El canto de una puta (Primera parte)
Debes saber, si no tu espíritu nunca estará en paz
Entiérreme sin velorio, desnuda y sin rezos. La cara puesta contra el piso, y así, contra el mundo. Ninguna piedra se pondrá sobre mi tumba y mi nombre no se pondrá en ninguna parte. No hay epitafio para quienes no cumplen sus promesas.
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I
El verano ha terminado y la pileta está vacía. Un silencio sepulcral inunda todo el lugar y ya no hay niños corriendo entre tus piernas. El cielo es una entera nube grisácea.
Jeanne aun sintiendo los rayos del sol sobre su piel y el cabello mojándole el resto del cuerpo, busca a su madre entre la multitud. A su alrededor, algunos hombres reunidos se cuentan sus hazañas, mientras para Nawal Marwan el mundo se detiene. Un hombre le pide su toalla porque está sentada encima de ella, y Jeanne, quien se ha acercado, sigue intentando sacar a su madre de su ensoñación, pero ya es tarde. Su mirada se encuentra fija y perdida; el cabello corto le enmarca la piel tostada y la cicatriz que recorre la parte superior de su labio no se mueve. Que difícil siquiera intentar descifrar lo que pasa por la mente de tan misteriosa mujer.
II
Nawal necesitaba ser diagnosticada. Luego de una parálisis desconocida, se intenta buscar una solución y qué mejor manera de hacerlo qué consultando todos sus datos a algunos familiares.
—¿Padecía de migraña?
—No
—¿De pérdida de memoria?
—No
—¿Pérdida de equilibrio?
—No
—¿Ausencias momentáneas?
—Está ausente, por lo general.
Jeanne le lanza una mirada recriminadora a Simon, su hermano; y corrige su imprudencia: —No, nunca ha tenido ausencias.
III
Así son todas las huidas. Una Nawal mucho más joven sube con rapidez el camino de tierra, acompañada a ambos lados por piedras de diversos tamaños. A mitad de camino y bajo la sombra de un árbol frondoso un hombre se levanta y abre sus brazos, siempre bien dispuestos a recibirla, ella se lanza y reconoce que ha llegado a su hogar, aunque aún no está a salvo. Sigue corriendo, pero ahora tomada de su mano, intentando escapar del destino que ha sido escrito para ella.
Pronto ocurrirá una desgracia y su vida será cambiada por completo.
Por ahora, Nawal tiene la esperanza de alejarse del peligro y empezar una nueva vida con su amor. Con cautela y verificando que nadie los siga cada tanto, siguen andando. Pero los esperarán más adelante, cuando crean que el peligro ya ha sido superado.
Ella es la primera que los ve y retrocede poco a poco, intentando ocultarse en la espalda de su novio, Wahab. Como un león que espera su presa para atacar, el hermano de Nawal está agazapado en la cima del camino. Se levanta lentamente y con un silbido, llama a su cómplice. Salta con agilidad y en pocos segundos alcanza a su hermana, quien respira dificultosamente y no deja de rezar.
El atacante –quien lleva por nombre Nicolás– examina con minuciosidad a Wahab y le advierte que debe alejarse de su hermana.
—Hijo de refugiados, ¿a dónde vas así?
Su otro hermano, baja con poca gracia y tanto como Wahab como Nawal se encuentran acorralados.
Regresa a tu país: es la última amenaza hacia Wahab, porque un tiro en seco le impactará en la frente, y el corazón y la garganta de Nawal se desgarrarán de tanto gritar su nombre.
Nicolás sigue profiriendo amenazas sin sentido y Nawal sabe que ella es la próxima. Abre sus ojos con miedo, pero tal vez, en el fondo deseosa de encontrarse con su amado. Su hermano Nicolás apunta el arma contra la parte trasera de su cabeza, pues aún se encuentra arrodillada a los pies de Wahab.
Se inicia una pequeña disputa entre los hermanos: ambos quieren cobrar la vida de Nawal.
Ensuciaste el honor de la familia: es la razón por la que merece morir. Se quedará esperando la muerte, porque su abuela los detendrá y frustrará la venganza. Les ordenará que regresen a la casa y para ellos, la vida seguirá; pero para Nawal...
Nawal no dejará de escuchar el viento, y no dejará de sentir el cabello contra su piel; mientras observa el rostro sin vida de Wahab y cada segundo de su vida, se repetirá una y otra vez en su cabeza la imagen de su muerte.
