La Venezuela que se cae a pedazos mientras una anciana grita: “¡Por el amor de Dios!”
Hace unos días tuve que salir al otro lado de la ciudad en busca de una medicina. Aquella era una tarde soleada y hasta tranquila… bueno si no fuera por los constantes problemas de transporte o problemas del país, habría dicho que era una tarde hermosa. Fui por la medicina, que además recibía como donación o ayuda humanitaria, e inmediatamente pensé en regresar a casa. No era tarde, estamos hablando de casi las 3:00 p.m. y ya estaba pensando en irme a encerrar a la casa; de hecho salgo cuando me es absolutamente necesario porque buscar efectivo para pagar los pasajes es otro martirio.
Fui hasta la parada del autobús e inicié mi espera un poco antes de las 3:30 p.m.; me puse intranquila cuando se hicieron las 4:30 p.m. y yo seguía en el mismo lugar (ningún transporte había pasado en más de una hora). Caminé unas cuadras intentando buscar otras opciones que pudieran servir para acercarme a mi casa, pero no tuve suerte pues el par de autobuses que pasaron estaban repletos. Caminé un poco más, pero el panorama no mejoraba para mí. Llegué hasta una parada donde varias personas estaban aglomeradas y perseguían el mismo objetivo: irse a sus casas. Yo me preguntaba: “¿Desde qué hora estarán estas personas aquí?”. Aunque la posible respuesta me angustiaba, igual me preguntaba a mí misma: ¿tendrían allí unos minutos? ¿Más de una hora? ¿Yo podría subirme a algún transporte? ¿Tendría que caminar hasta mi casa? Caminar hasta la casa… estando al otro lado de la ciudad es casi impensable, pero en la Venezuela de hoy donde hasta lo inimaginable es posible el caminar hasta mi casa sí era una posibilidad, una posibilidad a la cual le temía.
Me recosté a un muro de cemento que estaba detrás de la parada, no sé cuántas personas estaban esperando transporte ahí pero no eran pocas. Me percaté de la presencia de una señora, tendría entre 76 y 78 años, no lo sé; sus cabellos estaban sueltos, eran largos hasta la altura del hombro, y su color era de un rojizo pero muy claro. Intentó sin éxito que un autobús se detuviera en donde ella estaba, se notaba que tenía prisa por irse. Claro, yo también tenía prisa porque a esas alturas eran más de las 5:00 p.m., pero yo me mantenía aparentemente tranquila.
Seguía la espera mientras algunas personas decidían seguir caminando algunas cuadras más para buscar otras opciones. Yo también evaluaba las posibilidades, pero caminar un poco más al oeste no tenía mucho sentido, caminar al sur no sabía a dónde me llevaría, yo vine caminando desde el norte y el este no era una opción… conclusión: debía quedarme donde estaba o al menos tomar un transporte que me acercara al centro de la ciudad pues quizás, y sólo quizás, mis posibilidades de transporte podrían aumentar y así llegar a mi hogar.
Debía irme a casa, sólo eso pensaba. Necesitaba que esto sucediera antes de que cayera la noche. Miraba al piso, miraba hacia arriba a la cúspide de los árboles, miraba los edificios, luego volvía a mirar a los autos que pasaban. En ese momento pensaba cuán bueno sería tener auto, pero luego pensaba en el costo de cambiar el aceite, de los neumáticos y pare de contar… es muy difícil mantener un auto en este país.
Ay este país… un país donde no puedes movilizarte porque no hay transporte público, donde ves que se ha hecho habitual recurrir a camiones que hacen de transportes urbanos en las principales ciudades del país. El cuadro perfecto de cómo se puede tratar a personas como animales teniendo su consentimiento, pero es que la situación ha empujado a los ciudadanos a recurrir a todas las opciones posibles para poder llegar a sus trabajos u hogares. Claro, todo esto esboza un cuadro muy triste al que nunca debimos haber llegado, pero llegamos…
Me empecé a preguntar para qué salí de casa, y recordé que fui a buscar una medicina que no se puede conseguir o te piden millones por ella, y que de paso están vencidas desde hace meses. Claro esto no es problema pues se volvió habitual tomar medicinas vencidas, o medicinas que están hechas para los animales. Por eso salí de casa, salí del refugio donde me siento tranquila, salí porque además era una donación y hay que ser un poco agradecidos ¿no?
