Realidades - Novela Venezolana - Capitulo 1 - Parte 2 - Historia Común
Desde muy temprano en la madrugada, caminaba nuevamente hacia la parada. Su silencio se perdía entre la serenidad de las calles vacías. Recordaba aquel abrazo que le había dado su mujer antes de salir de casa y solo podía sentir tristeza. Le embargaba por completo, pero no solamente a él. Sus dos hijos no podían asimilarlo siquiera y aquel abrazo, buscaba apaciguar ese tortuoso sentimiento.
Al llegar a la primera esquina, volteo hacia ambos lados como para cerciorarse de que estaría solo por el camino, no le apetecía hablar con nadie. Cabizbajo, divagaba sintiéndose derruido. No quería creer en lo que había ocurrido y se le formaba un nudo en la garganta cada vez que pensaba en ello. La impotencia era incontrolable y la sola idea de resignarse y aceptarlo, le causaba más dolor.
Dolor al recordar que no volvería a oír su voz, que al llegar después de la jornada no la encontraría en casa. Que no estaría ahí para contarle lo que había hecho su nieto durante el día, ni para subirle los ánimos luego de una labor tan agotadora.
A lo lejos, comenzó a escuchar el rumor de los carros al pasar, era la señal de que estaba por llegar a la autopista. Todo estaba a oscuras en aquella parada debido a que el alumbrado tenía meses sin funcionar y las únicas luces, solían ser fugaces con intervalos impredecibles, debido a los vehículos que transitaban en la vía.
Llego hasta las escaleras y se dispuso a bajar. Notó a dos conocidos de la zona conversando entre sí, los cuales voltearon inmediatamente al escuchar sus pasos por los escalones. Sin ganas de hacerlo, por educación, contestó a los buenos días que le habían dado a modo de saludo y aguardo por un momento mientras dos luces se aproximaban por la carretera. Se trataba de una gandola1 que lo encandilo al pasar y acto seguido cruzo la autopista. Paso por la cuneta que separaba las dos vías y al ver que la otra se encontraba despejada, volvió a cruzar.
Al llegar al otro extremo, se situó lo más retirado que pudo de las demás personas, puesto que no quería dar pie a la clásica conversación matutina que suelen tener los trabajadores mientras esperan por él transporte público. Miro hacia las escaleras que acababa de bajar y a pesar de la distancia y la penumbra, pudo distinguir a Humberto, su ayudante. Puntual y trabajador, dos cualidades que le favorecían y habían hecho posible, que no hubiera sido despedido hasta ahora.
Era 7 años menor que él y también era padre, tenía un hijo cerca de los 20 y solía vender empanadas con su mujer los fines de semana al frente de su casa. Le faltaban dos dientes incisivos superiores, era medio sordo y a pesar de tan solo tener 45 años, sus canas, le hacían parecer de 80.
Luego de que Humberto había llegado hasta donde él se encontraba. Se dieron la mano como de costumbre y esperaron en silencio a que el próximo autobús pasara. Humberto deducía correctamente que no había nada que decir, ya el pésame había sido dado días atrás al momento del entierro y al ponerse en sus zapatos, no podía evitar sentirse sorprendido. Una semana había pasado desde el accidente y el saber que aquel hombre seguramente destrozado, había retomado el trabajo por la responsabilidad con la que cargaba, era algo digno de admirar.
El autobús pasó y ambos se subieron a él. Luego de media hora de pie en el pasillo y agarrados de los pasamanos, se bajaron junto con la horda de obreros que acostumbraba a quedarse en El Safari, nombre de la parada la cual era su destino y del conjunto residencial en el cual debían adentrarse.
Estaba amaneciendo y el frió habitual de la región se hacía sentir, tras bajarse, cruzaron nuevamente la autopista y al llegar al otro lado, se dirigieron hacia donde la señora que solía vender café, aun le aguardaban unos 40 minutos de camino para llegar a la obra.
