Introvertidos anónimos | Cuento original (parte 2)

in #spanish6 years ago

—Hola a todos, bienvenidos. Me gustaría agradecerles por asistir a una reunión más. Ya somos como una familia y me rompería el corazón que alguien nos abandonara —dijo Jesús. Estábamos todos sentados en sillas pequeñas organizadas en círculo, y él hablaba desde el fondo de la habitación, como de costumbre—. ¿A quién le gustaría iniciar la charla de hoy?

—A mí —respondí de inmediato. A decir verdad, no tenía demasiadas ganas de hablar de primero; tampoco tenía pocas ganas, tenía sólo las justas. Pero me sentía en la obligación de hacerlo—. Es probable que los demás no lleven la cuenta de las reuniones en que me han podido ver, pero yo sí. Esta es la décimo cuarta reunión a la que asisto, hoy se cumple un mes desde que vine por primera vez.

El grupo comenzó a aplaudir como por instinto.

—Hermano Wilderman, me alegra ver que estás comprometido con este grupo, como debe ser si esperas cambiar. En serio eres un ejemplo de fuerza de voluntad. Miren al muchacho ahí parado, esbelto, ahora parece un verdadero hombre rehabilitado. Me llena de orgullo.

Voltearon a verme para seguir la orden de Jesús. Todos los presentes lo hicieron, o eso me pareció en un principio. Pero no era cierto; el patrón se rompía en lo que observabas a Daniel. Él no me miraba, no miraba nada. Sus ojos estaban perdidos en un punto inexistente del infinito, daba la impresión de que su alma lo hubiese abandonado. Estuvo así toda la reunión. De su boca no salieron palabras y lo más probable es que sus oídos no escucharan las palabras de otros. Parecía un cadáver que aún tenía un poco de voluntad de vivir, suficiente para mantenerlo erguido sobre la silla, pero sin ser suficiente para ocultar su esencia de muerto.

La reunión siguió su curso sin prestar mucha atención al cuerpo sin vida sentado en una de las sillas. Algunas personas se levantaron para hacer lo mismo que yo, regodearse de sus logros. Otros pocos se levantaban para lamentar sus fallos como introvertidos. Lo mismo de siempre. En el último mes el grupo había ganado popularidad así que no faltaron las presentaciones de un par de caras nuevas. Y al final de cada intervención aplaudíamos. En aquellas reuniones había muchos, muchos aplausos.

—Parece que hoy había mucho por compartir, ¿verdad? hemos tenido muchas intervenciones. Me gusta que se sientan en la confianza de hablar sobre esto ante todos nosotros. Ahora que ya todos los que querían han hablado, es hora del momento favorito de todos —se escuchó una risita por la habitación—. Vamos, ya nos podemos levantar. Siéntanse en la libertad de agarrar lo que vean de comida por aquí, que estoy seguro que muchos tienen hambre.

Las sillas comenzaron a sonar, dando fe de que muchas personas se levantaban de sus asientos. Yo los imité, y me acerqué, como siempre, a la mesa de los tequeños. Soy débil ante los tequeños.

—¡Hola Wilderman! Qué alegría enterarme que has aguantado un mes sin caer en la tentación —dijo Javier. Era un chamo un poco mayor que yo, como de mi altura, también llevaba lentes. Siempre se le veía alegre y era fácil hablar con él. Si lo hubiera conocido en otro contexto seguro nos habríamos vuelto muy buenos amigos, pero no ahí. No había tiempo suficiente para llegar a conocernos de verdad, sólo lo conocía de forma superficial, nada mucho más allá de saber que era Sagitario y que le gustaban los animales.

—¡Épale Javier! ¿Todo fino? Cuéntame, ¿cómo ha seguido tu perro? —fue lo primero que se me ocurrió. Si algo me enseñaron esas reuniones fue a buscar temas de conversación cuanto antes. Por suerte encontré un tema más o menos interesante.

—Bueno lo llevé al veterinario y resulta que tenía una bacteria en el estómago o algo así. Tú sabes que el agua de este país es una porquería. Al pobrecito le mandaron unas pastillas que odió, pero al final se las pude dar metidas dentro de una salchicha. Es burda de fácil engañar a un perro si te lo propones. Total, que pasó unos días decaidito, pero ya está mejor.