Miro a lo lejos y se aproxima un autobús, no me llevaría hasta la casa pero me acercaría a donde voy. Camino hasta el borde de la acera y otras personas hacen lo mismo. El autobús se detiene y me percato que está repleto, apenas alcanzarán a subirse un par de personas que irán guindando en la puerta (cosa absolutamente peligrosa, pero cuando necesitas irte a casa te subes y te aferras fuerte para no caer del autobús en movimiento).
Yo no alcanzaba a subir y lo sabía, pero delante de mí estaba aquella anciana que me había llamado tanto la atención minutos antes, ella luchaba por subir mientras el colector o ayudante del conductor le decía que no cabía, que no se podía subir. Fue entonces cuando empezó gritar para que le dejaran subir:
- ¡POR EL AMOR DE DIOS!
El colector le señala que intente por la puerta de atrás, ella corre pero tampoco le permiten subir. Vuelve a gritar:
- ¡POR EL AMOR DE DIOS! ¡POR EL AMOR DE DIOS!
Y empezó a golpear el autobús mientras seguía gritando. Me dio absoluto miedo porque el autobús se puso en marcha. Me dije para mí misma:
- ¡Por Dios se va caer y le va pasar las ruedas de atrás por encima!
Sí, pensé lo peor. No pasó, el autobús se fue en ese momento pero ella seguía diciendo entre sollozos:
- Por el amor de Dios… ¡Ay ay!
Dios mío, no supe qué hacer. En automático empecé a caminar de regreso a la parada, yo estaba en shock, y la anciana lloraba desconsoladamente mientras se aferraba a un árbol.
- ¡Ay ay! ¡Ay ay! Por el amor de Dios…
La anciana con dificultad caminó de regreso a la parada, lloraba desconsoladamente, sacó un pañuelo y con él se secaba las lágrimas. Todas sus tristezas, todas sus frustraciones y todos sus problemas explotaron en ese momento. Yo la entendía, no se trataba sólo de perder el autobús, era la acumulación de todas las cosas malas que ves a diario. Las personas le preguntaban qué tenía, ella entre sollozos y con dificultad decía que tenía tantos problemas, problemas en su casa, problemas del transporte, incluso problemas de dinero porque ella ni siquiera tenía para pagar el autobús.
Dios mío, se me revolvió todo por dentro. Yo en mi bolsillo apenas cargaba efectivo para pagar mi propio pasaje, ¿qué podía hacer? Y como este es el país de lo inimaginable, pues los telecajeros existen pero no tienen dinero. Puedes tener dinero en tu cuenta bancaria, pero en tus manos no tendrás efectivo y lo necesitas para poder movilizarte en la ciudad… a donde mires hay un problema: no hay transporte, no hay efectivo, todo es caro o extremadamente caro, no hay medicinas o son extremadamente caras…
Tenía ganas de ponerme a llorar, se me hizo un nudo en la garganta, no sabía a dónde mirar como para enfocarme en otra cosa y dejar de pensar. El país se cae a pedazos mientras una anciana y el resto gritamos: “¡Por el amor de Dios!”. Un grito que se ahoga y se pierde entre tantos problemas, entre tantas realidades distintas, porque siempre habrá alguien en peor condición que uno.
Seguía con ganas de ponerme a llorar, respiré profundo. Miré de nuevo a donde estaba la anciana y algunas personas le ayudaron, le dieron para pagar su pasaje. Pensé:
- Hay tanta gente buena que está ayudando en silencio, como esas personas, y uno jamás se da cuenta. Es que lo malo siempre hace más ruido…
Miré y venía un autobús que podría llevarme al centro, subí y lo último que supe fue que la anciana se quedó sentada en la parada. Espero que haya podido llegar rápido a su casa. Yo llegué a la mía justo antes del anochecer y agradecí a Dios por eso.
Ese día no pude hacer nada por esa anciana, no siempre uno va poder ayudar, pero seguiré firme poniendo mi granito de arena cuando pueda porque allá afuera hay mucha gente que está sufriendo y lo está pasando mal. No es que uno no sufra o esté mal, pero allá afuera hay gente en peor condición que uno. Si uno puede hacer algo que alivie la carga de otro, aunque sea un poquito, hay que hacerlo… vale la pena hacerlo.
Fedora
¡Hola! Los dos extremos... La indiferencia de unos y la frustración e impotencia de otros. Totalmente deshumanizados por un gobierno indolente y por el otro lado, por la falta de respeto y pérdida de dignidad hacia y de uno mismo.
Una triste realidad que nos arropa a todos los venezolanos, has dejado una hermosa reflexión Fedora, un abrazo.
triste realidad venezolana
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