Por otro lado, Cristina no había podido volver a dormir desde que Ignacio se fue a trabajar. Estaba despierta desde las cuatro de la mañana, puesto que tenía que prepararle el almuerzo y el desayuno a su marido. Era habitual que después de despedirse tomara una siesta de cincuenta a sesenta minutos, para luego despertar a eso de las seis y lidiar con sus dos hijos, ya que debían ir a estudiar. Sin embargo, no tenía intención de despertarlos, aún estaban de luto y los dos adolescentes de catorce y quince años se encontraban muy afectados por la muerte de su hermana mayor. No obstante, seguía sin conciliar el sueño, se levantó de la cama y encendió la luz de la habitación.
El espejo encima del gavetero, reflejaba el estado en el que se encontraba. Se miró por un momento y pudo notar sus ojos rojos, tenía la cara hinchada de tanto llorar. Se sentó al borde la cama y trato de aclarar su mente. Recordaba cómo era Isa de pequeña y cada momento junto a ella desde que la había traído al mundo. Sus ojos se le empañaban tras hacerlo y era inevitable no sentir anhelos de abrazarla y volverla a ver. Aquella última conversación, había quedado grabada en su mente y la hacía sentir culpable, siempre habían mantenido una buena relación, a pesar de existir discrepancia entre ambas. Pensar que esas fueron las últimas palabras que intercambiaron y que ya no habría como remediarlo, solo la hacía empeorar.
Pensaba en su nieto y se venía abajo nuevamente, como podría decirle que su madre había muerto, de momento, no había tenido las fuerzas para hacerlo. El niño preguntaba por ella y solo podía responderle que se había ido a un lugar mejor, que volvería a verla pronto, pero sabía perfectamente que esa no era la manera de proceder. Debía encontrar la fuerza necesaria y el modo de decírselo, ya que de solo pensarlo, el llanto no cesaba.
Se hicieron las nueve de la mañana y al sentir que abrieron la puerta del cuarto, se percató de haberse quedado dormida. Víctor había entrado para despertarla, le pidió la bendición y le pregunto sobre el queso que estaba en la nevera. Quería saber si podía utilizarlo para rellenar las arepas2 que acababa de hacer, puesto que Juan lo había despertado media hora antes y le había dicho que tenía hambre. Somnolienta y con un leve dolor de cabeza, le dijo que si a su hijo y este volvió a cerrar la puerta.
Luego de levantarse, se dispuso a ir al baño. Tras abrir la puerta del cuarto, pudo ver a Juan frente al televisor de la sala viendo comiquitas y a su hijo terminando de servir el desayuno. Tenía una arepa en la mano y en la otra una cucharilla, la cual metía dentro de la bolsa con el queso rallado. Rellenaba la penúltima de las seis, puesto que Arturo y el, solían comerse 2 en la mañana y tanto a Juan como a Cristina, les bastaba con una sola. Encima de la cocina estaba el budare y la olla donde solían hacer café, Víctor al ver a su madre salir, le señalo el microondas para indicarle que su comida estaba ahí dentro.
Juan estaba de cuclillas en la silla y de vez en cuando, sin ver siquiera, le daba un mordisco a la arepa que le había dado su tío. Estaba de espaldas a Cristina y aun no se había percatado de la presencia de su abuela. El pequeño se encontraba completamente absorto en lo que veía, pero esto duro poco.
Acercándosele por atrás, lo agarro por la cabeza y le volteo la cara para darle un beso en el cachete. Sabía que su nieto respondería de manera odiosa al gesto y así fue. Víctor no pudo evitar sonreír al ver la escena, contagiando así a su madre con un poco de alegría. Después de lo que acababa de ocurrir, continúo en su camino hacia el baño y abrió la puerta del cuarto de sus hijos. Arturo se encontraba dormido todavía y sus ronquidos resonaban por toda la habitación, se quedó por un momento viendo la cama donde Isa dormía, la cual ahora pertenecía a su nieto y empezó a escrutar entre aquellas 4 paredes.
