Soledad (relato)
Respiro profundo. Mi pulso esta acelerado y mis manos tiemblan.
Veo a mi alrededor, una autopista, autos que pasan volando. Estoy sola.
La idea no sale de mi cabeza, solo pienso en acabar con esto, después de todo ¿qué más da? Espero el momento perfecto para plantarme en medió de la calle y que uno de estos enorme carros se lleve mi vida tan miserable. Veo una camioneta roja, doble cabina y lo mejor, viene volando, es perfecto.
Empiezo a caminar, escucho su voz, veo su sonrisa, quiero creer que no me importa, pero lo hace. Las lágrimas llenan mis mejillas y nublan mi visión pero aun así no me detengo. Me planto en el medio de la autopista, en el lugar indicado para que el carro acabe conmigo de una vez por todas.
Escucho que me gritan, quiero creer que es mi imaginación, veo el carro cada vez mas cerca, escucho unos pasos que se dirigen hacia mi, no volteo. Siento como unos brazos me cubren y me empujan lejos del alcance del carro rojo. Me siento frustrada. Era el momento perfecto y me lo han arruinado. Escucho como su pecho sube y baja con rapidez. Volteo para encontrarme con mi supuesto "salvador" y no puedo creer con quien me encuentro, no puede ser cierto.
Flashback
Mi vida no era la mejor de todas. Tenia una madre drogadicta, un padre que solo me enviaba dinero y una casa vacía. Veía como mi madre trataba de ocultar su adicción a las drogas, se encerraba en su habitación por horas, colocaba musica a todo volumen y a las 3 horas la veía rendida en su cama. A los 6 años aprendí como abrir una puerta con una pequeña pinza de cabello, entraba a la habitación de mamá por miedo a que se hubiera matado.
Una vez entré antes de lo debido, ella seguía despierta y me había visto mientras la espiaba, su rostro se puso rojo de la rabia, empezó a gritarme, traté de ocultarme tras la puerta pero me tomo por el brazo derecho y empezó a pegarme para que me quedara claro que no debía entrar a su habitación sin tocar. Después que desató su rabia, empezó a llorar y a pedirme perdón.
Salí de su habitación con dificultad ya que había dejado moretones por todo mi cuerpo, las lágrimas salían sin cesar y lo único que podía hacer era sollozar mientras abrazaba a mi único amigo, un peluche de un perro que a decir verdad ya estaba un poco sucio, pero no me importaba.
Después de ese día más nunca entre en la habitación de mamá, hasta el día de su muerte. Habían pasado más de 4 horas en las que mi madre no había salido de su habitación, pegué mi oreja de la puerta y no escuché nada. Con miedo abrir la puerta, abracé a boqui, mi peluche y cerré los ojos con fuerza, nada, abrí los ojos y ahí estaba tirada en el piso con los ojos muy abiertos pero no me veía, estaba ahí inerte.
Salí corriendo en busca de Maddie mi vecina y amiga, su madre Daina llamo a los forenses y se llevaron el cuerpo que había pertenecido a mi madre, Daina me había ofrecido leche y unas galletas mientras me calmaba y les contaba lo ocurrido, para Maddie y Daina no era un secreto que mi madre era una adicta a las drogas de hecho, Daina había sido amiga de mi madre antes de que empezara a drogarse, ella también estaba muy afectada por la muerte de mi madre, podía notarlo por la forma en que tomaba mi mano con fuerza y sus ojos se cristalizaban. Se que trataba de no llorar en frente de mi pero le era imposible.
Mientras comía mis galletas y tomaba un poco de leche tocaron la puerta.
—Yo voy cariño no te preocupes, sigue comiendo cuanto quieras —Daina se limpio las lágrimas y se dirigió a la puerta.
—¿Estás bien? — Maddie me veía con preocupación desde su asiento, sus ojos grises me veía espectantes ya que me había quedado viendo a la nada por un rato.
Iba a contestarle algo como: "si, no te preocupes o no es nada " pero fuimos interrumpidas por Daina y otras dos señoras muy estrafalarias que venían vestidas de negro de pies a cabeza, las dos con ropas iguales, me miraban con desagrado.
—Mel, querida. Aquí están tus tías Marlene y Ester, vienen a buscarte —Daina tenia una sonrisa falsa muy amplia, parecía el gato rison de Alicia en el país de las maravillas. Podía jurar que se le dislocó la mandíbula.
—¿Tías? Yo en mi vida había visto a estas señoras —Me crucé de brazos viéndolas con firmeza.
—Mel, cariño... —empezó a decir una de ellas, la de la derecha, la más gorda y de baja estatura.
—Melanie —corregí con sequedad.
—Eres un encanto preciosa —hizo una mueca que supongo pretendía ser una sonrisa—. Debemos llevarte a casa, con tu padre.
—Yo no tengo padre, ni madre, ni tías, ni familia —rodé los ojos
—Mel no las trates así —me reprendió Daina a lo que yo no le di importancia.
Bien, me llevaron a rastras a mi vieja casa, me obligaron a ver al ser que me dio la vida. Que cómo siempre estaba vestido pulcramente con un traje de ejecutivo y se encontraba hablando por teléfono sin prestarme las más mínima atención, qué linda reunión familiar ¿no?
Llamaron del forense y dijeron que había que vestir a mamá para el velorio, las supuestas tías de mi madre me llevaron en su coche viejo y mohoso, que para ser sincera olía horrible, tenía ganas de vomitar y ni siquiera me dejaban abrir una estúpida ventana. Me encontraba en el asiento trasero abrazando a boqui e intentando respirar por la boca para no vomitar en esta carcacha y que oliera peor, mi progenitor , bueno él le dijo a las tías que tenia mucho trabajo y que vería si podría ir al velorio pero que no era seguro, que se encargaran de mi y sin más se fue en su bonito y nuevo coche sin olor a perro muerto.
Llegamos a la funeraria, Marlene y Ester se negaron rotundamente al hecho de que tenían que vestir a mamá para el velorio, así que tuve que hacerlo yo, para ser sincera y con solo 8 años de edad lo hice mejor que esas dos viejas juntas.
Su cabello negro estaba suelto y por fin peinado, su ropa estaba limpia. Le coloqué un lindo vestido rojo que no usaba desde que nací y cerré sus ojos, se veía hermosa a pesar de estar muerta, las lágrimas llenaron mis ojos.
En lo que a mi respecta me obligaron a usar un vestido negro que me llegaba hasta los muslos y a decir verdad me apretaba demasiado. Me encontraba sentada en un rincón, llorando en silencio mientras veía a mis supuestas tías merodeando a mi progenitor, Daina y Maddie llegaron, se posaron a mi lado.
—Estoy aquí Mel, siempre estaré aquí —tomó fuerte mi mano.
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