Mónica la condenada (II)
"P... pero...", balbuceó Bernardo, "Anoche le he prestado mi casaca porque estaba muy fría..."
"Exacto", dijo la anciana, "Ella estaba muy fría porque está muerta. Pero no pierda la esperanza. Encontrará su casaca en el cementerio, en el pabellón Benedicto XIII, número 1416. Si desea volver a verla, la encontrará a la misma hora frente a la puerta del cementerio".
Bernardo, ya cansado de tanto disparate, se marchó sin despedirse. Montó en su moto, encendió el motor con violencia y se dirigió al cementerio, aún incrédulo, aún dudando de la historia de la anciana. Qué se creía ella al tratar de burlarse de él así. ¡Qué engreída! No se daba cuenta de que la ira empezaba a dominarle, a envolverle, pues muy en el fondo aquel beso tierno empezaba a hacer estragos con sus emociones. Deseaba que ella existiera.
Al llegar al cementerio, buscó, a paso vivo, el pabellón mencionado, como si tratara de encontrar a alguien a quien llevara conociendo hacía mucho tiempo. Allí, atravesando una alameda de cipreses, se encontraba la tumba, la lápida semi cubierta por su casaca, en la cual se podían ver las letras "Moni", que, obviamente, eran las que iniciaban el nombre de Mónica. Corrió, con el corazón latiendo furioso, tomó su casaca y pudo ver el nombre de la mujer, completo, junto a la foto, donde se la veía con el mismo vestido blanco de la noche anterior. Sintió escalofríos, los vellos de la nuca se erizaron. Era cierto, ella estaba muerta, pero, al mismo tiempo, estaba viva, dentro de su cabeza, pues la sentía.
Se echó la casaca al hombro y, agarrándose la cabeza con una mano, se dirigió de regreso a la salida; no quería saber más de Mónica, deseaba alejarse de todo aquello. Sin embargo, llegando a la puerta, se tropezó con el guardián, quien le detuvo, pues le preocupaba la expresión que traía.
"¿Qué sucede, joven?", preguntó el guardián.
"Nada, vine a visitar a alguien, es todo"
"¿Un familiar?"
"No... No la conozco, se llama Mónica".
"Ah, Mónica..."
"¿Qué...? ¿Sabe algo de ella?"
"Sí. Era una buena mujer, muy querida por su familia, pero ahora que murió, su alma vaga en las noches por el cementerio, para luego salir a las fiestas, a bailar y buscar jóvenes como usted. Por las mañanas regresa atravesando paredes y rejas".
A pesar de lo chocante de sus palabras, el guardián las pronunciaba con tal serenidad que Bernardo empezó a tener un ataque de ansiedad. No quiso escuchar más, salió del cementerio, montó de nuevo en la moto, decidido a alejarse lo más posible de ese lugar de mala muerte... Y no recordó nada hasta que despertó en el hospital, rodeado de sus familiares. Había tenido un accidente; cuando intentó levantarse, se dio cuenta de que se encontraba envuelto en vendas y le dolía mucho la cabeza. Lo único que se le ocurrió fue preguntar por su casaca. Su madre, con lágrimas en los ojos, le prometió que al otro día se la traería.
Los días pasaron, las personas vinieron a visitarle y se fueron, prometiendo siempre estar con él, pero en el fondo ya era incapaz de definir su existencia. Veía todo como un simple parpadeo en la infinita nada. Estaba muy confundido, en su mente fantaseaba con que ella venía a verlo, pues deseaba con todo el corazón el estar junto a ella... pero eso nunca pasaría. Aunque imaginara que hablaban, que bailaban, nunca se haría realidad su deseo. Estaba como loco, trataba de abandonar el hospital sin lograrlo, ya que siempre le descubrían.
Una mañana, desde el tercer piso, miró por la ventana hacia abajo, y en medio de los árboles y flores del jardín, la distinguió a ella, a Mónica, quien le saludaba con la mano, sonriendo alegre. En su euforia, Bernardo se lanzó al vacío, deseoso de volver a tenerla cerca.
Fin...
toda la historia es original tuya ? esta genial
Gracias por comentar. No, es una adaptación de una leyenda peruana.