El arte oscuro del miedo

El miedo no es una emoción pasajera ni un defecto que debamos erradicar. Es una arquitectura invisible que sostiene nuestra supervivencia desde tiempos inmemoriales.
Como bien dices, no se trata de “sentir” en el sentido moderno, sino de una pulsión primitiva que moldeó nuestros cuerpos, nuestros rituales y nuestras decisiones. Es carne porque vive en nuestros músculos tensos, en el sudor que anticipa el peligro. Y es sombra porque se oculta en lo que no vemos, en lo que imaginamos, en lo que podría ser.
Caminar bajo un cielo sin fuego sin la protección del conocimiento, sin el abrigo de la cultura nos expuso a lo desconocido. Allí nació el miedo como un aliado silencioso.
Nos enseñó a huir, a esconder, a prever. Pero también nos enseñó a crear: a construir refugios, a encender hogueras, a contar historias que advertían sobre lo que acecha en la oscuridad.
Hoy, aunque el fuego arde en nuestras ciudades y el conocimiento ilumina nuestras pantallas, el miedo sigue ahí. No como enemigo, sino como testigo de nuestra evolución. Nos recuerda que somos criaturas de carne, sí, pero también de sombra. Y que en esa dualidad reside nuestra humanidad.