Sin tiempo para el duelo, es arrastrada hasta el interior del hogar con su abuela y Nawal no deja de llorar, por lo que pasó; pero sobre todo, por lo que viene.
Una lluvia de preguntas, zarandeos y exigencias provienen de parte de su abuela, hasta hacerla confesar la verdad.
Está embarazada de un musulmán.
“¡Por Dios, todo es horrible!, ¿Por qué?, ¿Qué voy a hacer contigo?, ¿Tengo que matarte?” La abuela se sienta junto a su nieta, y en medio del lamento y la desgracia, los gritos de una se funden con las lágrimas de la otra.
Una cristiana dará a luz el hijo de un musulmán.
IV
Quién sabe a lo que tendría que enfrentarse Nawal internamente. Durante mucho rato, lidió sola con sus sentimientos, mientras su abuela y hermanos, esperaban afuera.
Después de muchos días sin llorar, pero también sin comer, la abuela decide intervenir y hacer a Nawal ver la luz del sol. Se encuentra con la comida al pie de la cama y se la acerca.
—Come. Come si quieres que tu hijo sea fuerte.
Porque tendrá que ser fuerte. Porque vendrá a un mundo lleno de maldad y deberá enfrentarse ante todo eso; y pelear, y ganar. Porque necesita ser fuerte, si quiere sobrevivir.
Su abuela sabe y comprende que el mundo para Nawal en Daresh ya se acabó, que el pueblo le quedó pequeño y que necesita salir de ahí. Le ofrece su ayuda, antes y después del nacimiento, si le promete que se irá a la ciudad con su tío Charbel a estudiar, para que le enseñen a leer y a pensar. A pensar por sí misma. A salir de la miseria.
Nawal accede y sin saberlo, es la primera promesa que intentará cumplir sin resultado alguno.
V
La barriga de Nawal se hincha y al mismo tiempo, avanzan las tensiones entre las facciones cristianas y musulmanas. Mientras tanto, ella canta para calmar sus temores, sentimientos y ansias. Canta para no pensar en su futuro.
En la noche más inesperada, las sábanas se manchan de sangre y un niño, producto del amor, es nacido. En ese momento, en el pecho de su madre, no hay nada que los pueda separar. Pero apenas es un instante fugaz.
El cordón umbilical es cortado y el vínculo perfecto, también. No nacieron para estar juntos. El niño llora y Nawal, sudorosa y cansada, no puede quitarle la mirada de encima. La abuela lo limpia y le quita los restos de sangre; los quejidos se calman, pero como las olas del mar, que van y vienen, sólo lo hace para cobrar más fuerza e ímpetu. Casi como si supiera la vida llena de desgracias que vivirá.
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El recién nacido es marcado en el talón. Tres puntos que tienen como finalidad que su madre lo reconozca entre la multitud, sin importar los años que pasen. Y lo hará.
Obedeciendo sus instintos más puros, Nawal se sienta porque traen a su hijo, listo para ser acobijado. Pero hay otros brazos de por medio, que se niegan a soltarlo y sirven como conexión para una rápida mirada y un doloroso adiós.
Mira bien a tu madre, deberás reconocerla: Pero no fue suficiente el tiempo, porque nunca lo hará.
El niño es recibido por una matrona sin rostro, que lo llevará lejos para dejarlo más cerca de su propio destino lleno de horror.
VI
Llega la hora de irse a la ciudad. Algo terrible está por venir, y más que nunca, es importante para Nawal salir de la miseria, aprender a leer y a pensar.
Un día te encontraré, hijo mío: son las últimas palabras que se repite antes de salir de su pueblo. Nadie le contó sobre el peso de las promesas, ni sobre todo lo que tendría que pasar para poder cumplirlas; nadie le habló sobre las malas jugadas que puede hacerte la vida al intentar cumplir una promesa.
Camina.
Camina.
Camina.
Jeanne llega a la ciudad, dispuesta a saberlo todo sobre la mujer que le dio la vida. Pasa directo a la Facultad de Idiomas Extranjeros y después de varias charlas infructuosas sobre una ecuación que confirma la existencia de Dios y la juventud de una secretaria malhumorada, Jeanne se acerca a las personas correctas: con una imagen, para ellos es fácil descifrar que su madre trabajó en el periódico de los estudiantes; pero eso no es lo más relevante, porque también estuvo reclutada en la prisión de Kfar Ryat, al sur de la ciudad. Allí fue tomada la fotografía.
Alexmar Uzcátegui, enero de 2018.
Mantente atento: en pocos días estaré publicando la segunda y última parte de esta historia
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