Aquel Pino | Relato
[Fuente] (https://pixabay.com/es/paisaje-niebla-neblina-árbol-pino-227889/)
Hace años ya, plante en mi jardín un hermoso pino de california que durante 5 años ha crecido y prosperado. El tiempo en vano, no ha pasado, y ya es un árbol más alto que yo; ha crecido tanto como mi obsesión y adoración por él. No es como que lo ame, ni nada parecido, es una maravilla que tengo por ese árbol. Su perfume cítrico, la dureza de su corteza, el color verde, la forma de sus hojas y ramas, la tierra donde ha echado raíces este hermoso ser vivo.
Mi maravilla no para en ningún momento por mi árbol, es un orgullo para mí, es recurrente que detenga mi vida frente a él para observarlo por tiempos prolongados, solo me instalo en mi silla y lo observo. He estado por horas inspirada escribiéndole poesías, tomándole fotos, he aprendido a pintar solo para hacer retratos en lienzo de este árbol, es obsesivo. Me está pareciendo preocupante, o por lo menos me parecía preocupante, había detenido tanto mi vida por eso, que me había desatendido; Deje de trabajar, de asearme, de cuidarme, no era normal todo esto, pero era hipnotizante ese pino, era especial lo que sentía por él, pero en definitiva no era normal.
Salí uno de esos días en los que me alejaba de él, compraría víveres con el poco dinero que me quedaba. Me encontraba en la frutería tratando de ver que me llevaba a casa, era desesperante no poder encontrar algo que me gustara y pudiese comprar, tratando de cuidar mi precaria situación económica, y como no quería llevarme una sola cosa y necesita comer, decidí llevarme de todo un poco. Tenía ya un tercio de papaya, una pera, una manzana y un manojo de cinco bananas guardados en la bolsa, era patético, pero todavía me podía dar un gusto más.
Por una extraña razón me provoco una limonada, extraño porque no me gustan, me parece una fruta para bobos, mucho fruto, poco provecho, pero así, como los locos deciden, decidí comprar limones. Tomé entonces la bolsa para escoger los limones y una pareja capto mi atención, fue la familiaridad, el recuerdo que esa pareja evocó en mí, lo que me hizo quedarme concentrarme en ellos; estaban justo a mi lado, peleándose por los limones, a ella le encantaban, pero él le decía con voz extrañamente conocida, fría, apagada, pero dominante, mientras le tomaba la mano, que ese fruto era para bobos.
Atónita y perpleja, entendiendo todavía lo que había escuchado, vi como aquel hombre apuesto, de cabello negro, barbado y de ojos azules, vestido con una camisa verda la tomaba del brazo que sostenía el cítrico. Ella se veía claramente afectada por su agarre, aquel brazo fuerte, moreno y velludo ejercía una presión que en su antebrazo era doloroso. Pero no era solamente el dolor lo que mis ojos percibían en ella, era el terror. Terror que ese hombre generaba en ella, era sublime la fuerza que ejercía con ese rostro, de facciones duras, con su mandíbula apretada y esa mirada que podría derretir plomo. El agarre continuaba y pude ver, además, debajo de la chaqueta abierta que ella llevaba, un poco más arriba del cuello de su camisa una quemadura de perfectamente redonda, pequeña, como de cigarrillo.
Apuesto a que mi mirada era de pánico total, no lo había notado, pero mi mano izquierda se había posado por instinto o por empatía, en el lugar donde me dio la sensación de que estaba la quemada, tapándola, sintiéndola en el cuello, justo debajo del cóndilo, ahí estaba, se sentía, un pequeño queloide que al tacto se hacía notar. Mi pánico por un instante pasó de ella a mí, pero el instante de aterrorizarme por mi, expiró, ya que la discusión no había acabado, ese hombre agarro su cuello con la otra mano que le quedaba libre y en pleno público, le dio una bofetada y le susurro de manera casi inaudible, pero por mi cercanía pude escuchar un: “suelta todo que nos vamos”.
Esta chica era maltratada, aquí y ante todos, por ese patán. ¡Es inaudito que nadie haga nada!, ¡INAUDITO!. Todavía parados frente a mí, comenzó un pequeño forcejeo, ella se resistía a la barbarie del troglodita, me sentía impotente y de mi solo surgió un grito: “¡Ayúdenla!”.