—Menos mal que son buenas noticias. A mí me pegan más las muertes de los animales que de las personas. Aunque no debió ser buena noticia pa' tu bolsillo, ¿verdad? No te quiero ni preguntar cuanto pagaste.

—Ya sabes que en este país toda verga pasa de las ocho cifras. Menos el sueldo. De pana que este país ya no se aguanta más.

Así, nuestra conversación de menos de cinco minutos pasó de hablar de perritos, a hablar del gobierno y la situación del país. Le conté que la semana anterior había ido al cine y me costó un ojo y medio de la cara, y ve a ver tú qué haces con medio ojo. Cuento repetido. Ya he tenido esa conversación miles de veces. Pero es lo que debes hacer si no quieres sentirte marginado: mantener una conversación, aunque no te interese.

Javier vio la necesidad de hablar con otros, se despidió y se encaminó al otro extremo de la sala. Yo me quedé solo, comiendo tequeños. Alcé la vista buscando alguien a quien acercarme; quedarme solo era un escenario que ahora me asustaba mucho. Así, vi un cuerpo sentado, o más bien tirado, en el piso, recostado de la pared, una nube de humo lo rodeaba. Me tomó algo de tiempo, pero me di cuenta que se trataba de Daniel. Hasta entonces no había podido hablar demasiado con él, por lo que me acerqué con las manos llenas de tequeños y me senté a su lado.

—No sabía que fumabas —dije.

Me miró sin decir nada y dio una larga calada al cigarrillo, como diciéndome «sí, claro que fumo, ¿acaso no estás viendo?». Lo vi un poco delgado. No, eso sería quedarme corto. Me vi en la necesidad de ofrecerle algunos tequeños. Él los aceptó, se incorporó en su "asiento" y sólo entonces se sintió con la comodidad para hablar.

—Lo había dejado —dijo Daniel.

—¿Qué?

—El cigarro. Lo había dejado. Antes fumaba como loco, estoy seguro que algunos días me llegaba a fumar hasta tres paquetes. Pero de repente se puso carísimo, y estoy seguro que el tratamiento para el cáncer también debe estar bien caro, así que lo analicé de forma lógica, y decidí que la mejor opción era dejarlo.

Por un momento me pareció que la conversación de nuevo se dirigía a hablar sobre precios. De ahí pasaríamos a hablar de la inflación, luego de la inseguridad, y al final sobre los conocidos que se han ido del país. Pero fui hábil, y logré esquivar el tema.

—Es que en este país no se pueden tener vicios. Imagínate, hace años que no juego videojuegos porque se me dañaros los controles de la consola. Lo difícil es luego acostumbrarse a la nueva vida de uno, la vida sin adicción. Aunque me imagino que será más difícil dejar el cigarro que los juegos. ¿A ti se te hizo muy difícil?

—¡Dificilísimo! Si te contara... Al principio intenté dejarlo poco a poco pero no funcionó. Si intentas pasar de dos paquetes diarios a sólo uno, sin darte cuenta acabas fumándote un paquete y medio. Y cuando ya rompiste tu propia regla, no hay nada que te detenga de fumarte lo que queda.

—¿Cómo lo lograste entonces?

—De coñazo. Un día dije «desde hoy no voy a fumar más nunca». Boté todos los cigarros que tenía encima y salí sin plata para comprar más. Fue el peor día de mi vida, no me pude concentrar en nada. Sólo podía pensar en lo bonito que sería poder fumar, aunque fuera un cigarro. Pero después de ese momento, los días fueron cada vez menos malos, y acabaron siendo hasta buenos a veces. Al final dejé de pensar en tabaco, y pude tener una vida más o menos normal, sin tanto humo.

—Pero ahora estás fumando de nuevo...

Me miró por un instante, y volteó la mirada. Se le veía algo apenado, tal vez estuviera un poco decepcionado de sí mismo. Le dio una última calada laaaaaarga al cigarrillo (casi se lo termina de fumar de un solo jalón) y lo apagó en el cenicero que tenía al lado. Se notaba que no quería hablar al respecto.

—Hace rato estabas como ido en la reunión, como si estuvieras soñando con los ojos abiertos. ¿En qué pensabas?

