Por qué no lloro a los muertos?...
Cuando mi abuelita se murió por primera vez, y se desataron todos los acontecimientos que relaté en La primera muerte de mi abuela… (que publiqué el día 12 de enero), y ya se había recuperado de un todo, le dio unos golpecitos al colchón y me pidió que me sentara a su lado en la cama para hablar conmigo, su nieta preferida. Le había ido a buscar un helado de chocolate para subirle el ánimo: aclaro que soy adicta al chocolate.
Jamás olvidaré su actitud calmada y suave. Su cara dibujada con los surcos de una vida dedicada a cuidar de sus dieciocho hijos, de los cuales a los 97 años todavía le quedaban cinco. Yo creía a pie juntillas que iba a cumplir su promesa de morirse después que todos sus hijos hubieran abandonado este mundo. Era tan firme, tan fuerte y a la vez tan dulce que yo la veía como un ser muy especial.
Comenzó hablando con los ojos entrecerrados, como si no quisiera perder ningún detalle de las imágenes que estaban danzando en su cabeza. Como queriendo revivir segundo a segundo la experiencia vivida durante el reciente infarto.
“Mi gordita bella, escucha bien lo que te voy a decir. Ese día cuando me dio el infarto, los vi desde arriba, como si estuviera flotando fuera de mi cuerpo. (Hubo un lapso de silencio como si quisiera armar una imagen). Vi como todos ustedes lloraban amargamente, se abrazaban para compartir el dolor, se recriminaban al sentirse culpables por mi muerte. Y yo estaba desesperada por irme de allí para no verlos, por dejar de flotar sobre ustedes y poder descansar tranquila como me había sentido momentos antes. Quería volver a esa paz y esa tranquilidad que nunca había sentido. Pero mi amor por ustedes me hacía quedarme ahí; quería gritarles dejen de llorar, por qué no me dejan en la paz que encontré?. Te voy a pedir de corazón que cuando me muera definitivamente no me lloren, porque los afectos terrenales son muy difíciles de manejar, no te dejan disfrutar de la muerte y te hacen volver. Gordita bella, prométeme que no me vas a llorar cuando me vaya más adelante. Quiero esa paz y esa tranquilidad sin nada que me obligue a quedarme en este mundo”
Diez años después, cuando se murió por segunda vez y fue su muerte definitiva, no la lloré. Más bien me alegre al imaginármela disfrutando de esa paz de la que me había hablado. Todo el mundo me veía como a un bicho raro, un ser sin corazón, aunque todo el mundo sabía sin ninguna duda, que amaba de una forma especial a mi abuela.
Me heredó sus supersticiones, sus cuentos, sus enseñanzas y mi forma de ser.
Atte.
un pez humano