Aquella voz resonó en el local, había gritado a todo pulmón, mi gañote se hizo sentir y todas las miradas se posaron sobre mí, ¿sobre mí? ¿Por qué me miran a mí? con la desgracia que estaba ocurriendo a escasos metros no deberían estar viéndome, volví a gritar: “¡Ayúdenla, por favor!; Mientras desprendía este nuevo grito de mis entrañas, él, inmutable a mis pedidos de ayuda, la volvió a abofetear de manera tan contundente, que la dejo tendida en el suelo, caída sobre sus piernas, de medio lado e indefensa. Mi trance era total, mis ojos abiertos de par en par, no lo podía creer, era imposible; un “¿está bien señorita?”, me saco de mi trance, un muchacho joven se paró a mi lado, medio inclinado y con cara de circunstancia, viéndome como a un bicho raro o un fenómeno extraño. Anonadada detuve mi mirada sobre la suya, entendiendo que sucedía, pero no lo entendía, tenía que ayudar a esa chica, tenía que hacer algo.
Dispuesta a saltar a la acción voltee a donde nadie quería ver y cuando lo hice, la chica y el bestia se habían esfumado. Abrí más mis ojos si se podía, mi boca estaba desencajada y abierta, vi a mí alrededor nuevamente y todos estaban mirándome fijamente, se veía genuina preocupación en sus caras. “Señorita ¿necesita ayuda?, ¿se siente bien?”; el amable joven intentaba acudir a mi llamada de ayuda, pero no era yo quien la necesitaba, era alguien más, alguien que ya no está ahí, dos personas que habían desaparecido, sin llamar, ni un poco, la atención de nadie. Todos me veían a mí, como si nada hubiese pasado, como si nunca hubiese estado esa pareja al frente de mi.
Me sentía ridícula, tonta, extraña, completamente ajena a la situación, sentí pena, incluso un ánimo de correr, y eso fue lo que hice. Corrí lo más rápido que pude, corrí hasta llegar a mi camioneta, una Pickup vetusta y oxidada. Recuerdo todavía estar sosteniendo el limón que había tomado, pero la bolsa la había tirado en la huida desordenada que emprendí. Arranque el vehículo para dirigirme a casa.
En el camino sentí ganas de llorar, era la impotencia de no poder ayudar a esa mujer que necesitaba ayuda. Era ese hombre que me había desbalanceado toda, pudiese existir un ser tan irrespetuoso y brutal; mucho miedo me dio pensar, que pudiese tomar represalias en contra mía, era muy capaz, viendo lo que hacía con su pareja, podía llegar a intentar cualquier cosa conmigo.
Llegue al portal de mi casa, una vieja y descuidada casa, con un bello y hermoso pino. Me sentí tranquila otra vez, al ver mi pino esperándome, me había hecho olvidar aquel mal rato que pasé, y seguramente no fui yo quien peor lo paso. Ya todo había pasado, estaba con mi árbol, me dedique a verlo un rato. Unas nubes negras anunciaban lluvia, me quede con mi pino hasta que el aviso se hizo hecho y comenzó a llover de manera torrencial. No tenía otra opción, esta amarga lluvia me obligaba a separarme del pino, sin mucho ánimo entonces, decidí entrar en casa.
Había oscurecido, no se observaba un palmo, las luces apagadas, las ventanas cerradas y las cortinas tapando la poca luz que ya las nubes de lluvia habían tapado. Entré en la sala, secándome con una camisa mal colocada, quitándome la chaqueta y apenándome, ya que todavía tenía el limón en la mano, lo había robado. Qué pena con esa gente, tendré que devolverlo. Un movimiento captado con el rabillo de mi ojo me hizo girar y, de la pena salté al pánico, una silueta muy familiar. Un intruso, alguien dentro de mi casa, lancé lo único contundente que tenía en mi mano, el limón y sin ver si había atinado o no corrí a la cocina lo más rápido que pude, atravesando el pasillo, trastabillando y tropezando con las paredes por la urgencia y la sorpresa con la que salí disparada. Llegada al cuarto de cocina, abrí una de las gavetas tomando un cuchillo y me dedique a observar mi alrededor para medir mi espacio, estaba todo viejo, polvoriento, con tarros en las varias despensas que tenía como almacén, eso sí, con un hermoso piso de madera con bastante carácter. Quería estar alejada de esa silueta, algunos metros para maniobrar me alcanzaban, así que me arrincone en la esquina contraria al arco de entrada a la cocina, con ese único acceso bien vigilado. Rayos iluminaban de vez en cuando toda la casa y el estruendo que las gotas causaban en el techo eran insoportables, más al saber que tenía un intruso en mi casa, no se escuchaban pasos, pero esa silueta apareció en la cocina, era fornida, de repente un rayo ilumina la cocina, veo el rostro de aquel hombre en mi casa, mirándome fijamente, era él.
