Buenas tardes, estimados amigos de Steemit. Continuando con la prolongada cuarentena no paramos en el proceso creativo. El arte siempre prolifera en las crisis, y esto no es una excepción. Por aquí les dejo un relato con referencias bíblicas, de aquel suceso que nos trajo al resto de la humanidad a estos tiempos convulsos.
La demora de la caravana lo confirmó: era inútil forzar la marcha. Sin opciones diferentes a las que conducían a la muerte en el desierto, la multitud se arropó bajo la sombra de aquella derruida fachada de un viejo templo incrustado en la montaña. Apartados, los profetas, en lengua sagrada, esclarecían el destino de la nación. El sol en pleno y la estéril llanura a lo redondo desbandaba cualquier esperanza. Oteados pacientemente por los buitres había nerviosismo en la gente, y con murmullos, se pasó del miedo al rencor, y de este al odio a los profetas. Cuando estos regresaron, los maldijeron, y también a los dioses. Las aldeas abandonaron las lealtades y alianzas, yendo entre ellas con violencia. Junto a las ruinas del templo, la sangre era derramada bajo un atronador griterío. Apedreando y pisoteando: hombres, mujeres y niños tendidos en la arena, aullando, suplicando a quien pudiera ver otra cosa en ellos que no fuera un enemigo. Pero las viejas rencillas tribales resurgieron y comenzaron los linchamientos y matanzas. Miles corrieron hacia el interior del templo; otros, hacia la segura muerte en el desierto. Y en el horror, entre blasfemias y fuerzas desproporcionadas, alguien juró que este hecho lo pagarían con sus vidas los profetas. Se unieron más voces al clamor. El brusco cambio en la dirección de la barbarie sentenció a los viejos hombres espirituales. Estos, altivos, aceptaron su destino, inamovibles y mudos mientras morían a manos de la turba. Separados al fin de los infieles y librados del peso de la carne impía, consiguieron la ascensión gracias a la diosa que en secreto adoraron, y la promesa de condena aquel pueblo y sus generaciones venideras a partir de entonces.