Hodge y la Reina del Ácido
Hodge y la Reina del Ácido
“La esposa de Satán” Fue la semana pasada.
“La dama de la noche” Tan solo fue hace tres días.
“Mona Lisa” Hace un mes atrás y fue porque estaba ebrio.
Él podía ponerle todos los nombres que quisiera, podía denigrarla y hablar mal de ella, pero eso no dejaba aún lado lo secretamente maravillado que estaba ese hombre por esa figura potente y hasta sexual que se paseaba con sus labios rojos, una libido capaz de devorar y una mirada que se bamboleaba para conseguir hasta el más casto.
Es que se daba cuenta, Hodge era consciente que su mirada ocultaba segundas intenciones que no eran buenas ni honradas, ¿cómo iban a serlas? Ella era la representación de la lujuria debajo de un farol que te obligaba a darte cuenta de su presencia, por ella muchos hombres felizmente cometieron adulterio porque esa mujer era digna de que cualquier hombre cometería todos los errores si estaba ella para consolar con ese beso, él más letal y amargo beso que pueda encrespar hasta los huesos.
Y una noche, la más oscura de todas e inerte, cuando Hodge culminaba su rutina diaria al caminar a casa por ese mismo callejón donde se encontraba aquella mujer de tacones altos y vestido que hacia volar la imaginación. El hombre una vez más la miró sin saber que le esperaba el encuentro más funesto de su vida.
–Tú –oyó decir el hombre. No sabía si estaba tan impresionada porque ella lo estuviese llamando o porque por primera vez escuchaba su voz y sintió como cada parte de él se rompía como porcelana–. Tú, el hombre que camina todas las noches por aquí.
Hodge se señaló torpemente, aun sabiendo que se trataba de él, la mujer hizo caso omiso a lo sucedido y tan solo asintió haciendo que Hodge se acercara a ella.
–Tú eres el hombre que mira sin pagar.
–Soy el hombre que solo camina por aquí –dijo dudoso hasta casi inmutado–. Al fin y al cabo, este es mi camino a casa.
La mujer con un gesto de ironía encendió un cigarrillo y el humo que se ajuntaba con el viento no eran más que todas aquellas palabras que en su momento quiso decir y que simplemente decidió tragar con cada calada que ella daba a esa arma mortal que actuaba en silencio. Y Hodge solo se sintió mal por ella.
Quiso darse la vuelta y seguir por ese camino sinuoso que lo devolvía a esa rutina turbia casi suicida que lo esperaba. Pero, sin embargo, una mujer que indudablemente algo relumbraba en sus ojos contenía una conversación que él definitivamente quería oír, pensó que sería mejor quedarse y gozar de esa fría noche que prácticamente los abrazaba, sobre todo a la mujer que no tenía abrigo.
–Yo te he visto por aquí –dijo ella mientras le daba una calada más a su cigarrillo–. Vives en esos apartamentos de mala muerte que a duras penas se mantiene. Sí, eres él… el hombre que abandonaron.
–Todos los que estamos en este hoyo fuimos abandonados. –respondió Hodge deliberadamente.
–O simplemente decidimos perdernos –la mujer sonrió–. A menos que nunca hubieses pertenecido a un lugar, lo que te hace de todos y de todos lados, ¿no crees?
Hodge la miró.
–Como tú.
La mujer solo sonrió.
–Me conoces tan bien para no conocerme. –dijo imperiosa.
–Pero no intentare cambiar tu vida. –Hodge siguió el juego
–No, por supuesto que no lo harás. –una calada con una risilla sinuosa se manifestó.
Hodge metió las manos en sus bolsillos, mordió sus labios y solo estaba a segundos de escupir lo que siempre había querido decirle desde esa primera mirada cruzada que marco lo extraño de su relación.
–No te ayudare con tus errores, eso no te salvará –manifestó el hombre – La verdad no quiero y sé que tú tampoco, al final del día son anacronismos torpes tuyos donde definitivamente hay días donde pesa más, pero la verdad es que no me importa porque yo seguiré siendo yo, y tu seguirás siendo tú, pero lo que puedo hacer en este momento donde dos extraños estúpidamente están bajo el frio de invierno es invitarte un café en aquel apartamento que se cae a pedazos por los recuerdos.
Ella contemplo la certeza de sus palabras cuando solo sonreía y la soberbia se apodera de él como una parte inexistente de su persona. Hodge se sintió hasta extraño. La mujer tiro su cigarrillo al pavimento y con sus tacones altos destruyo todo lo que quedaba de él dando un último vistazo a la calle oscura que le provoca nostalgia y solo retozo.
–Eso es suficiente para mí. –dijo
Y sí que lo fue.
Entonces fue cuando Hogde lo decidió, la miró y se dijo a sí mismo; “La Reina del Ácido” y solo sonrió.
Bibliografia:
https://www.pinterest.es/SuperSophia1/my-background-ideas/
Excelente redacción, y muy genuina forma de mantener el interés del lector, se nota tu esencia en estos párrafos.
Un abrazo azul para tí, de mi portafolio.