"El anatema de Abel y Caín" [cuento]
— ¡No quiero hacerlo, hermano!—Exclamas. —P-pero no me quedan fuerzas ya. Me cago en esa puta. No debí ser tan tonto. Debí dejarla inconsciente para luego…luego purificarla del mal.
— ¡Cállate de una puñetera vez y levántate! Demuéstrame que eres un hombre. Demuéstrame el amor que me tienes, al igual que la lealtad. Enséñame el arrepentimiento que sientes por existir—te ordené hasta que vi que comenzaste a levantarte y caminaste en dirección a la ventana. Solo habría que trepar por unas cajas para salir del sótano.
¿Y a dónde iremos?—preguntaste. Tu voz denotaba tu cansancio. —A donde vayamos nos van a agarrar. Y…y siento que me desplomo, realmente ya no me quedan fuerzas. Tampoco escucho tu voz, Caín… ¿Dónde te has metido? Esto me recuerda a la primera vez que comenzamos a trabajar juntos para lograr hacer la labor que Dios nos encomendó. —Entonces te caíste, pero aun así te arrastrabas en dirección a la ventana. Parecía que buscabas la luz, o una esperanza, o quizá me estaba buscando a mí. Era aborrecible y detestable como siempre. —Te confieso hermano…—repusiste cuando recuperaste el aliento. —Te confieso que hace tiempo llegué a pensar que me habías perdonado por ser yo quien logró existir entre nosotros dos. Pero qué tonto he sido. Yo sé que no merezco perdón de tu parte. Soy un ser abominable, soy un demonio pecador. No merezco tu perdón. Pero realmente me acuerdo también mucho de ella. El primer demonio que asesinamos y le dimos por consiguiente, paz a su alma…
El nombre de aquella mujer era Bianca. Su belleza en cambio era un concepto de cualquier nombre definitorio posible. En pocas palabras, no había una forma hermética en significados y significantes para resumir su belleza, o eso concluimos Caín y yo. Bianca era una muchacha muy buena, de familia adinerada y reconocida en Caracas. Ella incluso parecía impía de la corrupción y de las herejías de la ciudad. Yo por mi parte no soy puro, pero mi querido hermano Caín sí lo es. Yo soy un pecador por matar a mi propia sangre… Pero Bianca…Bianca…Bianca…, recuerdo su nombre jurado por los ángeles celestiales, y la exquisitez de sus labios al morder una manzana casi tan roja como ellos, mientras estaba sentada devorando un libro de Oscar Wilde, a veces de André Bretón, siempre en el parque, tan sola y aislada del mal del mundo. Me parecía tan bella y estúpida como toda belleza, como todo arte, como la esencia de la demagogia en sí, pero tú carecías de mostrar algún indicio de malicia en aquel entonces. Mi hermano y yo nos acercamos a ti. Fue fácil, los dos conocíamos de libros y también de vinos. Esto la condujo a la lujuria, y terminé vaciando mi semilla maldecida dentro de ella una noche en mi casa. «Te contaminaste con ella demonio de la lujuria» pensaba yo. Caín me dijo que debía castigarla por ello. Pero si tan solo Bianca hubiese podido escuchar a mi hermano…, él a diferencia de mí siempre dice elocuencias. Recuerdo entonces cómo él me dijo lo que debía hacer. Escuché a la mujer demonio suplicar, y esto irritó a Caín, y tuve que silenciar a la maldita con el frío beso del acero de una daga bendita por los ángeles y por Dios en su garganta. Ahora Bianca, te veo aquí, desgraciado demonio del averno, estás aquí riéndote de mí como un diablillo burlón enviado de Mefistófeles ¡que el señor te reprenda! Eres como tus compañeras, como todas tus hermanas. Tu cuerpo fue abandonado en la ciudad de Caracas, mi ciudad, como el de ellas, como debe ser, pues, es el Pandemonio, es el destino de los pecadores. ¿Caín dónde estás? Aún no te escucho.
—He escuchado toda la mierda que has balbuceado, hermano—escuchaste que te respondí. Ahora, idiota, camina, tienes que salir de aquí a como dé lugar. Aunque es cierto, estamos jodidos los dos, Abel. Me has fallado.
