El enigma de Baphomet (104)
Por el contrario, está escrita entre recuerdos que pasan a ser olvidos en unos años. Está escrita y grabada en los cuerpos mártires de héroes desconocidos, satisfechos consigo mismos por haber cumplido el deber encomendado. Por eso, la historia verdadera de los hombres no existe, porque nadie la ha escrito. A veces, casualmente, algunos pergaminos se conservan unos siglos. Espero que esto que escribo recordando mi vida, en el futuro, dé con alguien que prorrogue su existencia unos años más, pero soy consciente de que nada más que unos años, cincuenta, cien, quinientos, mil, quién sabe... pero, al fin y al cabo sólo unos años, que pasándolos —y todo llega, porque no hay plazo que no se cumpla—, vuelve a ser olvidado para siempre.
Lo de los jerarcas o los reyes es otra cosa; no es historia propiamente dicha, sino la relación de nombres de los que se impusieron por la fuerza bruta y sometieron a sus semejantes. No fueron, las más de las veces, acreedores por sus actos; y tampoco fueron juzgados y sentenciados por su merecido.
Gelvira, al escucharme, se estrechaba contra mí con más cariño. Lo que más la entusiasmaba eran mis relatos de viajes, pero también se extasiaba con mi opinión sobre cualquier cosa, y le conté el desembarco de las galeras lloviéndonos flechas en la costa de Éfeso donde predicó San Pablo,
al lado de la choza adonde San Juan llevó a la Virgen a vivir sus últimos días; y la batalla que allí libramos, donde casi todos cayeron muertos a mi lado. Y después, la huida hasta el centro de Mikra Asia, y los escondites bajo tierra, las cuevas de los cristianos, que protegían a los templarios y nos curaban las heridas con barro blanco en casas excavadas en la roca igual que la cueva de San Genadio en el valle del Silencio, al pie de los montes Aquilanos, pero sin selvas y sin lobos.
—Allí dicen que los árboles se han convertido en piedras con el paso del tiempo y se han quedado sin ramas, y que a vivir dentro de los árboles horadados lo aprendieron de los hombres desnudos de África que los llevaban a Roma como esclavos o como entrenadores de los gladiadores. En un valle de aquellos, regadas por fuentes cristalinas las grandiosas selvas de árboles gigantescos con raíces hasta la misma puerta del palacio de Vulcano en lo más profundo de la tierra, por haber desoído Adán y Eva la voz del Dios del Génesis, Lucifer se convirtió en Priapo y el árbol milenario llamado el de la ciencia del bien y del mal, el más grande del valle, igual que una montaña, perdió las hojas y las ramas y quedó petrificado en forma de gran falo del que Adán y sus descendientes serían esclavos para siempre, incluso teniendo que vivir y morir en sus entrañas. Así, todos los árboles lo imitaron, y lo que habían sido frondas verdísimas quedaron reducidas a una selva fálica gigantesca y seca. Entre sus raíces, excavando cuevas subterráneas, tuvieron que esconderse los seres humanos alternándose perseguidores y perseguidos, matándose unos a otros el resto de sus días.
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Nos quedamos quietos mirando el cielo limpio. Después de un largo silencio en el que los dos pensábamos, con su cabeza en mi regazo, esbozó una leve sonrisa mirándome a los ojos y me dijo:
—¿Podremos casarnos algún día?
—¡Claro...! Cuando vuelva con todas las escrituras y las junte a estas, y sea libre como esas águilas...
Pasaron dos muy cerca con las alas deshilachadas en los extremos.
—¿Y si no encuentras a Rechivaldo y la otra mitad de los pergaminos? —insistía.
—Tengo que intentarlo por todos los medios. He empeñado mi palabra con Roderico, que me espera para salir del convento con el orgullo de ser templario. Mi palabra vale más que la firma del notario. Es cuestión de unos días —le dije—. Y por muy malas que vengan dadas, antes de la Navidad estaré de vuelta con los pergaminos o sin ellos.
Gelvira, resignada, quedó en ir en busca de sus tíos Pedro Osorio y María, quienes, de niña, la querían a pesar de que era una vergüenza para la noble familia.
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Algo ocurrió entre ellos que nunca más la dejaron verlos, aunque Gelvira no llegó a enterarse de lo inextricable en aquellas riñas familiares. Sí sabía que se habían insultado nombrándola, y así sobrellevaba un sentimiento de culpabilidad sin saber ni por qué, ni cómo, pero se lo imaginaba. Muy a duras penas se fue enterando de toda su genealogía porque sí sabía quién era su padre y quién su tatarabuelo, pero del resto de parientes se lo habían ocultado a pesar de haberle procurado la educación más exquisita y esmerada. Al final decidieron no casarla con noble caballero sino que era mejor que viviera apartada en el molino aunque se casara con un bestia. Su padre era cura y su tatarabuelo había sido el famoso Obispo Nuño que tuvo dos hijas y un hijo (Tereysa, Beneyto y Gelovira Núñez) pero sólo reconoció y dio el apellido a la más pequeña que la casó con el noble Alvar Rodríguez Osorio. Estos tuvieron un hijo, otro noble, que casó con María de Biedma y fueron los abuelos de Gelvira, porque a su vez tuvieron un hijo legítimo que fue el presbítero Beneyto, padre de Gelvira y otro hijo ilegítimo: el molinero. Del resto de los primos sólo tuvo noticia de Vela y Vivián Núñez
¿Acaso sería mejor acudir a casa de estos? —se preguntaba—. Cualquier Núñez u Osorio de todo el reino tenían algún parentesco con ella. Titubeaba entre varias posibilidades.
Desde que comencé a seguir esta historia cada capitulo me ha atrapado.
Gracias. Mi intención es seguir hasta el final
Outstanding post and narrative. Thank you for sharing!
Gracias
No puedo evitar preguntarte ¿ esas formaciones rocosas están en España?
No, no... Son las que se encontró el personaje Martín en su periplo por tierras asiáticas. Puedes leer desde el principio todo el libro. Y cuando lo leas me dices si te la agradado o no... Saludos
Si, esa era mi intención desde el día que descubrí tu blog. Pero aún ando buscando el tiempo necesario para empezar por el principio. Normalmente entro a leer en los ratos libres que voy teniendo durante el día, en el móvil...Eso are.