Fiesta en El Torcal de Antequera
Si hay un tiempo en que se abre de par en par la puerta de a los excesos es el de las navidades: compras, comidas, regalos y eventos (así llaman ahora hasta a las reuniones familiares). No es asunto de pocos días, sino una sucesión de celebraciones que abarca un mes largo, pues comienza a primeros de diciembre con las comidas prenavideñas de empresa y termina en las rebajas de enero, furibundas y frenéticas en la semana después de Reyes.
La obligación de las compras me desborda, y cada vez más me siento saturado por la acumulación de comidas. Reconozco que es difícil sustraerse a la exquisita tentación de colores, olores y sabores cocinados con esmero y presentados en la mesa con primor. Pero tras varias semanas así, las fronteras se diluyen, y del apetito inicial se pasa pronto a la saciedad, la saturación, el empacho y el hartazgo. Así me encontraba yo en Reyes, con un último acontecimiento pendiente para un día más tarde: mi cumpleaños.
Tengo una especial querencia por El Torcal de Antequera, este paraje tan singular, tan colosal, tan asombroso, tan sobrenatural… Por ello, subo hasta allí tres o cuatro veces al año, según las estaciones, a aspirar la fiesta primaveral de los majoletos en flor; a dormir al raso contemplando las lágrimas de San Lorenzo en la noche de agosto; a entrever figuras fantasmagóricas cuando la niebla se pega a ras de suelo; o a barruntar movimientos telúricos y catástrofes geológicas mientras paseo por sus pétreos laberintos…
Enterado anteayer de que había nieve en las alturas, decidí suspender el convite sedentario y trasladar el aniversario al Torcal, que nunca había visto nevado. Hubimos de subir cuatro kilómetros andando, porque la carretera estaba cortada. No sé si fue obsequio de aniversario o regalo de Reyes, pero allá en lo más alto, sobre la cornisa que da vista al mar de Málaga, apiñados contra el frío y a favor de la ventura, mis amigos y allegados me cantaron un emocionado y emocionante ‘cumpleaños feliz’.
Un vasito de vino con un caldito de pintarroja en Villanueva de la Concepción, una reconfortante sopa de fideos al llegar a casa y un café con un hermoso bizcocho coronaron una mañana memorable: nadie habrá de olvidar la fiesta del Torcal con la nieve las cumbres…
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PS: Todas las fotografías, en una u otra estación, son propias.
Precioso el torcal!
¡Preciosa narración de un día especial en varios sentidos!