Concurso Cervantes 6ª Semana: FERNANDO BOTERO
Caminaban a pasos cortos pero bastantes apurados sobres las empedradas calles que daban al Palacio de Bellas Artes.
-¡Te lo he dicho Violeta! te dije que llegaríamos tarde, mira toda esa gente aglomerada. Ya debe de haber llegado Botero de seguro es quien debe estar con los periodistas.
-Ahhh, ya vas a empezar otra vez. Pues esas son las consecuencias de tener una mujer hermosa. Bastante que te gusta exhibirme, así que, calladito te ves más bonito.
Lo miró a los ojos y le lanzó un beso fugaz sonriendo.
Armando agudizó su vista y le respondió:
-Es que contigo no se gana una, hay que ver.
Armando y Violeta eran una joven pareja oriunda del DF, que a menudo se interesaban por temas culturales y eran admiradores de la obra del artista colombiano. Ya terminaban de llegar al bullicio cuando pudieron darse cuenta que efectivamente se trataba de una rueda de presa y que el mismo Botero estaba allí, justo al llegar lograron escuchar claramente:
-Maestro, luego de una trayectoria artística de más de 50 años, ¿Hay alguna cosa que haya querido hacer y no haya podido?
-Pues ya que lo pregunta, después que la gente te ha dado tanto no puedes sino ser cada día más modesto y seguir agradeciéndole con tus obras, me hubiese encantado poder colocar una gran escultura en cada capital del planeta, pero eso sería quizás bastante vanidoso y nada modesto.
Tanto el periodista como el pintor sonrieron y consintieron el final de la pregunta.
-Siguiente y última pregunta al Maestro Botero. Inquirió el host del evento.
-Jairo Quintero del Diario El Tiempo de Colombia: Maestro, ¿Cuál cree usted que fue su mayor contribución a la cultura colombiana?
-Eso sería difícil de responder Jairo. Agregó Botero. Supongo que cuando un artista de tu propia tierra es capaz de cruzar fronteras con su obra, te das cuenta que es posible hacer la diferencia con dedicación y trabajo duro, así que podría decir que mi mayor contribución y legado a la cultura colombiana fue la inspiración que sembré en las siguientes generaciones.
El artista dio por terminada su respuesta y el periodista agradeció la misma.
-Con esto damos por terminada la rueda de prensa, así que démosle nuevamente un aplauso al Sr. Fernando Botero. Exclamó el host.
Con una gran ovación, fue culminada la rueda de prensa y se procedió a la inauguración de la exhibición que monopolizaba gran parte del palacio. Una vez el cinto fue cortado el público pudo ingresar al recinto, mientras el artista permaneció atrás conversando con algunas figuras reconocidas y periodistas.
Armando y Violeta iniciaron su tour por los oleos del artista, se pasearon con detenimiento por algunas de sus colecciones como: "Obra temprana" y "Abu Ghraib", siempre conversando un poco – al menos no eran obras abstractas supra interpretables – hasta que llegaron a una titulada La Casa de Marta Pintuco, lo que ellos desconocían es que en ese instante el artista se aproximaba velozmente en su dirección conversando en voz baja con algunas personas.
En ese momento, Armando hizo un comentario a viva voz que jamás imaginó tendría tal trascendencia. En verdad, pocas veces hubo comentarios tan inoportunos.
-Violeta, esta es la pintura de la casa de las putas de Medellín.
Botero en medio de la conversación que sostenía, se dio vuelta bruscamente perturbado por aquello que acababa de escuchar, miró a sus acompañantes de nuevo por un segundo y les pidió disculpas abandonándolos en el acto para dirigirse con rapidez a la joven pareja, hasta ahora solitarios en aquella obra.
-Jóvenes disculpen, dijo con una mueca en la cara que no era precisamente de gusto. No pude dejar de escuchar lo que acaban de decir y la verdad que no alcanzó a estar de acuerdo con ustedes, La Casa de Marta Pintuco representa más que un burdel.
Ambos jóvenes sorprendidos y apenados a la vez por aquella escena, se disculparon al mismo tiempo que se sonrojaban.
-Señor, tragó grueso Armando, de verdad no quise ofenderle, discúlpeme. De hecho, es un honor para nosotros intercambiar palabras con usted – a la vez que le extendía la mano al pintor.
Botero respondió con un gesto amable saludando a ambos y agregando lo siguiente:
-No pasa nada joven, no se preocupe. En realidad, uno de los mayores desafíos que tenemos los artistas es que la gente sepa y entienda bajo qué circunstancias y motivos fue hecha una obra, aunque la mayoría lo desconozca uno no puede dejar de indignarse al escuchar semejantes afirmaciones.
Armando y Violeta volvieron a sonrojarse una vez más.
-Así que ya que estamos celebrando tal acontecimiento, puedo hacer una excepción y contarles la historia de esta pintura si es de su agrado.
-Por supuesto, exclamaron ambos al unísono.
-De hecho, siendo admirador de un artista es imposible negarse a tal atención, comentó Violeta, por favor Señor, adelante.
