El lector como estrategia textual (I)
Hace uno días les presenté un trabajo acerca del lenguaje y la imagen poética. En una línea próxima, compartiré a partir de este post otro trabajo teórico-crítico en torno a una concepción renovada de la figura del lector, que ha de continuar en posts siguientes con la aplicación de dicha concepción a dos cuentos venezolanos específicos. Nos estamos leyendo, desocupados lectores.
====================
definirse, redefinirse, ambas juntas.
Roland Barthes
Del autor-obra a la obra-lector
En general, es compartida la formulación, expuesta por muchos teóricos y críticos, que entiende a la obra literaria como fenómeno comunicativo, compuesto por la tríada propia de todo proceso de significación: emisor-mensaje-receptor, o, dicho de otro modo, autor-obra-lector. Tal proceso podría subdividirse en dos fases: autor-obra / obra-lector. Aunque están distanciadas, entre ambas fases existe una relación de condicionamiento recíproco. Al respecto acota la especialista Bobes Naves: “La primera sin la segunda no es completa, la segunda sin la primera no es posible”.
Por largo tiempo se privilegió la primera fase, unas veces haciendo énfasis en el autor, otras en la obra. En el primer caso, se trataba de dilucidar los propósitos del autor. Señala la autora citada que se proponía
comprender la obra literaria como producto (poiesis) de un hombre, de quien se creía que debía proceder todo el significado de la obra a partir de sus intenciones (...) y de su propia competencia para manifestarlas por escrito.
En el primer caso se inscriben las corrientes teóricas, analíticas y metodológicas que dieron prioridad a la obra, su forma, sus elementos constitutivos, las propiedades intrínsecas de la escritura, etc. (corrientes "operocéntricas" las denomina la investigadora Lisa Block); tal es el caso de los diferentes formalismos y estructuralismos, para indicar las principales tendencias.
La vertiente "operocéntrica" fue la dominante en el enfoque teórico-crítico-pedagógico contemporáneo en el tratamiento del texto literario, que propugna un estudio inmanente (exclusivamente textual) de la obra literaria, dejando fuera al contexto histórico y al destinatario. Dentro de tales corrientes, el estructuralismo fue el que logró una mayor influencia, convirtiéndose en una óptica que mantuvo su autoridad casi tiránica durante muchos años. Para el enfoque estructuralista, según el teórico Eco:
era dogma admitido que un texto debía estudiarse en su propia estructura objetiva, tal como ésta se manifestaba en su superficie significante. La intervención interpretativa del destinatario quedaba soslayada, cuando no lisa y llanamente eliminada como una impureza metodológica.
En las últimas décadas el lector ha adquirido una relevancia creciente, lo que coincide con la atenuación de la figura del autor y una crítica a la autosuficiencia de la obra. Este desplazamiento hacia la figura del lector se inicia con tendencias que se proponen describir elementos (estructuras, códigos) responsables de la producción de significados, y dirigen su interés hacia el proceso de lectura y sus condiciones de realización.
Pero el movimiento que ha devuelto al lector su carácter decisivo no se produce como un simple reacomodo teórico-crítico; tiene entre sus razones primigenias la aparición de esas obras que Eco llamó obras abiertas, que, como indica el teórico Culler:
provocan una revalorización general del estatus de la lectura invitando al lector actuante a interpretar un papel más fundamental como constructor de la obra.
Efectivamente, son las llamadas obras abiertas las que han permitido, con su impulso de libertad y modernidad, detenerse en el rol del lector; a la par, esta reivindicación ha hecho posible una mirada diferente del pasado y comprender, entonces, que siempre, en menor o mayor grado, la figura del lector ha estado presente. La modernidad literaria ha servido, en este sentido, para "redescubrir" una consideración implícita, que Culler recoge así: “La estructura y el significado de la obra emergen a través de una forma de la actividad del lector”. La lectura es, antes que nada, una experiencia de interpretación, y en la experiencia está el sentido.
Del lector en la cooperación textual
Si no se quiere caer en los extremos criticados, ni concebir un lector absoluto y aislado, se hace necesario redimensionar la fase obra-lector en toda su complejidad. Entonces cobra relevancia la pregunta que se planteó Eco:
¿cómo una obra de arte podría postular, por un lado, una libre intervención interpretativa por parte de sus destinatarios y, por otro, exhibir unas características estructurales que estimulaban y al mismo tiempo regulaban el orden de sus interpretaciones?
La respuesta parece residir en el hecho de que entre la obra y el lector se establece una relación cooperativa, lo que dificulta cualquier posición autosuficiente. El lector, si bien es un elemento empírico, es decir, un ser-de-carne-y-hueso, también es un factor textual; esto es, el lector es previsto en el texto, forma parte -en palabras de Eco- del marco generativo del propio texto. Y este es uno de los rasgos más atractivos y productivos de esta concepción.
El lector, como se ha adelantado, es un ente compuesto: es real, empírico, y, a la vez, "inventado", si cabe la palabra: existe en su actividad lectora y se va haciendo en lo previsto por la obra. Reconoce su propio horizonte de expectativas (el que se forma como individuo real) y el que está predicho en el texto; ubica los lugares de indeterminación del texto y trata de llenar sus vacíos; crea hipótesis y se deja llevar por los senderos implícitos en la obra; interrelaciona sus conocimientos previos con la trama del discurso de la obra; des-cubre sus conceptos ideológicos; actualiza sus competencias; se diferencia o identifica con la obra.
En este orden de ideas, cabe referirse muy brevemente a la propuesta desarrollada por Eco en su libro Lector in fabula, en donde postula la cooperación textual como un fenómeno que se realiza entre dos estrategias discursivas, no entre dos sujetos empíricos; es decir, un fenómeno en el que tiene lugar una relación dialógica entre el Lector Modelo y el Autor Modelo, entendidos ambos como estrategias textuales.
Aunque esto sería para otro(s) post(s), si sirve de algo, podría adelantar la siguiente síntesis: el Lector Modelo -tal como lo define Eco- es un conjunto de condiciones establecidas textualmente, que deben ser satisfechas por el lector real para realizar plenamente la potencialidad del texto. Por su parte, el Autor Modelo se concibe como la hipótesis fabricada por el lector real, deducida de los datos de la estrategia textual, por lo tanto, es sujeto de ésta tal como el texto mismo lo presenta, y no es identificable con el autor real, empírico, llámese Víctor Hugo o Roberto Bolaño.
Referencias bibliográficas:
Bobes Naves, María (1993). La novela. España: Edit. Síntesis.
Block, Lisa (1984). Una retórica del silencio. Funciones del lector y procedimientos de la lectura literaria. México: Siglo XXI editores.
Culler, Jonathan (1992). Sobre la deconstrucción. España: Edit. Cátedra.
Eco, Umberto (1990). * Obra abierta* (3ª ed.). España: Edit. Ariel.
Eco, Umberto (1987). Lector in fabula(2ª ed.). España: Edit. Lumen.