Conexión

Sentado en la terraza de la cafetería, leía un artículo en su teléfono de la revista muy interesante acerca de los beneficios que tenía para el cerebro la ingesta diaria de frutos secos variados.

Cincuenta metros a la izquierda una mujer acababa de cruzar la calle acelerando el paso casi corriendo en los últimos metros porque el semáforo se ponía rojo.

Cinco metros a la derecha girando la esquina, un camarero delgado terminaba su pitillo en la bocacalle y después de respirar profundamente a modo de resignación volvía al bar para continuar con su faena.

Se ha observado un aumento significativo en el grosor de las bandas de mielina en el axioma de las neuronas en pacientes del grupo A. Estos pacientes ingirieron una cantidad moderada de frutos secos al día durante dos meses…

—Perdona, ¿te pongo algo? –le preguntó el camarero con sonrisa no forzada
—¡Ay! Lo siento, no me había dado cuenta, estaba inmerso en el maravilloso mundo de los frutos secos.

El camarero miró abajo a la derecha y apretó el puño dos veces muy fuertemente. Era algo que solía hacer para tranquilizarse; en el mundo de la hostelería un suspiro en un momento equivocado significaría la ausencia total de una propina.

—Ponme un café con leche, un zumo de naranja natural con naranjas del tiempo y un pitufo con jamón y aceite
—¿Te pongo un poco de tomate untado en el pan?
—Si hubiera querido tomate en el pan, yo creo que te lo hubiera pedido en una primera instancia, ¿no?

Después de mirarle durante dos segundos con los ojos bastante abiertos y las cejas subidas denotando sorpresa, el camarero volvió a entrar al bar. Sus manos se convirtieron, por un instante, en un frenesí decibélico por el crujido de todos sus nudillos.

—Mamá, acabo de ver que el camarero acaba de cerrar los puños superfuerte como si quisiera pegarle a alguien. ¿Por qué hace eso?
—Pues no sé hija, supongo que tendrá la manía de crujirse los nudillos, lo mismo que el abuelo que de vez en cuando lo hace.
—¿El abuelo se cruje las manos? Pues nunca lo he visto mamá. A mí no me gusta eso, me da como un escalofrío cuando lo escucho.
—Ja jajá, pues lo mismo que yo cuando veo pasar a alguien la mano por encima de una puerta.

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La mujer ya esperaba en la barra al segundo café de la mañana que le ayudaría a estar más despierta en la entrevista que tenía en media hora.

—Aquí tienes, café con leche templada con un poquito de cacao por encima –el camarero no titubeó en ningún momento al decirle la frase a la preciosa chica y aunque quería mostrar un poco de indiferencia, sus ojitos chispeantes le delataban

—¿Y esto? –la chica le preguntó apuntando a su café mientras esbozaba una medio sonrisa mezcla de extrañeza y curiosidad.

—¿Eso? A ver como te lo cuento...En la cotidianidad de nuestros días, vemos a mucha gente. Ya sea de camino a casa, sentado en el metro o tomándonos un café al calor del sol hay algunas personas que ya sea por su aspecto, por algún pequeño detalle de algo que lleve puesto o por un lunar juguetón en el pómulo, nos llaman la atención. Para que esas dos personas comiencen a interactuar y conecten en algún nivel ya sea físico o intelectual casi parece que se tengan que alinear los astros y que una casualidad casi imposible se tenga que dar. Un comentario en el momento justo sobre algo que acabe de pasar en su entorno, un gesto de amabilidad al sostener una puerta para ella por ejemplo al entrar a un edificio o la típica conversación en un ascensor, donde despúes hablar por dos segundos acerca del tiempo no occurre absolutamente nada más.
Eso que ves ahí en el café no es otra cosa que mi señal. Es la señal que te he dado para hacerte saber que al entrar en la cafetería no es que me hayas llamado la atención, es que durante los cinco segundos en los que te acercabas a la barra, el suspiro que me ha salido vaciándome por dentro ha detenido el tiempo, una cafetería sin ruido, sin movimiento.

Justo en ese momento, el hombre que desayunaba se había acercado a la barra para pagar la cuenta.

—Perdona, ¿me cobras?

La chica mientras no apartaba la mirada del camarero mientras abría la caja, levantó la taza para dar el primer sorbo de café. No tuvo que abrir la boca, porque ya la tenía abierta. Aún estaba asimilando lo que acababa de escuchar.

—Hola, ¿qué tal? Estaba fuera desayunando y te vi entrar. He estado un rato pensando fuera en cómo decirte algo y al final no se me ocurría nada jaja, así que pensé que un saludo sería un buen comienzo

La chica muy lentamente giró el cuello y sin decir nada se le quedó mirando durante unos segundos. Luego volvió a mirar al camarero que la observaba con sonrisa pícara.

—¿Cómo te llamas?

No hubo respuesta, sólo otro sorbo al café exquisito.

El hombre después de volver a mirar a la chica y brevemente al camarero dio media vuelta y salió del bar. El sonido de la puerta al cerrarse la sacó del trance y al final consiguió decir algo.

— Oye, ¿cómo te llamas?
—¿Yo? Víctor, ¿y tú?
— Yo Paula

Y entonces como por arte de magia, el bullicio del bar se hizo presente, la gente comenzó de nuevo a ir de aquí para allá y la tierra volvió a girar sobre sí misma. Movimiento de rotación cómplice y al mismo tiempo, testigo.

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