Extrañando tus palabras.

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Sé muy bien que las palabras pueden ser engañosas.
Créeme ¡lo sé!
Una vez me enamoré de un hombre y de sus palabras.
Aquellas hermosas palabras que al final podían ser escritas para cualquiera.
Bajo cualquier pretexto.
Motivadas por un dulce rubor, por un beso, una mirada, un paseo...
Palabras que al final se dieron la vuelta y resultaron tan destructivas y venenosas como la peor ponzoña.
Me hirieron.
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Recuerdo todo.
Lo bueno y lo malo.
Y decidí perdonar porque jamás he sido buena odiando o guardando rencor...
Mucho menos a las personas que son o fueron importantes para mí.
Te digo esto porque quiero que entiendas que ya no me fío solo en las palabras.
Sé que no son lo más importante.
Sé que pueden causar daños irreparables y ser dichas en vano.
Pero, a pesar de eso, lograste cautivarme con tus letras, con tus escritos, con tu elocuencia y aunque me niegue a admitirlo con tus palabras.

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Debes saber que no te digo esto porque espero algo de ti.
Admito -con un poco de vergüenza- que me he encariñado contigo.
Eres algo así como mi fantasma.
Una creación de mi mente.
Creo que no sé como explicarme.
No puedes ser un fantasma porque eres real.
Aún así, yo no puedo verte.

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Te digo esto porque siento una profunda admiración por tus escritos y, sobre todo, porque por medio de ellos siento que conecté un poco contigo y lograr eso ha sido emocionante.
Espero que en tu vida y -en la mía- haya miles de palabras que aún no se han dicho.
Que podamos seguir construyendo historias, cuentos, poesía y pequeños refugios que se convierten, día a día, en parte de nosotros mismos.
De nuestra historia.
De esa historia que no es compartida y aun así es fascinante.

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Sigue escribiendo querido amigo...
Espero con ansias tus historias.
Por favor, retoma tus días y noches de escritor.
Me hacen falta.
Y sé que a ti también.
Por cierto, esto va dedicado a ti.