Hace dos días se daño mi teléfono móvil. En la actualidad cuando esto sucede nos genera incomodidad, preocupación y molestia debido a la gran importancia que estos equipos han tomado en nuestras vidas. Aunque inicialmente solo deberían ser un dispositivo para comunicarnos, en nuestro acelerado mundo moderno se han convertido en una herramienta de trabajo, en la forma principal de conexión con nuestros entornos sociales y en una forma de entretenimiento bastante adictiva.

Le contaba ayer a mis compañeros de trabajo en el hospital lo sucedido, el médico de guardia y mi compañera en el puesto de enfermería. Conversábamos sobre lo costoso que es un celular y su habilidad para robar nuestra atención y tiempo. En mi caso, solo por no poder tener el capricho de estar comunicada con el mundo tecnológico, me hacía sentir rabia y querer llorar.

Abandonamos la conversación para atender a un paciente que llego con dolor de cabeza. Me levanté a preparar todo para cateterizarle una vía periférica para cumplirle la medicación indicada mientras el médico hacia la valoración correspondiente. Justo cuando limpiaba con un algodón mojado en alcohol la zona de su brazo que iba a pinchar escucho gritos de una mujer que entra desesperada suplicando un medico, le informo a mi paciente que iría a ver qué pasaba y luego regresaba a seguir atendiéndolo.

La señora traía en sus brazos una niña de casi tres años, era su hija y estaba convulsionando. Mi compañera y el médico ya estaban cateterizándole una vía para colocarle un anticonvulsivo en las venas para que su acción sea más rápida. Mientras ellos estaban ocupados, yo conectaba el oxigeno para colocárselo a la niña. Luego de la primera dosis del medicamento intravenoso la paciente no responde, seguía convulsionando; 5 minutos después, se le coloca la segunda dosis y luego la tercera dosis, no paraba la convulsión y eso nos preocupaba. El médico me ordena preparar otro tipo de medicamento para continuar con el protocolo de emergencia en caso de convulsiones, mientras se lo colocaba en el catéter de la niña escuchaba el llanto y los gritos de la madre desesperada quien solo deseaba la recuperación de su hija.

Con este segundo medicamento la niña deja de convulsionar y se queda profundamente dormida, rápidamente aprovechamos para realizarle una tomografía cerebral y el médico se dispone a entrevistar a los padres para iniciar la búsqueda del factor causante de la convulsión.

Luego recordé que había dejado un paciente esperándome en otro cubículo y acudí rápidamente a disculparme por haberlo dejado tanto tiempo solo, el se encontraba ya molesto y me dice que de haber sabido que no lo iban a atender de inmediato, hubiese acudido a otro centro médico.

Un rato después la niña despertó y su estado neurológico no mostraba déficit, un poco de somnolencia pero nada para preocuparse, su madre le acariciaba el cabello y contemplaba su presencia. Yo recordaba el momento en que su llanto conmovía a todos y me sentí complacida de ayudar a la estabilización de su hija

pensé en lo tonta y dramática que fui al quejarme por un teléfono móvil dañado. Esta señora sintió por un instante perder a su hija, no puedo imaginar el dolor y la angustia que vivió con esta experiencia tan desagradable y yo iba a llorar por un teléfono.