Carnaval - Cuando los invisibles permanecen invisibles
Casi nadie entiende, o sabe, de qué trata el carnaval más allá de vestirse con ropa fuera de lo normal y tirarle pintura a la gente. Sin embargo, todos lo celebran como quieren: algunos se quedan en sus casas descansando, otros salen y se disfrazan y otros no tienen otra elección y deben ir a trabajar. Yo en particular, siempre me quedé en casa, por lo que cuando acepté ir a una caminata fotográfica, no creí tener hoy fotografías de personas en las calles de Caracas usando disfraces, a pesar de la situación en Venezuela.
Pensé en ir, porque quería aprovechar la caminata fotográfica para poder hacer fotos fuera de cuatro paredes, dado que en Caracas es sumamente peligrosa y muchos de nosotros, los que tomamos fotografías, tenemos que reinventar nuestros espacios en el hogar para hacer fotos, y solo guardar en nuestra memoria lo que llegamos a ver en esta alborotada ciudad.
El camino era corto, pero hermoso. Desde Ciudad Universitaria hasta los Próceres, te encuentras con un techo fabricado con todas las hojas de los árboles que están ahí, haciendo que el paseo sea ameno, y te suscite ganas de conversar. Al principio no había más que algunos niños disfrazados, lo cual era completamente normal y no llegó a llamar tanto mi atención, no hasta que nos adentramos más.
Cuando llegamos a los Símbolos, nos sorprendió ver tanta gente en la calle, celebrando, caminando, comiendo, vestidos de sus ídolos, de personajes de ficción, con pelucas, maquillaje, en fin, no podía haber más color. Pero algo llamó mi atención más que todo lo demás: los vendedores de calle.
Silvio (mi novio y acompañante ese día) y yo adoramos detallar a la gente en la calle, verlos en su cotidianidad sin que ellos se den cuenta, así que cuando vi a todos estos vendedores disfrazados que vinieron especialmente para ofrecer sus productos en carnaval, no pude resistirme.
Normalmente les tomaba fotos sin que se dieran cuenta pero algunas veces les pedía amablemente su permiso, encontrándome con expresiones de sorpresa. Me los imagino vendiendo y viendo como se les toma fotos a las personas disfrazadas, no creyendo que alguien quisiera una foto de ellos. Y no los culpo. La interacción que tienen con las personas es limitada, es vender y luego decir adiós; nadie los recordará luego cuando lleguen a sus casas.
Muchos me sonreían luego de la foto, sobre todos los niños que estaban vendiendo; cuando veían las fotos se reían entre ellos, felices, ni siquiera mostraban resistencia. Los adultos quedaban un poco más consternados y al principio me miraban con recelo, hasta que luego de unas fotos, dejaban de resistirse a las sonrisas.
Siento que nos regalamos un momento de felicidad. Ellos a mí por dejar que inmiscuya en su realidad y yo a ellos por quizás, adivino, notarlos.
Les dijimos adiós pero al final del día, quedan fotos de ellos, probando su existencia y su humanidad.
Este post ha sido votado por @acropolis en su temática fotografía en colaboración con el proyecto @templo.
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