EL ROSTRO LINDO DE LA EMIGRACIÓN
Colega steemiano, hoy me siento con ganas de compartir contigo una nota agradable. Últimamente, he escrito textos que exhiben un tono medio melancólico o colérico. Tal vez, dejándome marcar por circunstancias poco afortunadas. Pero la vida siempre estará salpicada por la gracia de personas y momentos adorables. Les contaré algunos pasajes referidos a una niña que experimenta el muy publicitado proceso de emigración.
Camila es una chiquilla emigrante que frente a su nueva casa encontró un parque de diversión.
Por supuesto, la partida fue dolorosa. Cada día que pasaba nos acercaba al 16 de septiembre del año 2018, y nos mostraba el rostro amargo de la ausencia. Pero, la familia (abuelos, tíos y primos) procuraba aprovechar al máximo y en todo momento la presencia de Camila. Yo soy su tía de corazón. Ella es hija de una buena amiga que conmigo las horas aciagas compartió. Mi princesa adorada dice que soy su tía “hechizada”. Su madre le hizo referencia a un personaje de una vieja serie de televisión. Seguramente, los steemianos, que tienen más de cuarenta años, saben muy bien cual es la serie en cuestión.
La verdad es que Camila, en su país natal, tenía poco contacto con niños de su edad. Solo en la escuela jugaba con sus congéneres. En el barrio, el asunto era muy diferente. Nada de patines y nada de bicicleta. Siempre estaba bajo la sombra protectora de un adulto. Y no exagero cuando les digo que dos metros era ya una distancia inaceptable entre la pequeña y su adulto defensor. Así, viven los niños en Venezuela: con miedo a un malandro, a un degenerado secuestrador.
Mi Camila es pelirroja. Luce una melena larga y preciosa. Ahora, tiene su hogar en Mayagüez-Puerto Rico. Ese es el país que brinda a su familia la oportunidad de trabajar y progresar.
Camila se fue lejos de su tierra para vivir una niñez con normalidad:
Asiste a una escuela que sus padres pueden pagar.
Juega con nuevas amiguitas en el parque que de su casa cerca está.
Tiene un seguro médico que ojalá nunca deba utilizar.
Va al mercado y elige las galletas, jugos, mermeladas, cereales, dulces…que ella quiera degustar.
Utiliza el transporte público sin apretar y sin empujar.
En su casa, la electricidad a cada rato no se va.
El agua es potable, y ella no corre el riesgo de enfermar.
El internet es veloz y se convierte en una herramienta para chatear y estudiar.
Esa carita blanquita y pecosa de Camila siempre muestra una enorme sonrisa. Mi princesa pelirroja está feliz porque frente a su nuevo hogar encontró un parque de diversión.
Ojalá, que la suerte de Camila la tengan todos los niños que emigran de esta nación.
Yo deseo que regrese mi sobrina a vivir en una Venezuela próspera y libre. Estoy segura de que así lo dispondrá el Creador.
Bien por Camila. Todos nuestros niños merecen un mínimo de recursos para que crezcan sanos. En horabuena que Camila puede ahora disfrutar lo que para nosotros era normal hasta hace 20 años.
Me uno a tus deseos por una Venezuela libre y próspera.
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Bella Camila!
Esta historia está obligada a tener un final feliz!