Entonces te levantaste buscando en las paredes, en las esquinas, entre las sombras, sobre la basura y la chatarra mi voz, como si fueras un niño perdido que busca a su madre; como el pecador condenado a muerte que anhela el perdón del padre piadoso y misericordioso. Pero en ningún caso había alguna diferencia profunda entre tú y estos dos ejemplos. A continuación, fuiste cojeando y el color de tu rostro se hizo tan pálido como el de aquellas mujeres que habías ajusticiado con tus propias manos. Tu corazón latía con mucha fuerza, pero no sabría decir si era por la pérdida de sangre o por algo más. Había pues, una sensación familiar en todo esto. Sentiste miedo entonces, miedo a estar solo. Miedo a perderme. Tus pasos patéticos entonces te llevaron hasta tumbarte frente a un espejo sucio y cubierto de algunas telarañas, incluso estaba roto y mostraba un efecto caleidoscópico. Contemplaste tu rostro en él por un momento.
Miré en el espejo, apenas podía distinguir mi rostro. Estaba viendo algo totalmente diferente. El espejo ahora era un caleidoscopio que formaba rostros familiares poco a poco, pero hasta el momento eran completamente etéreos. No me daban miedo alguno. Pero mis fuerzas ya me habían abandonado por completo. Quería hablar con Caín. Entonces vino a mi mente el rostro de nuestra madre y también el de nuestro padre, que venían acompañados de los matices diversos de la finca en la que crecí en las afuera del centro de Caracas, como también aquellos viejos olores de las comidas que llegué aprobar en el dulce ambiente familiar. El recuerdo de mis enfermedades también me invadió, el cómo me separó de él, de Caín, por fin pude verlo. Entonces la memoria me mostró cuando aquella voz proveniente de todas partes quería contactarse conmigo, y cómo esto me aterraba. Un día mi madre me contó que tuve un hermano que nació dentro de mí, un parásito, y que no me permitiría vivir, por ello lo extirparon satisfactoriamente gracia a los avances científicos de un país de un país lejano en mar. En este momento supe el por qué habían cicatrices en algunas zonas de mi cuerpo que no recordaba habérmela hecho jugando. Por otra parte, estaba entusiasmado y esperé a la próxima vez que me contactara aquella voz, que supe que era la de mi hermano cuya alma aún residía en mi interior. Ya sabía que era él. Sabía que él solo podía hablar conmigo y nadie más.
—Tú no debías haber vivido. ¿Por qué tenías que ser tú?—me reprochó Caín la primera vez que logramos comunicarnos. Noté en tu voz tanto odio y amargura, lo recuerdo…, ese día sería nuestro décimo cumpleaños. —Has pecado, Abel; tu concepción tu nacimiento acabaron con mi vida y mis posibilidades en este mundo. Soy ahora solo un fantasma que habita en tu cerebro que ve a través de tus ojos pero que no puede controlar en lo absoluto ninguno de tus miembros.
—Me arrepiento de haber nacido causando así tu muerte—respondí. Noté entonces tu silencio y mis palabras prosiguieron en peregrinaje solemne de mi boca. —Haré lo que sea para que me perdones, hermano Caín. Si mi vida es un error, una impureza, entonces dejaré que tú mismo la comandes de ahora en adelante. Pero pasarían mucho tiempo para que volviera a escuchar tu voz. En cambio, me enseñabas las más horribles pesadillas que luego entendí que eran las expresiones de tu ira. Me ahogabas en algunas oportunidades en un estanque de sangre hirviendo, otras dejabas que los demonios laceraran mis carnes.
—Recuerdo todas esas cosas—te interrumpí. Pero no estábamos listos para nuestra misión en este mundo, Abel. Tú siempre fuiste un cordero que esperaba sacrificio. Te vi por años disfrutar de la vida en nuestra casa, de las comidas y las fiestas; de los regalos de navidad también. Cosas que sé que en el fondo siempre despreciaste pero eso fue gracias a que logré que te dieras cuenta de que tu vida era un error. Ya tendríamos la mayoría de edad, fue cuando escuchaste mi voz nuevamente después de tantos años de haber estar sumido en el mutismo. Vi en aquel entonces cómo se dibujó una sonrisa en tu rostro, y seguidamente me recordaste qué harías lo que te dijese para ganarte mi perdón, como también el perdón de Dios a través de la misión que te conté que él nos encomendaría desde el momento en que debíamos nacer los dos en este mundo: debíamos eliminar a todos los impuros que pudiésemos para evitar que nuestro destino se repitiera en niños de generaciones que estén por venir. Aceptaste el hecho de que tu cuerpo era impuro; el mismísimo templo de los demonios. Que así mismo, tu semilla estaba maldita; un anatema que nadie debía tocar. Donde la flor de Venus se marchitaría maldiciéndose por siempre.
