un tronco de unos cinco metros de algún árbol mal parado, ciertas hojas de uso medicinal y todo eso descalzo, era obvio que el abuelo se preparaba para una ceremonia de Yopo.
Nos llamaron y nos invitaron a que pasáramos, yo pregunté si era formal o informal y nos dijeron como si fuésemos a la playa, de suerte había metido un short viejo que tuve que amarrar como pude, y nada, entramos los cuatro como perro asustado, pidiendo permiso y disculpa, buenas noches, venimos de la culpa. La churuata por dentro es como una nave del cosmos, debo decir, que es increíble, es espaciosa, cómoda, no hace frío ni calor y siempre huele bien; se ubicaban todos los hijos y nietos y bisnietos del abuelo a su alrededor, en el centro, el abuelo con todas sus herramientas y utensilios. Siempre conversaban, todos, en su lengua sábila, y a veces en castellano, para que entendiéramos, nosotros hacíamos muchísimas preguntas para entender más o menos qué era el Yopo, qué hacía, qué teníamos que hacer, etc. Nos sentamos en unos pequeños y cómodos taburetes de madera, descalzos y sin franela, flacos y pálidos caraqueños; uno de los hijos y discípulo del abuelo nos contaba todo tipo de cosas, trataba de mantenernos sanos y cuerdos, porque sabía a lo que nos enfrentábamos, y sabía que nosotros no sabíamos. Nos pasaban cientos de cigarros, varios porros de marihuana, capi (bebida para depurar) y una vez el mismo abuelo nos dio tabaco molido proveniente de Colombia; el abuelo ya se preparaba y comenzaba a moler el Yopo en una especie de tapara especial para eso. Mis nervios y estoy casi seguro que los nervios de mis compañeros estaban a flor de piel, los sentíamos pero nada que no se pudiese aguantar; el primero fue Jesús, luego Andrea, luego yo y de último Isaac, todos aspiramos el yopo molido de la tapara. Todo comenzó con un vórtice oscuro, con pensamientos, túneles, mándalas, remolinos, máquinas que cambian y se transforman a cada segundo con unos colores increíbles que nunca había visto, y que muchas veces me asustaron; eso en general es lo que recuerdo y lo que se me vienen a la mente cuando recibí ese primer golpe yoposero, todo lo demás dejó de existir, mis compañeros estaban ahí, pero cada uno estaba viajando solo, cada uno se fue por su lado, no había comunicación con nada y con nadie, yo esperé sentado, con los ojos bien cerrados mirando al frente, la sensación es la de un tren andando a toda velocidad del que no puedes bajarte, si te bajas, pierdes.
Ya me encontraba un poco más tranquilo, el túnel había pasado y comenzaba a oír los cantos de la tribu del abuelo, comenzaba a ver algo, luces, colores, formas, pero de repente, sentí unas voces detrás de mí, unos extraños alaridos y palabras incoherentes, una patada, otra patada más, no comprendía qué ocurría, qué estaba pasando, ¿era la abuela Bolívar en uno de sus trances? ¿qué pasaba? ¿por qué me pateaba esta extraña persona y hacía todo un ritual al respecto? Muchas preguntas sin responder, tantas que decidí entregarme al vacío del extraño trance y caer al abismo tipo la canción de Alonso del Río, listo, me lancé, ¿y qué encontré al lado mío en el piso? A mi compañera Andrea, revoloteándose en la tierra, y yo comenzaba a revolotearme también, sus palabras se mezclaban con las mías y hacían un despelote de frases sin sentido, quedamos locos durante horas, sucios y orinados. No sé qué pasó luego, pero recuerdo que por un momento o alguien llamó por mi nombre o simplemente caí en cuenta de que andaba gritando a todo pulmón y actuando como malandro de la Vega ahí dentro de la churuata, donde claro, toda la familia reía y disfrutaba del espectáculo ofrecido. Me levanto y veo a Jesús desnudo tirado en el suelo, veo a Isaac (el único cuerdo) y lo veo con terror, le dicen a Jesús “mire Jesús vístase qué hace ahí desnudo” y se levanta y se viste, mira con preocupación hacia Andrea y se pone en posición de meditación, hace un conjuro con sus manos y agradece. Luego de un rato veo que se llevan a Isaac para las zonas de los chinchorros, pienso lo peor, aquí fue, lo van a comer o lo van a lanzar con la anaconda, pero me tranquilizo, veo Andrea revoloteándose aún y grito ¡wow! Y comienzo con un discurso barato y político a todo pulmón sobre que “¡cuando llegue a la Caracas voy a parar los carros y voy a sembrar una mata de mango en medio de la autopista!”, les lanzo un aplauso a la tribu del abuelo y los felicito por cómo viven y les agradezco por existir, el resto de la noche la pasamos tranquilo y nos fuimos a dormir.