Los peluches que le habían regalado de pequeña, aún estaban ahí, ordenados encima del gavetero. Isa nunca quiso deshacerse de ellos. Sus bolsos y carteras, yacían guindadas en una de las paredes del lado de la cama. Abrió por un momento el escaparate y observo su ropa intacta, imaginando así, por un instante, que todo era mentira. Que su hija estaba en el baño a tan solo unos pasos, que el dolor experimentado hasta ahora, se trataba de una pesadilla nada más. Pero inevitablemente venían a su memoria imágenes del entierro, sacándola así de su ensoñación, devolviéndola a una realidad detestable y difícil de asimilar.
Llego al baño y luego de cubrir sus necesidades, se cepillo nuevamente y se lavó la cara. Pensando en lo que tenía que hacer de almuerzo y en que probablemente debía limpiar la casa, puesto que los rezos aun no terminaban y la visita empezaría a llegar por la tarde. Respiro profundamente para calmarse un poco, no podía permitirse el reflejar tristeza ante su nieto. Sus dos hijos comprendían mejor la situación, pero Juan, tan solo era un pequeño de 5 años de edad por aquel entonces.
Se secó con la toalla que siempre estaba colgada cerca del lavamanos y salió hacia la sala, pasando nuevamente por el cuarto de los muchachos. Víctor y Juan habían terminado de comer, por lo que le paso por la mente, que había durado más de lo que acostumbraba en el baño. Abrió el microondas y se encontró con dos tazas de café y dos platos, uno con dos arepas y otro con una sola. Sabiendo cual era el que le correspondía, agarro su desayuno y se sentó en una silla al lado de su nieto y su hijo.
No tenia hambre, pero debía comer. Llevaba ya siete días sin alimentarse como debe ser y esto perjudicaba cada vez mas a su aspecto y su salud. Miro a su nieto el cual se reía a carcajadas de lo que veía en la pantalla y esbozo una sonrisa. Pensando en que le depararía el futuro a aquel pequeño, dispuesta a ofrecerle lo mejor, dejo de lado por un momento el sentimiento que la carcomía y se propuso a disfrutar de la compañía de ambos. No podía negarlo, por dentro moría al recordarla, pero ahora debía superar todo lo que había ocurrido.
Cayó la tarde y Humberto se encontraba lavando las herramientas, puesto que la labor acababa de culminar. Ignacio había pasado gran parte del día callado y malhumorado, pero aun así, pudo adelantar gran parte del trabajo. Su contrato establecía que debía frisar las paredes de toda la casa y el techo del caney3, esto último era lo de mayor dificultad. Sin embargo, Ignacio había trabajado toda su vida en el área de la construcción, fue ayudante de su padre desde que tenía las fuerzas para cargar con un tobo de pega4, por lo que aquello, seguramente lo terminaría esa semana.
Se estaba cambiando en una de las piezas, cuando su ayudante le notificó que ya había terminado de lavar todo y había dejado las herramientas ocultas, como de costumbre, entre las palmas de areca que estaban en el patio. Al haber tantas palmas en un solo lugar. Una pala, un cepillo5 y tres tobos, eran invisibles ante el ojo de cualquiera que pasara cerca de ellas. Termino de vestirse y guardo la cuchara6 dentro del bolso, se cercioro de que no se le quedara nada y recordó haber dejado la cinta métrica en el marco de la ventana de la habitación de al lado. La busco y se la puso en la cintura, el mejor lugar para no perderla. Aguardo por Humberto un momento, el cual se estaba amarrando las botas.
Salieron rumbo a la entrada de aquel conjunto residencial inmenso, los 40 minutos de camino, permitían vislumbrar grandes obras arquitectónicas. Ignacio había trabajado en la mayoría de esas quintas7 y era bien conocido en todo el safari por el trabajo que hacía. El reloj marcaba las 4 de la tarde y el sol aun brillaba con intensidad, ambos se pasaban la mano por la frente de vez en cuando, para quitarse el sudor.
