La muerte de Blas (Cuento corto literario)
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El cortejo avanzaba, el sonido fúnebre de una trompeta y un tambor se entremezclaban con los llantos, con mucha tristeza camino al cementerio, su pronta partida había enlutado a casi todo el pueblo, unos aceptaron con resignación, mientras otros no el entierro, a medida que avanzaba el carruaje con el ataúd los comentarios se hacían más fuertes, el sacerdote que participaba en las honras pedía que guardaran silencio.
Sus padres seguían el paso de la ceremonia abrazados y completamente abatidos por el dolor que los embargaba, familiares y amigos a las espaldas de éstos andaban con lentitud, incrédulos ante la decisión y el doloroso momento por los que atravesaban.
Al llegar al camposanto, a la entrada la fuerte brisa se llevaba y arrastraba uno que otro sombrero y parecía detener el caminar de las personas, hubo una breve pausa, un pequeño intercambio de papeles con una persona autorizada en la administración recibió a los dolientes, haciendo gestos con sus manos les señaló dónde se encontraba la parcela, finalmente al llegar procedieron a sepultar el ataúd, así los presentes daban el último adiós a Blas Paradas, aunque con rabia e impotencia quienes no aceptaban que hubiese muerto.
Un domingo como cualquier otro día en el pueblo, unos asistían a la feria con sus muchachos, otros hacían las compras, y los mayores disfrutaban los tragos en la taberna de Mario, Blas precisamente hablaba con Mario quien era el dueño del bar, mientras tomaba una cerveza le hacía saber sus planes del próximo viaje, largo trayecto a recorrer para vender el oro que con muchos días de trabajo lograban sacar de las minas que quedaban aproximadamente a una hora del pueblo.
Entre otras cosas Blas, quien se había ganado el cariño y el respeto de la gente del pueblo, le contaba que saldría muy temprano en la mañana del lunes, ya que el viaje duraría una semana aproximada, algo peligroso porque precisamente se trataba de negociar el oro, y luego al regreso vendría con el dinero, Mario como siempre lo aconsejaba para que tuviera mucho cuidado y tomara las previsiones.
Blas al igual que muchos hombres del pueblo trabajaba en las minas, donde una que otra vez se hacían de cualquier pedacito de oro, que por encontrarlo ahí tenían que cambiarlo lejos, porque si se daban cuenta de que lo sacaba de las minas podría ir a la cárcel cualquiera que se aprovechara de esta situación, ya que existía un estricto control por parte de las autoridades.
Esto ya lo había hecho con anterioridad, siempre emprendía el viaje con su amigo Mauricio, quien lo acompañaba, luego de que finalizara la temporada de trabajo en las minas que duraba unos seis meses al año y todo dependiendo del clima.
Era un trabajo de mucho cuidado, la vigilancia por parte de las autoridades era extrema para evitar que se robaran el oro, la revisión a las personas era a cada momento, a medida que los iban rotando venía la requisa, pero siempre existía el ingenio de uno que otro para hacerse con un trocito que a las afueras del pueblo lo pagaban muy bien.
Ese día luego de refrescarse en la taberna y hablar con su amigo Mario, quien también le encomendaba algo de oro para que lo cambiara, ya que algunos trabajadores le pagaban a este con el metal precioso a cambio de unas cuantas botellas de whisky, pasaba por casa de sus padres para despedirse, luego de un fuerte apretón con su madre que le echaba las bendiciones para que todo saliera bien, y el abrazo de su padre con los respectivos consejos, se dirigió a su casa donde lo esperaba su bella mujer.
Clarinda le decía a Blas que esta vez tenía un mal presentimiento con su viaje, mientras éste le reprochaba de sus malos augurios, “Por Dios mujer, nada saldrá mal todo estará como siempre bien”, ella sin embargo le hacía saber su miedo ya que en esta oportunidad llevaba más oro que en las otras ocasiones, pero Blas sin embargo la tranquilizaba diciéndole que todo estaría bien.
A las 4:00 de la mañana del lunes emprendían el viaje en la carroza algo destartalada de Blas, como siempre Mauricio en la parte de atrás cuidaba que las ruedas no sufrieran algún daño, y así a lo largo del camino se perdían de vista para concretar la tarea encomendada.
Blas y Mauricio eran personas muy bondadosas con la gente del pueblo, el carisma de ambos y la ayuda que le prestaban a los lugareños los hizo merecedores del respeto, siempre prestos para quien los necesitara, sin que nadie se enterara del negocio que hacían con el oro, ya que en la carreta transportaban algodón, cuya siembra se encontraba detrás de la casa de los padres de Blas, así pasaban desapercibidos y nadie absolutamente nadie sabía que iban a negociar oro, aunque también el negocio del algodón le proporcionaban ganancias.
A medida que avanzaban en el largo viaje que sólo hacían en el día, en las noches se turnaban para dormir al lado del ancho río, de esa forma cuidaban la carreta con la mercancía, mientras comían y bebían whisky veían pasar las grandes embarcaciones que transportaban a los pasajeros, dejaban preparado el café para partir muy temprano en la mañana ganándole todo el tiempo posible al día antes que lo sorprendiera la oscuridad.
Al tercer día del viaje, era miércoles, el calor les había provocado un fuerte cansancio, en la misma orilla del río ambos se quedaron dormidos, la tranquilidad que los rodeaba los hizo confiar y ninguno cuidó en las horas nocturnas, al despertar Mauricio, sintiéndose el cuerpo como si le hubiesen entrado a palos y con un fuerte dolor de cabeza, se encontró conque Blas y la carreta no estaban en el lugar, desesperado comenzó a buscar en los alrededores pero no había rastro alguno.