En la mañana nos preparamos el desayuno, tenía muchísima hambre, todavía no comíamos la napolitana que iba hacer con mi lata de tomate, pero bueno. Nos lanzaron al pueblo de nuevo, esta vez con el abuelo Bolívar, vestido con gorra, lentes deportivos y mucho efectivo en su bolsillo, para hacer el mismo tour extraño de paradas extrañas (más compra de marihuana y cigarro) compramos chicha y conversamos con los nietos del abuelo, algo que me impresionaban eran sus nombres. El viaje en la camioneta era agradable, íbamos como ganado en la parte de atrás, y debo decir, que me encantó, entre el viento, la naturaleza, el aire fresco y los miles de porros y cigarros que circulaban.
Volvíamos a cruzar el desbalanceado puente a punto de caerse y llegábamos al hogar del abuelo nuevamente. Este vez decidimos hacer un recorrido selva dentro, a la hermosa densidad del amazonas fronteriza; fueron unas largas seis horas de caminata junto al guía por supuesto, olimos orina de tigre, vimos hormigas gigantes, nos picaron mosquitos, vimos una gran serpiente y claro, el paisaje, cómo olvidar el paisaje, la verdad, no existen palabras para describirlo. De regreso nos cayó una refrescante lluvia, fuerte en verdad, fría del carajo, pero el guía cortó unas palmeras gigantes y las usamos de paraguas, eso nos permitió admirar el paisaje, ver los colores, los olores, los sonidos, y mucho más que eso, caminar y sentir que estás en algo parecido a una película, en donde tus sentidos sienten de todo a la vez; en verdad, agradezco que haya caído esa lluvia.
Ya la noche se acercaba, a las ocho nos comimos unos frutos secos y no tan secos y nos dijeron que nos preparáramos para otra noche de Yopo, los nervios volvían otra vez, pero nada que no se pudiese controlar. Esta noche es la noche, el abuelo se encontraba acostado en su chinchorro tocando la Maraca y cantando ícaros, debajo de él, su esposa, la abuela Bolívar acostada en una cama, en esto pasaron horas y horas hasta la medianoche cuando ya el abuelo se baja del chinchorro y comienza a moler el Yopo. Durante todas estas horas de espera nos encontrábamos los cuatro reunidos bebiendo capi y fumando, y en eso Jesús y Andrea deciden retirarse y pasar la noche tranquilos conversando en su carpa, y en verdad debo decir que los entendí completamente en ese momento, el Yopo no es juego de carrito, se despidieron y quedamos Isaac y yo junto a la familia del abuelo, nos miramos como levantando la ceja y diciendo “bueno, aquí estamos, no hay vuelta atrás”.
Vómito, mucho vómito, demasiado diría, mucho mucho vómito, nunca había visto salir tanto vómito de uno de los nietos del abuelo que luego más tarde en la noche se pararía frente a mi en posición de ataque. El abuelo me presenta el Yopo, tomo el pitillo especial para inhalar y me lanzo todo el polvo que se encontraban en la tapara, e inmediatamente uno de los hijos del abuelo me dice que la mitad era para Isaac, me mira con asombro y suelta una carcajada, pues ya no tengo opción y asumo mi vaina, a Isaac no logré verlo después de eso, tuve que sentarme rápidamente y cerrar mis ojos.
