Un corazón con alas ve una fiesta en cada aldea

in #spanish6 years ago

En mi nación amada, Venezuela, no existe una clasificación universalmente aceptada de los grupos más vulnerables socialmente, los pobres, de allí que las agencias de investigación se refieren a ellos con nomenclaturas.

Yo llevo unos cuantos años trabajando con las comunidades más humildes y lo cierto es que para saber qué sienten, sufren o padecen, resulta indispensable conocerlos, entenderlos, acercarse a ellos y captar desde su perspectiva quiénes son, cómo viven, qué necesitan y cuál es la forma más sencilla de darse a conocer entre sus afectos.

En mi peregrinaje por estas comunidades, he podido verificar que viven en zonas no urbanizadas, generalmente de autoconstrucción, llamados “Barrios”, en muchos casos el acceso puede ser directo o no a la vialidad, y se accede a la vivienda subiendo escaleras al cielo, o atravesando callejones como laberintos de cemento o tierra. Las casas son de ladrillos o bloques, con o sin platabanda o piso. Pero también, en pleno siglo XXI todavía hay familias que viven en ranchos de zinc, armados con palos de madera y bolsas negras.

En las viviendas a donde he logrado llegar existe hacinamiento, porque habitan entre 4 y 6 personas por habitación, y en la mayoría de los barrios que he conocido, predomina el papel de la mujer como el único sostén de hogar y son las responsables de la nutrición de sus hijos.

En los barrios de Petare, todas nuestras llagas están hoy expuestas en este asombroso episodio de pobreza, y es allí donde logré comprender que la solidaridad como actitud de fondo implica sentir la pobreza ajena como propia, hacer carne de uno mismo la miseria de los marginados y, a la vista de ello, actuar con coherencia, porque los que nada tienen no pueden aguardar un alivio casual que les pueda llegar, por una especie de sobra de la prosperidad generalizada de la sociedad.

En cada encuentro con los desposeídos, se me desgarra el alma y llego a mi hogar para hacer silencio. El silencio es reparador. Nos fortalece. Mirar y no decir nada, ni una palabra. Sentir el desprendimiento interior para llenarlo de un nuevo contenido donde quepa la situación del otro. La mirada al drama desde el silencio nos da una nueva perspectiva para que no nos paralice, no nos lleve a un letargo para colgar la toalla.

Pero también, el hambre es el grito silencioso de los que no tienen voz, que exige oídos para oír y corazón para escuchar. Este grito silencioso nos debe hacer conscientes de que quienes más sufren estas situaciones son los niños y ni tan siquiera entienden un cómo o un por qué sufren hambre. En muchos casos, las consecuencias para su desarrollo físico y moral son irreversibles. Las secuelas son crónicas.

Aprendí a interpretar que, gritar es la única defensa de los pobres. Muchas veces lo entendemos como un ataque, como algo que molesta, porque no es de buena educación gritar. Y resulta que descifrar ese grito supone ya la predisposición a escuchar.

He visto diariamente mucha gente que pasa hambre en Venezuela, como también en los sectores deprimidos económicamente adyacentes a mi comunidad, familias enteras, aunque no lo digan por vergüenza. Y no podemos vivir como si no lo supiésemos. Acciones y gestos tienen el componente de crear conciencia (en nosotros como actores y en otros como consecuencia de la acción), de integrar, primero en nuestro corazón, luego en la vida social, de generar confianza en quienes viven desesperanzados y colaborando en la búsqueda del bien común y también de transformar.

Colocar nuestras manos para servir al hambriento, sigue siendo para nosotros un “hacer camino”. Estamos llamados a actuar. Estamos llamados a pararnos en esta realidad, y, a la vez, seguir el camino hasta donde debamos ir a llevar aliento. No es una simulación complaciente con nosotros mismos, porque no se trata de dar una limosna para acallar nuestras conciencias. Se trata de actuar para transformar. Por eso no es sólo hambre de alimentos, también hay hambre de amor, de afecto, de cariño, de solidaridad, de hermandad.