Esto había despertado cierta sospecha en Mauricio quien se preguntaba una y otra vez si su amigo lo había abandonado, confundido ante la situación recorría el sitio varias veces sin lograr encontrar nada, sentado y sin respuestas a la orilla del río una pequeña embarcación con dos pescadores que pasaba de regreso al pueblo reconoció a Mauricio. Se detuvieron para auxiliarlo y llevarlo de vuelta, mientras éste le contaba lo sucedido los pescadores le afirmaban que cuando regresaban no habían visto la carroza de Blas.
Una vez en el pueblo Mauricio se dirigió a casa de los padres de Blas, para contar lo sucedido, también se encontraba su esposa Clarinda, quien no dejaba de llorar por la desaparición de su marido. Esto extrañó mucho a los padres que sabían que su hijo nunca haría algo así, abandonar a un amigo.
Los padres se dirigieron a la comisaría del pueblo para informar lo sucedido, ahí la máxima autoridad le dijo que desplegaría a sus hombres para comenzar un operativo en busca de Blas, también notificaría de la situación a las autoridades del muelle para que las embarcaciones colaboraran en la búsqueda.
La noticia corrió como el viento, en el pueblo se tejieron todo tipo de comentarios por la desaparición de Blas, hasta una recompensa ofrecieron a quien diera alguna información por eel paradero de éste.
Tres largos meses habían pasado desde que Blas desapareció, unos pescadores habían notificado haber rescatado un cuerpo totalmente descompuesto que arrastraba el río, ninguno pudo reconocer el cadáver, aunque todos presumían que se trataba de Blas.
Aunque en todos los alrededores no se había denunciado de alguna otra desaparición o alguien muerto, a pesar de lo irreconocible del cuerpo todos coincidieron que se trataba de Blas, hasta los padres señalaban que tendría que ser él, por lo que desde ese mismo momento se había declarado la muerte de Blas.
Así fue como se prepararon los actos fúnebres, hubo también quien dudara de lo que había contado Mauricio, por lo que en el pueblo lo miraban con cierta distancia ante lo sucedido, ya ni siquiera lo saludaban con el respeto que se había ganado, hasta Mario comenzaba a sospechar de que Mauricio le había dado muerte para robarle el oro.
Dos funcionarios de las minas quienes habían estado vigilando los pasos de Blas y no precisamente para llevarlos ante la justicia, también emprendieron el viaje al otro extremo donde estaba la ciudad, durante los tres días lo habían seguido esperando la oportunidad para atacar y dar el golpe certero.
Ese miércoles en la noche cuando ambos se quedaron dormidos los funcionarios los atacaron y les dieron golpes en la cabeza para que se desmayaran, a Blas lo amordazaron y amarraron, se lo llevaron en la carroza, totalmente inconsciente lo cubrieron con el algodón, a Mauricio lo dejaron abandonado.
Cuando Blas despertó se encontraba amarrado y acostado en una cama, en una casa de madera que parecía estar abandonada, uno de los hombres le preguntó dónde tenía el oro que había sacado de la mina, y que si no le decía lo llevaría ante las autoridades lo que le costaría la cárcel. Ante la negativa a responder le dieron muchos golpes, por lo que de nuevo volvió a quedar inconsciente.
Blas desesperado le pidió que le trajeran agua, éste le dijo que lo haría si le decía dónde estaba el oro y éste sintiéndose perdido no le quedó más que señalar dónde lo guardaba, “Busca debajo del asiento de la carroza en un pequeño compartimiento”. Efectivamente estos hombres habían logrado lo que querían.
A la mañana siguiente, Blas vio como los dos hombres tumbaban la pequeña casa de madera, lo montaron el la carroza y lo trasladaron hasta la orilla del río, ahí le dieron un golpe en la cabeza y lo lanzaron al agua junto con el carruaje.
Una embarcación en el cruce fronterizo lo rescató llevándoselo para el otro lado, como señalan los lugareños, para que recibiera los primeros auxilios. El golpe que le habían propinado los funcionarios corruptos y el que se había dado al caer al río le había hecho perder el conocimiento, por lo que así estuvo los siguiente tres meses alojado en un lugar de recuperación, el proceso fue lento hasta que pudo recordar lo sucedido.
Al recuperar la memoria pidió lo trasladaran de vuelta al otro lado para reencontrarse con su familia, recibió la ayuda y finalmente pudo llegar a su pueblo que se encontraba conmocionado ante la noticia, así renacía Blas, despejando todo tipo de dudas que existiera contra su amigo Mauricio.
Fue a visitar su tumba para que cambiaran la lápida, cuando le preguntó al comisario del hombre que habían enterrado, éste le señaló que no cambiaran nada, pueden sacar todo ya que no hay nadie enterrado, el muerto encontrado en el río se le entregó a sus familiares que reclamaron el cuerpo, se trataba de un pescador del otro lado que había caído de una embarcación, el ataúd pesaba porque se le echó tierra adentro… “Así que ve a casa y descansa en paz mi estimado Blas”.
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Espero hayan disfrutado de esta publicación.
Todo comentario es bienvenido.
Gracias por pasar y leer.
Yimi Ipsa.
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Que situación tan extraña debe ser la de volver a tu pueblo y que te encuentres enterrado. Muy buen cuento bro,
Una sensación muy extraña sería sin duda alguna. Gracias por tomarte el tiempo de leer. Saludos.
Asombroso e interesante tu relato, muy original con matices a lo Poe, el camino descrito por el misterio y lo macabro, emotiva pero agradable lectura, bien lograda, agradecería vuestro comentario de mi ultimo post, en pro de del arte combinado y literal, un abrazo fraterno.
Muy buen relato, logró trasladarme al lugar