Botero asintió y dijo así:
-Es una atención que hago con gusto joven. Verán, todo comenzó cuando…*
Botero invocaba en su memoria los recuerdos extraviados de una juventud que hacía ya bastante tiempo se había ido. Siendo un adolescente criado en Medellín en la época en que dicha casa se encontraba en pleno apogeo, nunca fue ajeno a los relatos e historias populares que se iniciaban en esta, así que fue de hecho testigo y participe de la leyenda que nació hace más de medio siglo.
La asistencia a la casa de la Pintuco – era así como llamaban a la matrona de aquella casa – era una práctica común entre los jóvenes y no tan jóvenes que hacían vida en Medellín hasta finales de los años sesenta, quienes la frecuentaban iba desde estudiantes hasta hombres casados, desde aristócratas hasta aquellos menos privilegiados que guardaban sus ahorros para ir a darse un gusto cada mucho. Pero esta, no era una típica casa de bombillo rojo, las féminas que residían en ella no tenían otro fin sino proveerles placer y entretenimiento a sus clientes a costa de las más altas atenciones, en ocasiones estas mujeres terminaban por brindar sus servicios gratis si estos les caían bien, les preparaban desayuno a los clientes y los convidaban a volver, los hombres se perdían por días en estos dominios.
Fue de esta forma como supo Botero por primera vez de esta casa siendo aún un niño, ya que como era costumbre en los hogares de Lovaina y sus alrededores, esta casa era una parada obligatoria en la ruta de los hospitales cuando se buscaba a los desaparecidos, pues a un allegado de su familia lo dieron por desaparecido después de varios días de búsqueda, hasta que algún conocido de este lo encontró en la famosa casa Medellinense.
Carmelo Castillo era un hombre casado, padre de cuatro, contador, a quien la vida nunca terminó de recompensarle justamente, permanentemente insatisfecho y asediado por su mujer, juraba se iría un día de casa cuando sus hijos crecieran, cosa que su mujer desestimaba por creerle incapaz. Unos pocos años después de que sus cuatro hijos se independizaran del hogar, en el calor de una pelea, Carmelo tomó los ahorros de casi toda su vida y fue donde la dama que le confortaba cada tanto. Al llegar, saludó al portero y subió al segundo piso sin problemas, al encontrarla esta lo recibió con un beso en la mejilla, lo tomó por la mano y lo condujo a una habitación.
Luego de esgrimirle un obsequio que recién había sacado de su chaqueta, la cortesana se sentó en sus piernas y procedió a desahogarlo de sus desventuras conyugales. Fue en esa misma habitación donde la dama le permitió quedarse y pernoctó casi tres semanas, compartiéndose entre la pieza cuando esta no era ocupada y la sala mientras las damiselas hacían de oficios, fumaba incontables cigarrillos a la vez que conversaba banalidades con los visitantes, así pasaron muchos días y semanas enteras, hasta que una noche, un compadre suyo decidió visitar la casa de la Pintuco para terminar encontrándole en el piso de la sala con semejante borrachera producto de varios días de parranda. Su familia se apersonó en el local hasta hacerlo entrar en razón y desistir de permanecer allí, el escándalo social fue tal, que no hubo casa en Lovaina que no se diera por enterada.
Como ya sabemos, la historia terminó resonando en los oídos de Botero, quien la tuvo presente en su psiquis durante décadas, tanto que al faltar poco para cumplir sus 70 años, acudió a aquella casa – que no era para entonces ni la sombra de lo que fue en sus mejores tiempos – con la finalidad de revivir la anécdota de Carmelo Castillo. De pie frente al caballete, con pincel y oleos en mano, cerró los ojos y dejó que todos aquellos relatos que escuchó alguna vez cobraran vida en dicha estancia, noches de fiesta que se prolongaban hasta el amanecer, clientes nerviosos entrando y clientes livianitos saliendo, ir y devenir, a pesar de tanto intentó fusionarle en su pintura de la mejor forma que pudo: mozas, infantes, regalos, borracheras, desayunos, desaparecidos. Todo en una misma escena representado a través de trazos finos y figuras infladas.
Había quienes decían que las mujeres que vivían donde la Pintuco realizaban una labor invaluable asistiendo a los jóvenes de aquella época en el descubrimiento de la sexualidad. El sexo era un tema que no se tocaba en la sociedad de esos tiempos porque las jovencitas se afanaban en llegar vírgenes al altar, así que un varón que deseara experimentar antes del matrimonio debía recurrir a tales métodos. De Doña Marta, cuyo nombre era en verdad Marta Teresa Pineda, se dijo mucho pero no se puede decir más sino que era una completa dama, muy instruida y sumamente locuaz, su simpatía no quedaba ajena a las personas que frecuentaban la casa y que terminaban por convertirse en sus amistades, que era así como ella les llamaba. Marta y su casa se convirtieron en algo más que lo que decían las malas lenguas: ni casa del pecado, lujuria o de mujeres de vida horizontal, nada de eso, ellas eran parte de la cultura popular y el folklore de Medellín yColombia.
Una vez terminada la exposición de motivos del pintor, Armando y Violeta que atendían concentrados el relato se percataron de estar rodeados de un grupo grande de personas que se encontraban también escuchando tal historia. Pocas veces un artista develó al público los secretos detrás de una obra como lo hizo aquella tarde.
-Todos lo saben, yo pinto personas, animales, objetos, pero eso no quiere decir que el arte deje de ser subjetivo. Jamás dejará de serlo. Concluyó Botero.
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