La humanización de la bondad hace que los pobres no sean rostros invisibles, personajes anónimos a los que atender, sino hermanos con los que compartimos lo que somos y lo que tenemos. Esta es la verdadera dimensión de la piedad desde la fragilidad humana: el encuentro con el pobre es el encuentro con el hermano con el que compartimos y del que recibimos muchas veces más de lo que damos.

El dolor del hambre

Es muy duro, dar de comer al que tiene hambre, y ver como le ruedan las lágrimas por las mejillas cuando está comiendo, y es una reacción que hace pocos días me tocó vivir. Entraba yo, a una panadería y un señor, se me acercó para pedirme que por favor le comprara un bizcocho. Lo miré, y entonces decidí invitarlo a almorzar conmigo, y así compartía un rato con él.

Cuando ingresé al restaurante, todos los comensales allí presentes, me veían feo, porque entré a almorzar con un indigente, vestido en harapos.

Seguidamente, escogí una mesa, me senté al lado de Henry, así se llamaba mi querido invitado, pedí la carta al mesero y ordené un par de platos con unas ricas tortillas de pollo mexicanas, un batido de fresa y un refresco.

Cuando estábamos disfrutando los alimentos, veo a Henry comiendo y llorando a la vez, y le pregunté qué le sucedía, por qué lloraba, si se sentía mal, y me respondió: - No mi amor, no me siento mal, no te angusties, lloro porque hoy tuve la dicha de conocerte, lloro porque estoy comiendo contigo aquí sentado, lloro porque lo que pasa es que el hambre duele y tener miedo de padecer hambre, como lo tengo yo diariamente, por mi edad, es estar prisionero del hambre, y siempre solo, porque como ves, vivo en las calles-.

Debo confesarles que yo con esa respuesta de Henry, sentí como si por dentro el espíritu se me llenó de escombros, y el verbo me quedó desmantelado, porque no sabía qué responder, en la confesión de su lastimoso sentir, y opté por cambiar la conversación y decirle que si gustaba de otro batido, se lo mandaba a preparar, y aceptó.

Y la verdad es que, frente a Henry como un fiel testimonio de esa cruda realidad, porque la vive a diario, y yo como una espectadora de la misma, quizás tratando de barrer la arena en el mar, puedo ilustrar, que ver los hijos sufrir hambre es tan desgarrador como padecer hambre. Comer de la basura es padecer hambre, comer lo que dejan otros en el plato, es velar el hambre, comer solamente una vez al día es vivir con hambre, tener que humillarse para recibir una canasta básica de alimentos es, ser esclavo del hambre, cambiar la dignidad por comida es venderse por hambre, y soportar el desprecio de una sociedad herida, indolente e insensible, es morir por hambre.

Antes de despedirme de Henry, le pregunté: - ¿Dónde te busco, cómo te encuentro, si en otra ocasión no tengo quien me acompañe a comer algo? - y me respondió: pues, donde la providencia nos vuelva a colocar en la misma calle, pero cuando invites a otros como yo, siente que me estás invitando a mí. Dios te bendiga mi amor-

Ahora tengo otra meta de vida ............ ¡montar una fábrica de alas!

Las fotos publicadas en este post son de mi autoría, tomadas con mi cámara Sony Cyber-shot DSC-H5 y otras de las imágenes con el celular Samsung Cj 6 de mi gran amigo, el Ex-Gobernador del Estado Miranda, Venezuela, Enrique Mendoza.

Mejoría en mi contenido

Gracias a un proyecto nuevo que está en la plataforma llamado @swimproject he podido aprender sobre muchísimas cosas de la plataforma, desde cómo usar mi cuenta hasta cómo mejorar la calidad de mis publicaciones, los invito a seguirlos y formar parte de esta gran y hermosa familia.

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