Llegaron hasta la entrada y a Humberto le extraño ver a Ignacio dirigirse hacia la licorería aquel lunes, la cual se encontraba a pocos pasos. Lo normal era verlo irse directo a casa, puesto que bebía muy poco y solo los fines de semana. Aun así, decidió acompañarlo aquella tarde.
Durante el rato que estuvieron bebiendo, Humberto no dejaba de hablar. Ignacio le respondía de vez en cuando, pero su malhumor se hacía sentir. Incomodando así al ayudante frente a los demás obreros, los mismos que frecuentaban el lugar con el fin de tomarse un par de cervezas antes de llegar a casa.
Empezó a oscurecer y se dirigieron a la parada, el autobús paso y al montarse, los pasajeros voltearon a verlos. Emanaban ese olor tan característico de los borrachos, pero no estaban ebrios, solo habían tomado unas pocas botellas. Se bajaron en la parada la escalera y se dirigieron hacia sus casas, Humberto cruzo en la siguiente esquina, por lo que Ignacio continúo solo el resto del camino.
Volvió a recordar que al llegar no la vería y esto lo hizo molestarse mucho más, paro un momento en una bodega y compro un cigarro. Lo había dejado hace más de un año, pero esa noche sintió la necesidad de fumar. Se sentó en un banco que había en aquella esquina cercana a su casa y cavilaba sobre el asunto.
En todo este tiempo, no había podido llorar por Isa. Su padre le había enseñado que ante cualquier adversidad debía ser fuerte y mantener la cara en alto. No aguantaba ver a su mujer en el estado en el que se encontraba y el pensar en todo el sufrimiento por el que estaba pasando su familia, lo hacía obligarse a no hacerlo. Dio una calada al cigarro y levanto su mirada hacia al cielo, comprendió por un momento el fanatismo de la religión, puesto que por un instante, llego a considerar la idea de que podía existir un paraíso y que su hija estaba mucho mejor en aquel lugar.
Aun así, esta creencia duro muy poco. Iba en contra de su escepticismo, por lo que volvió a sentirse amargado y triste. Debía dejarla ir y quizás desahogarse para sentirse mejor. Pero no le apetecía en absoluto, no concebía la idea de llorar frente a otra persona. Dio la última calada al cigarro y se levantó de aquel banco. Nada había cambiado, era un problema sin solución y ahora solo tenía que resignarse y aceptarlo.
!Gracias por haber llegado hasta acá!
Esta es la segunda parte del primer capitulo de la novela. Si aun no haz leído la primera parte desde aquí puedes acceder. La rosa utilizada en la portada es de Pixabay.
Glosario del lenguaje coloquial venezolano:
1. Gandola: Camión de carga pesada. Si sientes que aun desconoces el maravilloso universo de Steemit y no logras asimilarlo por completo, te invito a unirte al servidor de @proyectocrecer. En el encontraras la ayuda necesaria si recién comienzas. Y no solo eso, conocerás un grupo de personas realmente interesantes y ante todo atentas.
2.Arepa: Alimento hecho a base de masa de maíz seco molido o de harina de maíz precocida, de forma circular y aplanada.Fuente
3.Caney: Casa sin paredes con techo a dos aguas.Fuente
4.Pega: Mezcla de cemento.
5.Cepillo: Tabla lisa que tiene un asa en uno de sus lados y se utiliza en albañilería para alisar el revoque de las paredes.Fuente
6.Cuchara: Herramienta usada en albañilería formada por una lámina metálica de forma triangular, sujetada por un mango de madera que se emplea para aplicar y manejar la pega.Fuente
7.Quintas: Viviendas de lujo, equivalentes a los chalets en España.Fuente
Gracias por compartir esta segunda parte de su novela con la comunidad. Excelente post.
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