—Cosas de la vida —respondió, un poco cortante. Lo vi irritado, quizá no quería que estuviera ahí. Lo más seguro es que quería que lo dejaran solo. Pero las reuniones no son para estar solo.

—¿No crees que sería una buena idea compartir tus problemas con el grupo? Para eso son estas reuniones.

—¡Estas reuniones son pura mierda!

Aquella declaración me tomó por sorpresa. Levanté la mirada para asegurarme que nadie más que yo lo había escuchado, y volví a ver a Daniel. Estaba demacrado, se le marcaban unas ojeras inhumanas, y estaba mucho más calvo que la primera vez que lo vi. De pronto su figura me parecía aterradora. Era poco más que un esqueleto con piel, y amenazaba con dañar el ambiente de aquellas reuniones que en el último mes me habían ayudado a encajar mejor en la sociedad. Estaba por levantarme cuando me dirigió la palabra de nuevo.

—Yo creo que no voy a venir más. Chamo, déjame darte un consejo: no sigas viniendo a estas reuniones. Mírame, llevo siete meses viniendo, y he estado cumpliendo lo que se espera de mí durante ese tiempo. Pero ahora parezco un muerto, y estoy fumando. Un muerto fumador, no te quieres convertir en eso, ¿verdad?

Era un buen punto, me quedé a escuchar qué más tenía para decirme.

—Yo creo que entiendo lo que sientes, por qué viniste aquí. Yo estaba igual. Mis amigos me dejaron de contactar, mi gente no me trataba demasiado. En general, me veían como alguien medio rarito, que no le gustaba salir. Por eso viniste aquí, ¿verdad? —asentí—. Eso duele, pero ¿me vas a decir que es mentira? Seguro que tus amigos te dejaron de contactar porque saben que igual los ibas a rechazar, ¿o me equivoco? —negué con un movimiento de cabeza—. Mira, tus amigos son tus amigos. Son amigos del «tú» que conocieron, el «tú» que los rechaza cuando lo invitan a salir. Eso lo entendí cuando mis amigos ya no querían juntarse con el «yo» que aceptaba todas las invitaciones. Si sigues intentando lo que este grupo quiere que hagas, al final terminas convirtiéndote en otra persona, alguien que, lo más probable, te desagradará. No te hagas eso a ti mismo, no hay nada malo en no hacer las cosas que no quieres hacer.

Justo en ese momento Jesús nos llamó a todos para que nos reuniéramos de nuevo. Me di cuenta que nos estaba observando, como si la llamada fuera dirigida a nosotros en específico. Una vez sentados, dio el discurso de despedida de costumbre, aunque esta vez había algo distinto. Tal vez fueran ideas mías, pero estoy casi seguro que Jesús tuvo su mirada sobre mí en todo momento. Al dar por finalizada la reunión se levantó de su asiento y se me acercó; a mí no me dio tiempo de moverme ni un centímetro.

—Estoy muy orgulloso de que hayas alcanzado la importante marca de un mes. Espero que logres estar con nosotros muchos meses más. Recuerda que todo esto lo haces por tu bien, y más importante, lo estás haciendo por tus seres queridos. Ellos seguro estarán muy felices, ¿verdad?

Asentí con una sonrisa muy cordial en la cara. Ya se me hacía más sencillo hacerlo, pero no por ello menos artificial. No había duda, asistiría a la siguiente reunión. Las palabras de Jesús me dejaron en un compromiso moral que me hizo sentir que no me quedaba de otra. De no ser por esa obligación ficticia, me habría tomado más en serio el consejo de Daniel, aunque sí es verdad que lo comencé a considerar más cuando me di cuenta que, luego de ese día, no lo volví a ver.

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Para los que no lo conocen, pueden encontrar información en los siguientes links:



Adicción, cuando no puedes parar de leer y te mueres porque te das cuenta que no hay más... joo me encanta tú forma de desenvolverte escribiendo, me recordaste a J. D. Salinger en el guardián entre el centeno.

Leyendo esto 15 años después, me gusta cómo describiste a Daniel de tal manera que afectara. La manipulación de Jesús, lo que es 'bueno' y lo que no. Esto está brutal.