Vacaciones De Verano || Pequeño texto narrativo
-Rouge.-
Susurró su nombre, pero no obtuvo respuesta, el menor seguía con la mirada puesta y perdida en el paisaje borroso por la ventana del auto. Creyó quizás no la había escuchado. Alzó la voz, inclinándose hacia su costado.
-Rouge, tus padres nos están mirando desde hace rato ¿Ocurrió algo? - Inmediatamente el pelirrojo dio un espasmo en su asiento, dirigiendo la atención ahora a los asientos de conductor y copiloto, donde uno de sus padres tenía el rostro perfilado, mirando a ambos jóvenes con una sonrisa traviesa.
-No les hagas caso, ya sabes cómo son- Tartamudeó, volviendo fijando los ojos en la ventana, una forma de ocultar sus mejillas sonrosadas y expresión avergonzada que cargaba desde antes de salir de casa. Si sus padres no lo molestaban como en casa era porque había una invitada, pero incluso si no lo hacían tan evidente, podía sentir sus risitas cómplices.
Apretó la espuma del asiento al recordar lo sucedido.
Aquella mañana, aunque prefería que no se notara, Rouge estaba emocionado por compartir un fin de semana en la playa con su amiga. Estaba casi impaciente esperando al lado del auto y ayudando cada que lo llamaban a subir maletas, pero siempre con la mirada hacia la calle, esperando que la figura grisácea de la joven apareciera. No fue mucho lo que tuvo que esperar, corriendo como si la estuvieran a punto de dejar, Lapislázuli llegó presurosa mientras agitaba un brazo y ensanchaba su brillante sonrisa, anunciando su llegada. El pelirrojo agitó de igual forma los brazos, dándole la bienvenida, claramente emocionado y aliviado que haya llegado a salvo.
-¡Rouge!- lo llamó en un grito de pura felicidad, a la vez que se decidió a abrazarlo con un salto, rodeando su tronco con sus finos brazos y por el impulso, casi dando una media vuelta con él. -¡Ya llegué!- anunció, alzando la mirada, apretándolo aún más fuerte antes de soltarlo, con ánimo infantil.
Ahí empezaron las primeras risas.
Luego de saludar a los padres de su amigo rojizo, y de acomodar su mochila en la maletera, se dispusieron a entrar al auto para comenzar con el viaje de una vez. Rouge abrió la puerta con mucha cortesía, Lápis sólo bajó las orejas poco acostumbrada a ese gesto, hasta que se detuvo a punto de sentarse. -¡Oh, Rouge, lo olvidaba, tengo algo que decirte, lo que te prometí ayer!- hizo una pausa, sin querer había llamado la atención hasta de los dos adultos. –Rouge, yo te-
El menor actuó rápidamente, recordando a lo que se refería, tapándole la boca y susurrándole un “Aquí no” muy despacito, a lo que ella respondió asintiendo con la cabeza muy enérgica.
Y así comenzó el viaje.
-¡Rouge, mira, una ballena!- dijo la pequeña mientras se inclinaba hacia su lado, señalando con entusiasmo unas islas que daban la forma del cuerpo y cola de dicho animal. -¿Hay ballenas aquí, aparte de esa?-
-No he visto una, aunque quizás lo hayan. ¡Quizás viven más al fondo!-
-¡Uwah, vamos, vamos, me gustaría ver una!-
-Nada de ir a nadar hasta el fondo de mar. ¿Oyeron? - comentó uno de los padres del rojizo, el que iba al volante. El otro se echó a reír, tomando la palabra. –No molesten a las ballenas, si se acercan mucho, la ballena abrirá su gran boca…- dijo mientras separó las manos y las cerró en un único y estruendoso aplauso -Y ¡Ñam! Se los comerá-
El ruido repentino asustó a ambos jóvenes, sobre todo a Lapis quien se lo había creído de verdad. Rouge la observó de reojo e intentó aparentar fortaleza. – E-eso es mentira ¿verdad, papá? – tartamudeando.
-No, es verdad. Así que naden hasta donde nosotros indiquemos ¿está bien? -
Ambos asintieron.
-Míralos, y decían que iban por ballenas-
-Fue tu culpa, no debiste asustarlos así. De verdad se lo han creído. -
- ¡Chicos, vamos al agua, no se queden ahí!
Por más que los llamaran, los dos jóvenes permanecían sentados en sus toallas bajo la protección de una sombrilla. Aunque no era el miedo lo que los detenía a ambos.
-Lapis, ya nos están llamando- comentó el pelirrojo a su compañera, quien abrazaba sus rodillas. –Estoy seguro que papá no hablaba en serio- No obtuvo respuesta. - ¿Es porque hay mucha gente? - lanzó pregunta tras otra, notando en la última que ella aún tenía puesto un polerón azul, ocultando su bañador.
-No sé nadar- comenzó con voz bajita, dibujando figuras con un dedo sobre la arena. –Me da un poco de miedo el agua, vine porque estarías tú, me gusta y divierte mucho estar contigo- comentó de forma muy directa, como siempre solía decir las cosas importantes y honestas que otros en su lugar tartamudearían.
El sonrojo del menor fue ocultado perfectamente por su pelaje ya rojizo, y en ocasiones agradecía tener ese color. Cerró ambos puños y se dio ánimos, se quitó la camiseta que aún traía puesta y se levantó casi de un salto, extendiéndole luego la mano a su amiga. -¡No hay nada que temer! Te he invitado para que nos divirtiéramos juntos ¿no? Vamos, el mar no te hará nada, sólo está… mojada y es algo salada ¡Pero nada más! Ven, yo te enseño a nadar, no te pasará nada mientras esté contigo. -
Ahí estaba, como siempre, experto en animarla y darle fuerzas. Sonrió un poco antes de tomarle la mano y levantarse, para luego quitarse con algo de vergüenza el polerón. -¡Carrera hasta la orilla!- gritó, soltándose, una forma de darse a sí misma algo de valor, sabía que su lugar era la tierra, no el agua, pero confiaba mucho en Rouge, y si él decía que el mar era seguro, no tenía por qué dudar de su palabra. Lo escuchó reír y quejarse al mismo tiempo mientras ambos corrían hacia la pareja quienes ya los esperaban.
Llegó la noche del último día en la playa, en una luminosa noche de domingo. Las estrellas en todo su fulgor y los dos debajo de ellas, observando y conectándolas buscando formas y figuras que arrastraba con ella lo más tierno de sus imaginaciones infantiles. Una lluvia repentina de fuegos artificiales interrumpió la calma, pero no aminoró su emoción. El muchacho vio como los ojos azules de su compañera reflejaba cada color que estallaba en el manto negro ¿Cómo no admirar un momento esa mirada tan inocente y expectante?
-Gracias.- susurró al menor, sacándole del trance de sus pensamientos. –Soy muy feliz Rouge, gracias por esto- continuó sin quitar la vista a las luces. Giraron para cruzar sus miradas y compartir una sonrisa para luego volver a enfocarse en el cielo.
No había olvidado su promesa, no desde aquella vez que tuvo que quedarse en silencio antes de partir. Decirle un Te quiero era la promesa, uno que ya no aparecería en letras de mensajes de texto, sino de su propia voz. –Hoy no- pensó. –Hoy no, pero pronto. Decirlo ahora lo arruinaría-