Acercándose a mí de manera amenazante me espeta sin sentido alguno: “te dije que no me gustaban los limones” y levantando su mano para atacarme, al mismo tiempo que levantaba las mías para defenderme, me golpeó arrojándome fuera de mi esquina, cual barajita, caí en el suelo indefensa, de repente todo mi cuerpo me dolía pero no por el golpe, ni por la caída, sentía que tenia moretones en todo el cuerpo, menos en mi cara, me asuste mas cuando vi que tenía sin causa aparente, moretones reales en mis brazos. No entendía aquella situación, pero no había tiempo para pensar, aquella silueta venia a propinarme una paliza y con razón, porque no le gustaban los limones, ¿con razón?, ¿en qué estoy pensando?, es un puto limón, es mi vida ¿Quién se cree que es?.
Un agarrón sobre mis hombros me sacude de mis pensamientos, me levanta y me empuja, hacia las gavetas, chocando mi espalda contra los pomos, el dolor tan insoportable arranca un quejido de mi boca y me devuelven a mi realidad, ahora todo me duele más que antes, siento que tengo más moretones en todo mi cuerpo, tengo que defenderme. Me levanto, él callado a mis doce en punto, nunca ha dicho otra cosa que aquella oración sin sentido, se abalanza contra mí y yo solo levanto mi mano que todavía sostiene el cuchillo, cierro mis ojos y espero a que ocurra lo que tenga que ocurrir.
A través de mis parpados cerrados siento el resplandor de un rayo y luego el atronador sonido que le sucede a la luz, abro mis ojos, no hay nadie. Solo una mancha de sangre en el piso, una mancha seca, bien pegada a la madera, la cocina esta revuelta, más sucia y polvorienta que antes, sosteniendo aun el cuchillo lo observo, ¡no hay sangre!, no hay manchas de sangre fresca en ningún lado, solo un manchón seco en el piso.
Me asomo al pasillo y hay muebles movidos por todos lados, no recuerdo haber movido tanto esos muebles a pesar de mi torpe carrera por aquí, no hay vistas de nadie, la silueta desapareció. Todavía no salgo de mi impresión, hace poco tuve un encontronazo con aquel sujeto, me amenazó, me golpeó, me maltrató, creí apuñalarlo y me topo con una casa completamente desordenada, todo polvoriento y sin una sola mancha de sangre que no fuese ese viejo y seco reguero de la cocina.
Todavía no entiendo lo que he visto. Voy a mi cuarto pasando la sala, también hecha un desastre, abro la puerta y veo mi cama puesta en vertical contra la pared contraria a la ventana. Me acerco a la mesita de noche, a ver un cuadro con una foto intacta y ahí te veo, mi amor, con tu cabello negro, barba y ojos azules.
Entendiendo lo que había sucedido, saco lo que he tenido guardado desde hace cinco años y tenía que sacar en el momento en que lo hice. Aquel momento en el que perdí mi amor. Viví otra de mis alucinaciones, evocando aquel momento en el mercado, el día en que nadie me ayudó, ese momento en que te mate en la cocina, siempre tan vivido para mi, sin soñar, sin ser sonámbula he repetido ese momento de vez en cuando. he estado loca desde ese momento, Antoine era tu nombre. Tu perfume era fuerte casi cítrico, la dureza de tus brazos y tus golpes, el color verde de la camisa que se tiño de rojo, la forma de tus cabellos, la cicatriz que dejaste en mi cuello con un cautín calentado al rojo vivo, quizás por eso escogí ese pino para adornar la tierra donde te enterré, me recordaba a ti. Quizás por eso este obsesionada. Recuerdo el día en que empezaste a maltratarme, sobre todo el último, aquel calvario que pasé por tres años el día en que me casé, hasta tu muerte hace cinco. Te volviste celopata, controlador, abusivo.
Ahora con tu pistola en la mano, con la que me amenazaste por comprar limones, con la que controlabas mi vida y me amedrentabas cada vez que hacia algo que tu no querías, aquel objeto que te volvía fuerte, será el causante de mi fin, en el hoyo que había cavado para mi, justo al lado del pino, tu tumba, porque siempre te amé y aun te amo a pesar de tu maltrato.