UN BESO EN SAN VALENTÍN | Novela romántica. Parte 8
Febrero es un mes ideal para las bodas y las fiestas gracias a la magia que aporta el día de San Valentín, pero también puede ser un mes lleno de estrés y preocupaciones. Disfruta de esta romántica historia de amor que estuvo a punto de morir por culpa de San Valentín.
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Capítulo 8.
Salió a gran velocidad del establecimiento y miró en todas direcciones buscando la figura de Jessie. La halló andando apresurada hacia una avenida. Corrió para alcanzarla, interponiéndose en su camino para detener su paso.
—Amor, escucha… —pidió, al tiempo que recuperaba el aliento.
La sostuvo por la cabeza exigiendo su atención. Los ojos de la joven estaban ahogados en lágrimas y su rostro enrojecido por la ira.
—Todo fue un maldito error. Ella está borracha, nunca imaginé que intentaría algo así.
Jessie se mordió los labios y buscó desviar su atención de la mirada abrasadora de él, para pensar con claridad y sosegar el fuego que la consumía por dentro, pero Ethan se lo impidió. Necesitaba que creyera en él. Tenía miedo de perderla.
—Jessie…
—La defendiste —lo interrumpió, con enfado—. Me pediste que cerrara la boca para no ofenderla.
—¡Está borracha! —insistió, desesperado—. No ibas a lograr nada discutiendo con ella, solo enfadarla más.
—¡¿Y qué importa si se enfada?! —preguntó, quitándose de encima las manos de él. Sus límites comenzaban a ser rozados.
Ethan apretó la mandíbula antes de responderle. Sabía que la lastimaría, pero para él era necesario que ella comprendiera su punto.
—Es mi clienta.
Jessie quedó paralizada por aquella dura frase. Apretó los puños para no desbordarse, si lo hacía, terminaría deshecha frente a él. Ethan ponía su trabajo por encima de ella.
—Perfecto. Entonces, ve y culmina tu negocio —apuntó antes de pretender esquivarlo y seguir su camino.
Ethan la detuvo sosteniéndola por un brazo e intentó acariciarle el rostro, pero la chica se lo impidió.
—Solo quería que no terminara mal, pero igual iba a detenerla.
Jessie retrocedió un paso escapando de su agarre mientras sus ojos, incendiados por el tormento y la decepción, lo traspasaban.
—Hazlo a tu manera, pero hoy déjame en paz —pidió, antes de darle la espalda y marcharse.
Como si aquellas palabras fueran una espada afilada, Ethan sintió que lo partían en dos. Tuvo que morderse los labios y apretar los puños con fuerza para no correr detrás de su novia. Si lo hacía, Jessie se encerraría aún más en su caparazón rechazándolo con histeria. Lo mejor era dejar que se sosegara el potente tornado que se había activado en su interior.
Rugió con impotencia mientras regresaba a su auto. No podía creer que aquella noche, que debía ser de celebración, terminara de esa manera, robándole uno de sus principales logros.
Pasó las horas sentado en su sofá, bebiendo licor y pensando en infinidad de cosas. En su trabajo, en sus proyectos y aspiraciones, pero principalmente, en su relación con Jessie, en la forma absurda en que se conocieron y en las maneras en que habían podido superar cada uno de sus obstáculos. Los ronquidos de su hermano eran su única compañía. Gary había llegado al departamento una hora después de él y, al encontrarlo con semblante furioso pero reflejando dolor en su mirada, quiso acompañarlo y servirle de apoyo. Sin embargo, el cansancio lo dominó y terminó derrumbado en un sillón. Sus problemas familiares lo tenían agotado, le impedían dormir con regularidad y concentrarse en sus tareas.
Ethan lo observó un instante. Notó su piel más pálida y arrugada, y su cuerpo mucho más delgado. No había tenido oportunidad de detallarlo, por eso, descubrir sus cambios le preocupó. Gary siempre había sido un sujeto lleno de energías, quizás con un poco de mal carácter, pero siempre dispuesto a darlo todo por sus proyectos y por los que amaba. No pudo evitar verse reflejado en él.
A la mañana siguiente, se levantó muy temprano para ir a la casa de Jessie antes de que comenzaran la jornada laboral. Terminaba de alistarse cuando tocaron el timbre de su departamento. Al abrir, comprimió el rostro en una mueca de desagrado.
—¿Ya me odias? —preguntó Nicole, la esposa de Gary, observándolo con superioridad.
—No. Es solo que llegaste en mal momento.
El rostro de la mujer pasó del orgullo a la rabia en segundos, aunque debatiéndose con el terror.
—¿Está…? —Ahogó la pregunta, aunque Ethan fue capaz de percibir la desconfianza en ella. Nicole pensaba que Gary tenía otra mujer.
—Está vomitando en el baño —completó con enfado y le dio paso para que entrara en la casa. La mujer caminó escondiendo la vergüenza tras un semblante altanero—. Me acompañó anoche y estuvimos bebiendo hasta tarde —mintió, su hermano apenas había soportado un trago antes de caer rendido.
El problema era que su organismo estaba tan descompuesto, por la falta de sueño y de alimentación, así como por la pesada carga de preocupaciones, que una simple gota de licor lo afectaba.
—Tú no sueles beber de más —repuso la mujer sin poder evitar desconfiar. Ethan respiró hondo.
—Hay ocasiones en que preferimos ahogarnos en alcohol que en rabias.
Guardó las manos dentro de los bolsillos de su pantalón descubriendo una cruel verdad en aquellas palabras.
—¿Es por la chica que conocí hace unos días? —quiso saber Nicole, mirando todo con recelo, como si buscara pistas que le aseguraran que sus sospechas de infidelidad eran ciertas.
Ethan apretó la mandíbula antes de responderle.
—Se llama Jessie y es mi novia desde hace un par de meses.
—¿Un par de meses? ¿Y por qué no me la habías presentado antes? —reprochó— Pensé que ella era…
—¿La amante de Gary? —la interrumpió, haciendo que la mujer se irguiera con soberbia—. Nunca te hablé de ella porque desde hace mucho no podemos hablar de nada. Te veo muy poco y cuando eso pasa, estás tan enfadada que me da miedo molestarte. Creo que deberías creer más en Gary para que no estés tan irritada.
Ella lo traspasó con unos ojos puntiagudos capaces de destrozar cualquier alma con su mirada.
—Mi desconfianza no nació en mi cabeza, sino en tu cafetería, pero te ahogas tanto en el trabajo que no te das cuenta de lo que ocurre a tu alrededor.
Aquellas palabras fueron como una patada certera en el estómago de Ethan. No solo por la duda de lo que ocurría a su hermano, sino por lo sucedido con Jessie. ¿Tanta importancia le estaba dando a su empresa que era capaz de ponerla por encima de la gente que amaba y lo cegaba?
—Nicole. ¿Qué haces aquí?
La llegada de Gary impidió que siguieran hablando. La mujer alzó el mentón y repasó de pies a cabeza a su marido escondiendo en su actitud dura lo afectada que se sentía al notarlo tan descompuesto.
—Dijiste que podía buscarte cuando quisiera para continuar nuestra conversación sobre el problema de nuestros hijos.
El momento se hizo incómodo para los tres dentro de la sala. Ethan finalmente carraspeó, incómodo.
—Me voy. Quedan en su casa —dijo antes de marcharse.
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