El túnel esta vez era más fuerte (por razones obvias) pero ya venía preparado mentalmente y ningún pensamiento o extraña sensación me desvió del camino, seguí recto a lo que amaba, pensaba en mi familia, en mis amigos, en mis animales, en todo lo que me podía ayudar a mantenerme sano y cuerdo, aunque lo cuerdo aquí no existe, aquí todo se pierde. Una vez cruzado el túnel llegué como a una “zona de confort” donde todo se sentía abierto, mi mente estaba abierta a un mundo muchísimo más amplio, más complejo, donde no había pequeño ni grande, el tiempo se había perdido y todo se encontraba donde pertenecía, el lugar me permitía ver con mucha más claridad todos mis pensamientos, desde los más profundos hasta los más sencillos. A la par de todo esto, lo cuál era hermosísimo, también surgieron mis emociones más fuertes, mis temores más profundos, todos a la vez sin saber qué hacer con ellos, estaba pues, en el espacio, me habían lanzado literalmente al espacio como en un ascensor a toda velocidad, y allá arriba cargaba con un equipaje de locuras y demás. Comencé por “encontrarme” con personas y personajes conocidos, tipo Chávez, Bolívar, amigos de la infancia, familiares, etc. Pero cuando recordé que Isaac estaba a mi lado, todo comenzaba a volverse un ocho, mis pensamientos y mi imaginación se mezclaron en perfecta armonía e hicieron de las suyas, tanto así que en algún momento, cometí el grave error de abrir los ojos…
Acá todo se fue a la verga, a mi cerebro lo metieron en una vieja licuadora y lo lanzaron prendido por un barranco, el despelote fue total; lancé el tabaco que el mismo abuelo había echo especialmente para nosotros, me levanté balbuceando e insultando de mala gana a todos, Isaac trató de calmarme pero no hubo remedio para lo que venía, pues en ese momento me le puse frente al hijo del abuelo, el Taita Rufino, y como alzadito le agarré y estiré una de las tiras de su short, me tambaleé, me oriné y me fui de lado a punto de caerme, los nietos se levantaron con furia y les dieron la orden de dejarme tranquilo, y pues mala idea, porque salí de la churuata rápidamente y ahora en el medio de la selva entraba en pánico total, era carne de jaguar. Caminé hacia una extraña casita al lado del río, al entrar me encuentro con máscaras Piaroas de todo tipo guindadas en la pared y un balde de agua fría, en ese momento lo vi claro, tenía que hacerlo, “Ice bucket challenge” o algo así, y entró uno de los hijos del abuelo mientras me mojaba en trance, “qué estás haciendo tú aquí chico??” pues salí corriendo a toda velocidad gritando Isaaaaacccc!! esquivé una serpiente invisible y unas hormigas gigantes en puntilla y corrí a toda velocidad hacia la carpa, salté y me lancé de clavado, creyendo por un milisegundo que cruzaría por un portal hacia el Jardín de la eterna juventud. Terminé así, rodeado de tela plástica y un cuchillo de cocina cerca de mi estómago del cual agradezco no habérmelo clavado, el resto de la noche me visitó mi gato muerto Wilmer y hablé sobre Hitler y pornografía; ya más tarde Isaac se incorporó con una silla a ver la noche y conversar, de último nos fuimos a dormir.
Al día siguiente la pasamos tranquilo entre el calor y los mosquitos, cocinamos para toda la familia la pasta tan esperada con mi lata de tomate, había una guitarra así que tocamos música y cantamos, anduve en una pequeña bicicleta que le pedí prestada al más pequeño y nos bañamos en el río. Dimos un largo paseo en carretera y conocimos al resto de la familia Bolívar, cenamos Piña y nos fuimos a dormir temprano, al día siguiente nos íbamos.
Ya el viaje de regreso fue cómodo, el puente se había caído cuando cruzaba un motorizado, pero le pusieron el mismo tronco que servía de columna y logramos pasar con el culo mucho más apretado, yo bien dije “si esta vaina se cae yo salto pal río”. Nos despedimos de la familia Bolívar y volamos a Caracas viendo ya con nostalgia lo que dejábamos atrás. Sin más que añadir me despido.
Saludos cordiales
+todas las ilustraciones son de mi autoría
Excelente historia Eduardo!
El Esteban! gracias mano