El nombre de aquella mujer en la cual se derramó tu semilla por primera vez era Bianca. Parecía en aquel entonces que estabas enamorado de ella. Pero también aceptaste las consecuencias de tus actos. «Te amo» le dijiste. Me pareció gracioso y grotesco a la vez escuchar a un diablo amar…, eso cuando bien sabías que el único sentimiento verdadero que debías sentir era el del arrepentimiento, el mismo que te conduciría por el sendero de la búsqueda del perdón y la redención.
Llegado el momento de lo encomendado por el señor le tomaste una fotografía a Bianca con tu nueva cámara. A continuación, la golpeaste en el rostro dejándola inconsciente. Paulatinamente y tal como te había indicado, tomaste la daga bendita y marcaste su piel desnuda con el filo del arca que la llevaría próximamente hasta las puertas del edén. Te enseñe a hacer esto a través de una visión dentro de un sueño. Allí podías verme. Era exactamente igual a ti en apariencia.
Entonces la chica despertó de su letargo Estaba aterrada, se orinó encima y las gotas de sus fluidos cayeron en la alfombra de la habitación. Sentí asco y lástima a la vez por esa pobre demonio. Pero nada más terrible que un demonio que se siente acorralado. Son como la presa cuando el cazador la tiene contra la pared. No, peor… Ella comenzó a gritar, pero nadie podría escucharla, solo nosotros. Me fastidió. Una maldita bruja, una súcubos estaba justo frente a nosotros, Abel…, Entonces tomaste la daga nuevamente entre tus manos, pero momento…, tu corazón comenzó a latir muy fuertemente, como si el palpitar en sí, y tus manos ahora trémulas juzgaran la acción de tus actos desde una perspectiva que nunca antes habías tenido en toda tu vida, donde reitero, has sido solo un corderito. Aun así, te acercaste y el acero frío y bendito le besó el cuello, dejando una enorme fuente chorreante de cálido cáliz humano, cáliz de vida… Al día siguiente, su cuerpo maldito fue cercenado por tus propias manos y dejado como decoración de la urbe. Y esto mismo hicimos con una docena de pecadoras sin que nadie nos pillara, pues ,en la ciudad donde no hay caos y solo corrupción, estas cosas suceden. Y solo Dios nos había encomendado hacer esto.
—Pero esta vez he sido muy tonto, Caín, no sabía que esta demonio cargaba un arma de fuego consigo, y que dispararía dos veces hiriendo mi pecho y mi pierna. Pudimos escapar. Gracias a Dios fue en nuestra casa, está en nuestros dominios. Pero aún seguimos en el sótano. No sé si ella aún esté aquí. No debemos llamar a una ambulancia o al 911, esos ignorante no comprenderán la importancia de nuestra misión en la tierra, como le es imposible comprender la de otros tantos hermanos.
Tus ojos comenzaron a apagarse. Pronto te apagarías. Decidí entonces hacerte una última pregunta, escuchaba ya los pasos, tú no… —Abel, ¿por qué razón tu corazón late tan aprisa?
—Porque desde hace rato ellas están aquí. Nos miran a los dos a través del caleidoscopio que ahora es este espejo—me respondiste con tu voz cortada, casi sin fuerzas. Ya habías perdido casi toda tu vida por los dos orificios en tu cuerpo. Estabas luchando por respirar pero entonces tu voz no quiso abandonarme pese a todo. Maldije entonces para mis adentros a tu repugnante aprecio hacia mí. —Y-y esas malditas criaturas se ríen de nosotros—proseguiste. —Son despreciables. Las desgracias están guiando al demonio que aún está en esta casa hacia donde estamos nosotros ahora.
La puerta se abrió, escuchaste unos cuantos pasos cada vez más cercanos. La luz apenas te dejaba ver a la figura ante ti. Era ella, y era Bianca y eran todas aquellas que habías mandado al infierno, Abel, estaban aquí para arrastrarte consigo.
El sonido de las detonaciones del cañón del arma inundó el sótano. Fue tan rápido que no tuviste tiempo de despedirte de mí. Pero ya pronto nos uniríamos junto a ellas.
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