REFLEXIONES DEL MISÓFONO — Del gobierno de los necios
Este hombre, por una parte, cree que sabe algo, mientras que no sabe nada. Por otra parte, yo, que igualmente no sé nada, tampoco creo saber algo.
Sócrates
Para conocer al personaje leer:
El problema que afrontan las sociedades modernas no creo que sea la ignorancia, como muchas veces se menciona, sino la necedad, a la que podríamos definir como la ignorancia no reconocida por quien ignora. Necio, entonces, será aquel ignorante que no se reconoce ignorante o que cree saber.
Todos somos en mayor o en menor medida ignorantes, nadie puede saber todo sobre todo. Acaso en un pasado remoto, cuando el conocimiento total que poseía la humanidad era reducido y genérico, fuera factible para una persona poseer la totalidad de ese conocimiento disponible (pretensión que la modernidad, en virtud del progreso y la especialización, ha vuelto irrealizable), pero aun entonces esa persona debía admitir que poseer la totalidad del conocimiento disponible no implicaba saberlo todo.
El necio, como todo bruto, tiene fuerza. Porque ignora que ignora se pronuncia el necio sin titubeos, muy seguro de sí mismo, con sentencias categóricas. No es de su uso el modo subjuntivo, condicional o hipotético, tampoco hace uso de la pregunta a menos que sea retórica. Asimismo, escapa de su espectro toda fórmula de cortesía. No da espacio a la duda o a posibles alternativas a lo que cree saber. Son devotos de las teorías conspirativas y en general de toda divagación o discurso que pretenda pasar por absoluto sin detenerse en los múltiples detalles y circunstancias que lo invalidarían.
En efecto, un necio subordina la realidad al discurso o la idea que se haya formado. Su proceder es diametralmente opuesto al del modelo científico de conocimiento: En lugar de ir orientando y modificando su entendimiento en función de lo que la observación de la realidad le enseña o sugiere, observa una realidad orientada y modificada en función de sus concepciones presabidas.
Entre sensatos, en cambio, quien ignora pregunta (o investiga, llegado el caso) en un intento por instruirse y recibe las explicaciones que le son dadas (o las revelaciones que descubre) procurando ampliar su conocimiento, dando siempre lugar a la duda respecto de lo que cree haber comprendido.
Mi país (y acaso el mundo entero) está lleno de necios y puede que constituyan mayoría. En los países democráticos con sistemas presidencialistas de gobierno la necedad extendida puede ser la llave para la entrada de los populismos. Es decir, del poder centralizado en un líder que realiza sus actos de gobierno no con la convicción propia del estadista que, secundado por técnicos y probados expertos en distintas áreas, toma las medidas que en virtud de las particulares circunstancias se presentan como convenientes para favorecer al conjunto de la sociedad, aun cuando algunas medidas puedan oponerse al reclamo del necio (de las cuales, equivocadamente, suele hablarse como de medidas antipopulares, pero en rigor solo sería lícito calificarlas de esa forma para el caso de pueblos necios), sino con la condescendencia de un mentecato cuyo propósito es mantener conforme a la mayoría necia que lo vota. Se trata entonces del triunfo de la necedad, del gobierno de la idiotez.
Ese líder no se rodea con gente competente ya que no es el conocimiento lo que guía su gobierno. Su séquito se conforma de necios obedientes, fieles representantes de sus votantes. El mérito del líder reside en parte en una cierta sensibilidad hacia las demandas de los necios, sensibilidad que acaso se explique por compartir su natural ser necio, pero ante todo, seamos justos, en una habilidad para liderarlos y conducirlos hacia una misma idea. Porque sin ese reconocimiento de un líder necio-carismático que les indica en cada momento y en cada circunstancia lo que deben pensar, la posibilidad de acuerdo entre dos necios estaría sujeta al puro azar.
El gobierno de los sensatos se distingue entonces del de los necios no por las medidas que toma, sino por cómo las decide. Es la forma (el cómo) y no el fin (el qué) lo que distingue a uno de otro. Esto es evidente: un necio y un sensato pueden coincidir en una determinada acción, pero es al evaluar lo que la motivó en uno y otro caso que aparecen las diferencias.
Otras reflexiones del misófono:
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Muy interesante ensayo.
En muchos aspectos estoy de acuerdo, pero quisiera que pensaras en las causas que han provocado el aumento y colocación de estos movimientos en el mundo.
Como yo lo veo, es presisamente la utilización y justificación de los llamados estadistas y especialistas por parte de gobiernos tecnócratas y neoliberales de medidas que no tienen como propósito el crecimiento o bienestar de los pueblos, sino la apropiación de forma indiscriminada y rapaz de la riqueza y libertades del pueblo por grupos élite, lo que ha llevado al poder a grupos extremistas (ya sean de derecha o izquierda).
Es aquí donde deberíamos empezar a tratar de diferenciar si lo que llamas gobiernos sensatos puede identificar a algún gobierno que haya ocupado el poder en el mundo en el último siglo (por poner un margen corto de análisis). Personalmente no creo que haya existido uno sólo.
Un saludo y si gustas seguimos hablando sobre el tema.
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En realidad creo que esa es la excusa de la que se suelen valer estos regímenes más que la causa de ellos.
Justamente considero que el error parte de suponer que hay una explicación simple y única para los problemas que como sociedad debemos enfrentar. Son ese tipo de explicaciones o discursos a los que llamo absolutos. Suelen emplearse en ellos términos con los que suponen explicar la realidad, pero en rigor la esquivan. Con la palabra neoliberalismo suponen identificar un enemigo que sería causante de los males, con palabras como igualdad y libertad la promesa de un cielo en la tierra...
Pero como decía el misófono, la realidad se nos muestra con una complejidad mucho mayor que aquella simplificación pretendida. Y la historia humana, el último siglo incluido, nos da sobrada cuenta de ello.
Gobiernos han habido, y seguramente habrán, de todo tipo. Lo seguro es que ninguno podrá ser perfecto. Acaso de lo que haya que cuidarse sea que por reclamar más atención social o una redistribución más equitativa de la riqueza no vaya uno a quedar prendado de uno de aquellos discursos totalizadores.
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