Tengo que sincerarme, y creo que algunos de ustedes –sino todos– comparten este sentimiento. Ya me resulta tan tedioso hablar de la difícil situación de Venezuela, es algo que todos sabemos, que el mundo sabe. Es un ingrediente fijo de cada comida, un invitado fiel a cada conversación. Obviamente no es para menos. A lo largo del día deseamos que las cosas mejoren, que todo vuelva a ser como antes, tratamos de encontrarle respuestas a las preguntas y escenarios que nos invaden el pensamiento, buscamos solución a los problemas que nos acompañan. Ninguno de nosotros se escapa de esto.

Por eso hoy quiero contagiarlos de emoción y esperanza, y espero lograrlo de tal modo que puedan transmitirle el mismo sentimiento a todos los que los acompañen para que hagan de su día algo mejor.

Todo el mundo tiene problemas y eso pasa en cualquier parte del mundo. Unos con más gravedad que otros, pero si estás vivo, si los tuyos están junto a ti, si estás sano ¿qué más puedes desear? Sólo hace falta vida y salud para salir adelante, lo demás tiene solución y depende de lo primero.

Les pongo un ejemplo. Una mujer acudió a consulta hoy, y siempre he pensado que el médico no debe ser un autómata que pregunte ¿por qué vienes? ¿qué tienes? Escuche el corazón, los pulmones, palpe el abdomen y diga “Tómese esto por tantos días. Pase el siguiente.” A pesar de que tengamos mucho trabajo y una fila inmensa de personas esperando, siempre debemos tener buena actitud y sonreír, así las cosas fluyen de la mejor manera.

Los problemas tienen que desaparecer de nuestra mente mientras estemos trabajando, independientemente de cual sea, porque quienes nos rodean no tienen ni un gramo de culpabilidad por ellos, además de que se haría una jornada terrible.

Así que, retomando la historia, saludo a la señora con amabilidad, me cuenta su problema de salud y mientras hago las indicaciones me habla de sus hijos y se le ilumina el rostro. Ella tiene la convicción de que nuestro país va a superar este trago amargo, va a pasar esta prueba y todos estaremos bien. Eso me emocionó mucho, a decir verdad, porque somos seres humanos y claro que se vale sentir tristeza, rabia, decepción. Se vale sentir, sino no estamos vivos. Pero ante tanto bombardeo de problemas es preferible salir a la calle con buena actitud y compartir esta energía con el resto del mundo.

Son miles de venezolanos los que se han visto en la necesidad de irse a otras latitudes, en busca de mejores oportunidades y mejor calidad de vida. Afortunadamente han tenido esa oportunidad pero tampoco es cosa fácil: se encuentran inmersos en culturas distintas que muchas veces los rechazan quién sabe porque (por ignorancia, quizás), alejados de lo que conocen, pero con unas ganas incontenibles de salir adelante.

Y los que quedamos tenemos la responsabilidad de ayudar a surgir a nuestro país, a nuestra gente, de trabajar para tener un mejor futuro y luchar contra la naturaleza si se opone, como una vez dijo Bolívar.

Los dos escenarios son difíciles, irse o quedarse es una decisión personal. Pero si estás aquí: sonríe. Da lo mejor de ti cada día y contagia a quienes estén a tu lado de ese entusiasmo por hacer las cosas bien. Rechaza la apatía, y aléjate de quienes “tienen el chip” de que esto no tiene remedio, porque si te dejas tocar por ese sentimiento poco a poco irás cayendo a un abismo y los venezolanos somos gente que se mantiene de pie.